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Stalin leía novelas de amor

Hay que ver la cantidad de sandeces que la gente inteligente puede llegar a decir. Por ejemplo, ésta: "La libertad es incompatible con el amor". O sea, que para algunos Hitler y Stalin debieron de ser superamorosos. He aquí una de las tesis de Marcos Roitman, profesor de Estructura Social de América Latina en la Universidad Complutense de Madrid, asistente impenitente a cuanto foro social y chiringuito similar se organice y articulista habitual de medios como Rebelión y La Jornada de México.

Lo más original de este libro, una propuesta táctica de resistencia anticapitalista, de construcción de un "proyecto democrático por la liberación y el socialismo", no son los argumentos esgrimidos, sino la peculiar forma en que se expresan y lo divertidos que resultan. Así, en el mero arranque podemos leer: "La resistencia contra la explotación demuestra que la democracia no forma parte del capitalismo" (pág. 9). No puedo estar más de acuerdo: basta con viajar a China para darse cuenta de algo que, por lo demás, ya adelantó Hayek, quien dijo que no podía haber democracia sin capitalismo, pero sí capitalismo sin democracia.

Como les ocurre al resto de los integrantes de su secta, la esquizo-neo-estalinista, Roitman habla de un presente ominoso y augura un futuro aún peor. Sin embargo, todo lo que cuenta ya ocurrió antes; pero no precisamente en las democracias occidentales, sino en lugares como la Rusia soviética, la Alemania nazi y en todas esas culturas y civilizaciones milenarias que tanto le gustan. Es lo que cualquier psicólogo chileno o argentino llamaría proyección, o sea, atribuir a otros deseos y pulsiones propias.

Roitman lamenta formas de explotación como el trabajo esclavo o infantil y el colonialismo interno, pero ensalza Esparta y la civilización inca como paradigmas revolucionarios y antiimperialistas. Para algunos izquierdistas, la Tierra sigue siendo plana, los niños vienen de París y el politólogo Samuel Huntington es el ideólogo de las modelos delgadas y los metrosexuales. Esto último no es un chiste, sino una cita del libro que nos ocupa.

Tomando como modelo las revoluciones francesa, mexicana, rusa, china y cubana ("experiencias democráticas"), a Hugo Chávez, a Evo Morales, a los zapatistas y hasta a los ayatolás iraníes (luego les cuento lo que piensa de las bombas nucleares), Roitman, experto en frases que hacen pensar, del tipo "La historia siempre es heterodoxa" (¡no me digas!), nos exhorta a "la vivencia de la acción del yo ciudadano" y a "abrir el mundo a lo infinito" para sacudirnos el totalitarismo liberal.

Tras el derrocamiento del presidente chileno Allende, en 1973, un hecho que Roitman interpreta como la primera derrota del comunismo, la pobreza no ha hecho sino aumentar de forma exponencial (bien lo saben los cubanos, digo yo), por culpa de las redivivas políticas excluyentes y totalitarias del III Reich, si bien hoy éste luce "una nueva ideología: la globalización y la economía de mercado". Vivimos, pues, en una situación de "continuo genocidio por el capital".

Ni siquiera el multiculturalismo y los movimientos sociales étnicos y de género son una solución, pues en realidad obedecen a la lógica del capitalismo; incluso han sido creados por él.

La situación actual, nos cuenta Roitman, es el resultado de una conspiración contrarrevolucionaria protagonizada en primer término por la Mont Pelerin Society de Hayek y la CIA, la cual, para socavar el régimen soviético, creó la categoría del disidente comunista (como todo el mundo sabe, el apoyo a Stalin fue siempre absoluto en la URSS) y generó títulos como 1984, de George Orwell. Mediante ésta y otras operaciones, que Roitman detalla de forma siempre amena y excitante (se nota que conoce a Tom Clancy y a Kent Follet; yo diría que incluso debe de haber hojeado alguna cosa de Ayn Rand), los americanos lograron ganarse a los socialistas democráticos. Un momento: resulta que unas páginas más adelante se nos dice que "el socialismo democrático fue creado en los despachos de la CIA". ¿En qué quedamos?

Sea como fuere, lo peor del asunto es que los largos tentáculos de los servicios de inteligencia norteamericanos se las ingeniaron para atrapar incluso a comunistas como Carrillo, que al final fueron cooptados por el sistema. De ahí su crítica a "los defectos de los sistemas socialistas establecidos, particularmente hacia sus formas en cierto sentido totalitarias –sin confundirlos nunca por ello con los regímenes fascistas–" (faltaría más). Mientras tanto, "la izquierda anticapitalista será marginal, pasando a ser denominada extra-parlamentaria". Creo que en este punto Roitman se pasa un pelín: no hace falta poseer un cerebro made in Washington para colegir que es normal que un partido al que sólo votan su fundador, la novia y los amigos de éste no tenga cabida en el Parlamento. Pura cuestión aritmética, aunque no sé si también eso de contar lo inventaron los de la CIA.

En fin, que de aquellos polvos, estos lodos, es decir, el actual "culto al progreso y la hipermodernidad que el capitalismo ya vivió en la propuesta cultural del fascismo y del holocausto nazi" y que hoy recupera bajo nuevas formas, el llamado "fascismo societal". Así, el neoliberalismo, "con sus carreteras y autopistas", muestra "la misma imagen de Hitler bajo del Tercer Reich".

¿Qué hacer, entonces, para revertir esta situación, o, en otras palabras, "adueñarse de lo cotidiano, dominar los sueños, las expectativas, las esperanzas y las visiones del futuro en hombres mujeres y niños"? (aunque no lo parezca, en este punto el autor no se refiere a Hitler, sino a sí mismo). Por otra parte, y ante el apabullante dominio de las fuerzas de la destrucción, "¿puede ser cualquier propuesta una alternativa? Construir y tirar una bomba atómica, por ejemplo".

Cabe elogiar a Roitman por su coherencia y valentía al desvelar las consecuencias de este callejón sin salida al que nos aboca el neoliberalismo. La posibilidad de un ataque nuclear (no nos dice contra qué país, aunque no hace falta ser muy perspicaz para imaginarse dónde le gustaría que estallase la bomba) es una opción que en principio merece ser descartada y sustituida por "la decisión ética y la dignidad". No obstante, más adelante reconoce que tal vez no quede otra opción:

En el proyecto democrático y liberador no caben armas de destrucción masiva u artificios de muerte, contradicen el principio ético de dignidad que define la condición humana. En otros términos, el conocimiento del átomo no produce la bomba de neutrones. Pero sin pensamos en un proyecto alternativo, fundado en la dignidad humana, debe considerarse el ejercicio de la eutanasia.

Mientras tanto, y hasta que llegue el momento de aplicar el principio de muerte digna a la decadencia capitalista, se impone, en primer lugar, denunciar y resistirse a las tramas urdidas, entre otros, por "cardenales pederastas, traficantes de mujeres y maltratadores", que producen fenómenos como la victoria de Calderón en las elecciones presidenciales de México y el triunfo del PP en las municipales españolas de 2007, bien mediante la insurrección o recurriendo a organizaciones como la guerrilla colombiana, que sólo pretende ganar espacios de articulación política dentro de la sociedad colombiana (supongo que lo mismo valdrá para ETA). En segundo lugar, debemos apoyar a los líderes que han puesto en marcha revoluciones antiimperialistas. En Venezuela, Hugo Chávez ha optado por la creación de un partido único como (tomemos aire) "estrategia para hacer frente a las políticas tendentes a crear una dinámica de cohesión popular para evitar romper la vía institucional-legal de transición democrática al socialismo". Más claro, el agua, ¿no? En Bolivia, el Movimiento al Socialismo de Evo Morales se propone la "fundación de un nuevo Estado compuesto por naciones milenarias y diversidad de culturas, recuperando las raíces milenarias, el legado tecnológico-científico de un pensamiento filosófico y espiritualidad basada en el análisis multidimensional de verificación matemática que se traduce en la dualidad e encuentro armónico de opuestos...". Pues eso.

Sin embargo, más allá del populismo, el mejor ejemplo actual de democracia es, aparte de Cuba, la guerrilla zapatista. Una y otra vez, Roitman propone al EZLN y a su Sexta Declaración de la Selva Lacandona como modelos para todos los revolucionarios del mundo.

Como cabe esperar de un espíritu curioso y ávido de saber como el mío, busco la declaración de marras en internet, y cuál no será mi sorpresa cuando me topo con frases y expresiones muy similares a las del libro de Roitman. Además, el estilo es casi idéntico, aunque los guerrilleros optan por un lenguaje presuntamente coloquial y cercano que en ocasiones roza lo desternillante. No me extrañaría que el cerebro gris del EZLN no se refugiase bajo la sombra de un frondoso canelo, sino que habitase algún despacho de la Universidad Complutense, y que el autor de las declaraciones no fuera un entrañable campesino, sino algún académico con vocación de novelista. Más que a habla campesina, el documento zapatista huele a Cervantes por los cuatro costados; aunque me dirán que eso es normal, pues los idiomas suelen evolucionar en el centro mucho más rápido que en la periferia. Sea como fuere, el enigma resulta fascinante. Si lo dudan, compruébenlo ustedes mismos.

Este verano no olviden incluir Democracia sin demócratas entre sus lecturas de playa o de piscina. No se aburrirán. Eso sí, cuídense de ponerlo al alcance de los niños, no vaya a ser que eso de la eutanasia les mole y la cosa termine en las páginas de sucesos o en el programa de Paco Pérez-Abellán: Explosión revolucionaria en apartamento de Benidorm. Profesor zapatista anuncia principio del fin.

Marcos Roitman, Democracia sin demócratas, Sequitur, Madrid, 2007, 113 páginas.

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