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SEMBLANZA

María Zambrano y los fundamentos de Europa

Bien es sabido que el pensamiento de María Zambrano se ha movido siempre por esa difícil zona de penumbra entre la poesía y la filosofía, de suerte que pocas personas tan bien situadas como ella para opinar, como lo hacía a propósito de Unamuno, sobre el conflicto entre filosofía y religión.

Bien es sabido que el pensamiento de María Zambrano se ha movido siempre por esa difícil zona de penumbra entre la poesía y la filosofía, de suerte que pocas personas tan bien situadas como ella para opinar, como lo hacía a propósito de Unamuno, sobre el conflicto entre filosofía y religión.
No hace mucho, un poeta mucho más joven que yo, Juan Carlos Marset, reconocía en público la deuda que algunos jóvenes tenían conmigo por haberlos encaminado hacia figuras señeras del exilio, en primer lugar María Zambrano. Tampoco hay que exagerar. Mi técnica es la de la lucha japonesa, que procuro sacar partido del ímpetu de quien tengo delante. Así, hace años aproveché el entusiasmo por los preteridos poetas cordobeses del grupo Cántico de unos jóvenes a quien llamaron los "Novísimos" para animarlos a perseverar, y lo mismo ocurriría después en el caso de María Zambrano: que al ver que cierta juventud se interesaba por ella, me apresuré a animarlos y a facilitarles el contacto directo con ella en la medida de mis escasas fuerzas.
   
Nadie como María Zambrano ha explicado con tanto pormenor esa segunda naturaleza que el exilio confirió a tantos españoles ilustres, pero fue tanto lo que duró ese exilio, que la naturaleza que confirió a cada cual, pasó de segunda a primera. Más de un exiliado vivió en el extranjero más años que los que había vivido en España. Yo he reflexionado también sobre el exilio, no por haberlo experimentado, sino por haber convivido con él. Esa convivencia era en cierto modo una obra de misericordia en la que recibí ciento por uno. Me explico. Los exiliados, que entre sí se lo tenían dicho todo, tenían necesidad de oír lo que tuvieran que decir gentes que acababan de llegar de la patria y ver en ellas cómo ésta seguía viva y palpitante. Por otra parte, los que traíamos ese testimonio, nos beneficiábamos de unos recuerdos y unos testimonios de una España que no habíamos conocido y de la que nos separaba la zanja de la guerra. Para mí no había más que una España, que era tan de los exiliados como de los que vivíamos en ella, y por eso me pareció bastante ofensivo que, en la presentación en Roma de un libro de Alberti o de María Teresa León, la escritora Angela Bianchini se refiriera a ellos como representantes de la "vera Spagna", como si hubiera una España verdadera y una falsa, a la que evidentemente otros pertenecíamos. Francamente, del mismo modo que no me hizo nunca gracia la exclusión de España de los exiliados, tampoco me la hacía que el mundo de los exiliados me excluyera a mí. Todos nos necesitábamos y España era tan de unos como de otros.
 
Hay que decir que la mayoría de los exiliados que yo alcancé a conocer eran exiliados por principio y si no volvían a la patria no era porque nadie se lo prohibiera, sino porque no les daba la gana mientras cierto personaje rigiera sus destinos. La longevidad de este personaje, y el carácter vitalicio de su magistratura, hizo que estos contumaz exiliados volvieran cuando ya estaban, como decía Jorge Manrique, en el "arrabal de senectud". Ya era poco lo que tenían que ofrecer, pero era mucho lo que simbolizaban. Además, eso de vivir en el extranjero daba entonces un prestigio adicional. Yo que, insisto, nunca fui exiliado, que si viví en otros países fue por mi gusto, y en ninguno más por mi gusto que en Italia, decidí repatriarme en 1975 y, hablando por mí sobre todo, en un homenaje que se me hizo en Sevilla, dije lo siguiente: "En estos años de repatriación de intelectuales se ha podido comprobar en España que a muchos les favorecía la distancia; quedaban más bonitos vistos de lejos. Si esto les ha pasado a los intelectuales que volvieron aprovechando la marea política, no veo porqué no había de pasarme a mí, que volví contra corriente. Mi presencia en Sevilla no era ya la del peregrino en su patria, sino la del profeta en su tierra." Hay que decir que todas las plazas de profeta estaban ocupadas, muchas de ellas por ex exiliados que no habían tenido la paciencia de aguardar a la muerte del Caudillo. Uno fue por ejemplo el hijo de Pedro Salinas, Jaime Salinas, a quien animó a venir a España Carmen Castro, hija de don Américo y esposa de Zubiri, diciéndole que "en España somos doscientos", dándole a entender con ello que esos doscientos eran los amos del cotarro intelectual.
 
Ya en España, estos personajes no tenían necesidad de mí y, si yo me distancié, fue menos por ellos que por el personal que los rodeaba, de descubridores de mediterráneos. Aun así, debo decir que desde el puesto que me dieron al llegar, de asesor literario de la Colección de Bolsillo de la Universidad de Sevilla, mi primera preocupación fue la de recuperar textos, bien de amigos que vivían en el extranjero por razones parecidas a las mías, como fue el caso de Márquez Villanueva en Harvard o de José María Alberich en Exeter, o de exiliados insignes que con su prestigio podían aclarar las ideas en la dudosa luz del cambio de régimen. Así, pues, le pedí a Finki Araquistain un libro de su padre sobre España y a María Zambrano el suyo Horizonte del liberalismo. No conseguí ninguno de los dos; el de Araquistain por razones económicas, pues Finki era muy amigo pero muy comerciante; el de María Zambrano, por otras razones que con la mayor diplomacia posible me dio a entender en la carta que extracto:
 
Pues el caso con respecto a mi librito "Horizonte del liberalismo" es que estoy en hacerlo reeditar, mas no solo, sino junto con todos o casi todos mis escritos políticos —"Hora de España XXIII" creo sea el último— y junto con algo nuevo sobre el exilio, en un volumen que tardaré en preparar, pues que además de andar mi pensamiento también por otros parajes, quiero situar a cada uno de ellos en su tiempo histórico, y a todos juntos. Este librito lo escribí el 29 y fue publicado enseguida en una colección que abrió un editor Jarnes, para dar cabida a la juventud que entre cárcel y cárcel —en mi caso entre enfermedad y enfermedad— escribía y actuaba para la llegada de la República. Y a ese espíritu y a ese histórico momento hemos seguido siendo fieles todos y yo desde luego. No puedo aceptar pues, tu invitación para darlo en la colección que diriges en la Universidad de Sevilla.
 
Esta carta va fechada en La Pièce el 8 de enero de 1976. El 13 de enero yo le contestaba lo que sigue:
 
Siento que se me hayan adelantado en el propósito de reeditar tu "Horizonte del liberalismo", pero lo celebro. Decía Castillejo que lo importante es que las cosas se hagan, no quién las hace. De este modo, tu ensayo, si entonces sirvió para traer la República, ahora servirá para consolidar la Monarquía.
 
Evidentemente, María Zambrano abrigaba los recelos de rigor sobre el rumbo que tomaría la flamante Monarquía; por eso, para tranquilizarla, le volvía a escribir el 6 de abril:
 
Esto está a punto de caramelo para la democracia. Tu amiga Aurora de Albornoz vino el otro día a dar una charla sobre J. R. J. en la Universidad y dijo que el poeta había sido o decía ser comunista. Lo que años atrás era un baldón ahora es un blasón por más que, en el caso que nos ocupa, siempre haya sido una calumnia. En efecto, llamar comunista a Neruda es definirlo; llamárselo a J. R. J. es insultarlo. Naturalmente esto no es un episodio aislado, porque en Cuadernos para el Diálogo, órgano como sabes de la "democracia frailuna" (como decía don Marcelino), el plúmbeo novelista Juan Benet comenta como sigue la aparición de Solyenitsin en la TV: "Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexander Solzhenitsyn habrá y hará falta que haya campos de concentración. Quizá debieran ser vigilados un poco mejor para evitar que personas como A. S. puedan salir mientras no hayan adquirido un poco de educación". Nada, nada, la democracia está en puertas y viene pisando fuerte.
 
Yo he aprendido mucho de María Zambrano, sobre todo de su palabra hablada, e incluso diría de ella lo que en su día dije de Zubiri: que lo que pueda decir ahora sobre ella lo debo, más que al esfuerzo de haberla leído, a la suerte de haberla escuchado. No voy a repetir lo dicho sobre ella en dos libros míos: El suicidio de la Modernidad  y Metapoesía. Aún más reciente está la semblanza, nada ficticia aunque parezca lo contrario, que tracé de ella y su circunstancia en Mano en candela. A esos textos remito al lector curioso.
 
El hecho es que, contra lo que pueda desprenderse de su biografía, la política ha lastrado muy poco el vuelo de su pensamiento. En una entrevista televisiva dijo Octavio Paz que la gran equivocación del siglo XX había sido la de suplantar por la política a la religión y la filosofía, siendo así que la política, a diferencia de la religión, es incapaz de salvar al hombre y, a diferencia de la filosofía, es incapaz de darle sabiduría. Bien es sabido que el pensamiento de María Zambrano se ha movido siempre por esa difícil zona de penumbra entre la poesía y la filosofía, de suerte que pocas personas tan bien situadas como ella para opinar, como lo hacía a propósito de Unamuno, sobre el conflicto entre filosofía y religión. Vale la pena recordar sus palabras:
 
A partir del idealismo alemán, los límites entre filosofía y religión, y los límites entre filosofía y poesía, han peligrado. A veces la poesía ha querido ser filosofía, a veces la filosofía ha sido poética, como en Schelling. La filosofía ha querido suplantar a la religión, como en Hegel, y ha querido también hacer una religión filosófica, como en Schleiermacher. // Todo ello es sumamente grave, pues puede suceder que la filosofía, al pretender tomar el lugar de la religión, nos deje sin ella, huérfanos de las religiones, en verdad, y sólo logre aquello del refrán cazurro español del perro del hortelano, que "ni come ni deja comer". Y la verdad es que, al menos, para gran parte de los europeos, así ha sido: la filosofía, al pretender guiar su vida y resolver los enigmas del universo, ha mantenido al hombre europeo en la más insípida desnutrición: ni le ha dado el alimento que necesitaba, el alimento de creencias, de fe, de esperanza, ni le ha enseñado tampoco a vivir heroicamente, al estilo de otro gran suplantador de religiones, al estilo Nietzsche. // Así ha venido a suceder que el hombre europeo se ha ido vaciando lentamente, quedando indefenso, sin creencias; es decir, según Ortega ha mostrado con su genialidad, sin realidad, porque las creencias no son el añadido, sino la realidad, la realidad más real de nuestra vida.
 
Palabras como éstas, que resumen la verdadera sabiduría de Occidente, permiten que no nos pillen de sorpresa los actuales palos de ciego de la Europa de los mercaderes, una Europa que, al renegar de sus fundamentos, teme que los llamados "fundamentalismos" pongan en peligro sus "valores", que no son otros que los que se cotizan en Bolsa.
 
 
 
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