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LIBERTADES

Los contrabandistas, esos héroes

Los contrabandistas son unos héroes. La esencia de su mensaje es ésta: "Los tiranos que manejan el Estado quieren impedir o dificultar los intercambios libres y pacíficos entre individuos. Yo sé paliar el impacto de esa injerencia". Examinemos su desempeño, teniendo siempre presente que no todo lo ilegal es inmoral y que no todo lo legal es moral.


	Los contrabandistas son unos héroes. La esencia de su mensaje es ésta: "Los tiranos que manejan el Estado quieren impedir o dificultar los intercambios libres y pacíficos entre individuos. Yo sé paliar el impacto de esa injerencia". Examinemos su desempeño, teniendo siempre presente que no todo lo ilegal es inmoral y que no todo lo legal es moral.

Precipitando así los acontecimientos que condujeron a la Guerra de Independencia, los británicos, al amparo de las Leyes de Navegación, impusieron aranceles a un amplio abanico de productos importados. Uno de esos impuestos tenía por objeto la melaza importada de territorios no británicos. John Hancock, cuya flamante firma adorna nuestra Declaración de Independencia, tenía un próspero negocio de contrabando de melaza que movía unos 1,5 millones de galones al año. Sus actividades ilegales financiaron gran parte de la resistencia a la autoridad británica; al punto de que solía decirse: "Sam Adams escribe las cartas [a los periódicos] y John Hancock corre con los gastos de envío".

El contrabando de Hancock y otros como Hancock repercutió positivamente en la gente, pues ofrecían la melaza con la que se elaboraba el ron a precios sustancialmente más bajos. A los británicos, en cambio, les fue peor, ya que ingresaban menos dinero en concepto de impuestos.

En 1920 entró en vigor, con un gran apoyo popular, la Decimoctava Enmienda, que prohibía la producción, distribución y venta de bebidas alcohólicas en suelo estadounidense. En mi opinión, no es de recibo impedir a un individuo disfrutar de una cerveza, un vino o un whisky. A eso se le llama opresión, así de sencillo. Pero entonces llegaron los héroes al rescate. La tinta de la Decimoctava Enmienda no se había secado aún cuando los contrabandistas empezaron a introducir cerveza y whisky en el país desde Canadá y México. Justo antes de sobrepasar las tres millas marítimas, los barcos traspasaban sus cargamentos de whisky a las barcazas que se encargaban de llevarlos a la costa. Los contrabandistas, sí, libraron de la opresión de los biempensantes a millones de americanos.

El contrabandista es mi héroe en cuanto contrabandista, pero no se me escapa las consecuencias negativas que tiene su actividad. El contrabando es, por definición, ilegal; pero con frecuencia se convierte en una empresa criminal debido a que quienes se implican en ella suelen ser tipos con escaso respeto por la ley. Y como el contrabando es ilegal, los conflictos que surgen en su seno se dirimen, en vez de en los tribunales, recurriendo a las armas y, en general, a la violencia. También hay que tener en cuenta que los contrabandistas suelen corromper a miembros de las fuerzas del orden y otros servidores públicos. Lo peor de todo esto es la extensión de la falta de respeto a la legalidad. En EEUU, una vez se derogó la Decimoctava Enmienda, prácticamente toda la corrupción y la delincuencia asociadas a la Ley Seca desaparecieron.

No son muchos los americanos que saben que la mayor práctica contrabandista del momento es el tráfico de tabaco. En Nueva York, los impuestos representan más de la mitad del precio de una cajetilla: 7 de 13 dólares. Este estado de cosas ha hecho que el contrabando de cigarrillos sea una actividad en expansión en todo el país. Por cierto, y como pasó con la Prohibición, los impuestos confiscatorios que pesan sobre el tabaco gozan de gran aceptación.

Según un estudio reciente –llevado a cabo por Michael LaFaive y Nesbit Todd, del Centro Mackinac de Políticas Públicas (Midland, Michigan), y titulado "Contrabando e impuestos sobre el tabaco"–, los estados con mayor incidencia del contrabando de tabaco son precisamente aquellos que cargan tal producto con más impuestos: Arizona (el 51,8% del tabaco consumido en este estado es de contrabando), Nueva York (47,5%), Rhode Island (40,5%), Nuevo México (37,2%) y California (36,3%).

El contrabando de cigarrillos, al igual que el contrabando de whisky antaño, se ha convertido en el medio de vida de los delincuentes. La Agencia para el Tabaco, las Armas, los Explosivos y las Bebidas Espirituosas ha encontrado una fuerte presencia de mafias rusas, armenias, ucranianas, chinas, taiwanesas y mesorientales (paquistaníes, libanesas y sirias, principalmente) en tal negocio. Lo más preocupante es que algunos de esos grupos utilizan sus ingresos para prestar apoyo económico a organizaciones terroristas como Hezbolá y Hamás. Lo cual quiere decir que los políticos chupasangre y los fanáticos anti-tabaco están poniendo los medios para el sustento de los enemigos de América.

La solución al contrabando de tabaco –y las actividades delictivas asociadas– pasa por acabar con los impuestos confiscatorios. Por desgracia, para los políticos chupasangre y los fanáticos anti-tabaco, que ven en los impuestos confiscatorios una herramienta de su cruzada moral contra el tabaco, sólo cuenta lo positivo. Para ellos, el precio que hay que pagar por su cruzada es irrelevante o, como mucho, algo secundario. Llegados a este punto, conviene recordar las palabras del novelista C.S. Lewis:

De todas las tiranías, puede que la peor sea la ejercida por el bien de sus víctimas.

 

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