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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Las profecías

Yo siempre di por supuesto que lo que Nolte bautizó como Guerra Civil Europea y que algunos seguidores, fieles o críticos, sitúan entre 1914 y 1945 empezó en realidad en 1870, con la guerra francoprusiana que dio lugar a la unidad de Alemania en torno a Prusia.


	Yo siempre di por supuesto que lo que Nolte bautizó como Guerra Civil Europea y que algunos seguidores, fieles o críticos, sitúan entre 1914 y 1945 empezó en realidad en 1870, con la guerra francoprusiana que dio lugar a la unidad de Alemania en torno a Prusia.

Aquella fue la primera manifestación de las ambiciones hegemónicas de Alemania en Europa, asunto que, como bien sabe cualquier lector atento de periódicos, y por malos y serviles que éstos sean, está muy lejos de haber acabado, aunque ahora se limite a la política y la economía y no se exprese por medio de la guerra. No sé qué es peor, ni cuántas víctimas acarreará este nuevo método: tal vez no víctimas físicas, pero sí unas cuantas espirituales, porque la sumisión es exigente.

Naturalmente, no hay demasiado interés en reconocer que Alemania era la responsable directa de las dos guerras llamadas mundiales, así como de la revolución soviética y de la Shoá, entre otras cosas. Pero mucho antes de 1914 Churchill sabía perfectamente lo que iba a ocurrir y señalaba con el dedo a Alemania como el gran peligro potencial para la estabilidad de Occidente. Y, lo que es aún más notable, el historiador Jacob Burckhardt (1818-1897), a quien recordamos sobre todo por La cultura del Renacimiento en Italia (1860), dejó anotado:

El placentero siglo XX verá otra vez al poder absoluto levantar su horrible cabeza.

Señala Alfonso Reyes en su prólogo a la edición mexicana de las Reflexiones sobre la historia universal de Burckhardt que éste había visto que

las coronas dejarán el sitio a las capacidades extraordinarias exigidas por la enormidad del conflicto, subordinándose al Soter o salvador, al Führer, cuya fisonomía despótica prevé con tal lucidez que asegura: "Podría pintarlo desde ahora".

El 13 de abril de 1882 –casi exactamente siete años antes del nacimiento de Adolf Hitler y casi tres después del de Stalin– escribe Burckhardt:

Hace tiempo estoy convencido de que muy pronto el mundo tendrá que escoger entre la democracia total o un despotismo absoluto y violatorio de todos los derechos. Tal despotismo no será ejercido por las dinastías, demasiado sensibles y humanas todavía para tal extremo, sino por jefaturas militares de pretendido cariz republicano. Verdad es que cuesta mucho imaginar un mundo cuyos directores prescindan en absoluto del derecho, el bienestar, la ganancia legítima, el trabajo, la industria, el crédito, etc., y apliquen un régimen fundado nada más que en la fuerza. Pero a esta ralea de gente ha de venir a parar el poder, por efecto del actual sistema de competencias y participaciones de la masa en la deliberación política.

Y nos recuerda Reyes que debemos entender que las protestas de Burckhardt contra la palabra democracia

no van dirigidas contra el ideal democrático del bien común, que era su credo fundamental, sino contra todo procedimiento de abandono a los impulsos ciegos.

Una última cita, de la misma época, posterior a la unidad del Estado alemán:

Tengo una premonición que, aunque parezca insensatez, no puedo alejar de mi mente, y es que el Estado militar va a convertirse en una gran fábrica. Esas hordas humanas de los grandes centros industriales no pueden quedar abandonadas indefinidamente a su hambre y a su codicia. Por fuerza sobrevendrá, si hay lógica en la historia, un régimen organizado para graduar la miseria, con uniformes y ascensos, en que cada día empiece y acabe a toque de tambor.

La lógica de la historia. He ahí el fundamento de la profecía. ¿Ninguna intuición previa al conocimiento? Desde luego, pero una intuición derivada de la semejanza del presente con el pasado. Del saber del pasado. Del esfuerzo, propio de los siglos XVIII y XIX de desprender leyes de los acontecimientos, tan caras a Hegel y a Marx.

La profecía está devaluada en nuestros días. Tal vez más por la falta de profetas que de posibilidades de leer en el presente a la luz del pasado. La desaparición del profeta, aquel tipo que se sentaba en la puerta del templo o del palacio y advertía a sus contemporáneos de las desgracias que traerían sus malas decisiones, estaba también prevista por Burckhardt:

El Estado volverá a asumir en gran parte la alta tutela sobre la cultura, e incluso a orientarla de nuevo, en muchos aspectos, según sus propios gustos. Y no está descartada la posibilidad de que ella misma le pregunte al Estado cómo quiere que se oriente.

A buen entendedor... 

 

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