Menú
INFORMACIÓN, ESPECTÁCULO, OPINIÓN Y ENTENDIMIENTO

Materia de opinión

Las sociedades desarrolladas actuales son calificadas erróneamente como “sociedades del conocimiento”, entre otras razones, porque se confunde con fácil frivolidad entre información, espectáculo, opinión y entendimiento.

Esta creencia –un opinable muy controvertible– viene a significar por lo común que todas las opiniones son respetables e igualmente valiosas, derivándose de ella algunos corolarios tan devastadores como éste que paso a enunciar: todos los individuos están capacitados para emitir una opinión sobre no importa qué asunto y además hacerlo con prontitud, a veces, incluso al instante y sin tomarse el tiempo necesario para pensar sobre el particular y poder así discernir de manera ponderada. Se cometen aquí dos delitos de lesa racionalidad: la trivialización en el uso de la palabra –algo así como tomarse como un juego el encadenar juicios y razonamientos– y el supino suponer que se puede pontificar impunemente sobre cualquier cosa porque sale gratis total, o, algo todavía más campanudo, porque uno se acoge sin más asideros a la libertad de expresión para despacharse a gusto acerca de lo que le venga en gana, sin restricción alguna y a menudo también sin el menor decoro. El tema se complica en el momento en que quienes dan la palabra y cancha al público en general se moderan poco y mal, y en lugar de contener la delirante efusión de dictámenes del personal, se le anima a intervenir de mil formas, con encuestas, cuestionarios, manifiestos, pulsómetros, sondeos de opinión...

Se consuma de este modo una penosa especie de “democratización de los pensares y de las resoluciones” que corre el riesgo de crecer y multiplicarse, dejándose tras de sí una rumorosa descendencia de opinantes, halagados por los modernos demagogos (literalmente, conductores de masas, quienes arrastran al pueblo) de la Comunicación y la Política. Por esta senda progresan y se amplifican las tiranías de la opinión pública, el consulting, la vox populi, el respetable público y el sentir de la gente. El micrófono está abierto y las cámaras no pierden detalle. El pronunciamiento crujiente de la calle se funde con el análisis sereno de los expertos a la hora de establecer un punto de vista sobre los asuntos más o menos prolijos, sin que se considere, por lo demás, pertinente introducir elementos de discriminación entre ellos (sería políticamente incorrecto).

Bajo la presión de esta atmósfera social, la demoscopia alcanza el rango de revelación y oráculo del pueblo, cuando –atención a esto– tal término de raíz alemana (Demoskopie) sugiere la noción de fotocopiadora del pueblo, y conste que no hago este señalamiento con segundas. Prueba también de que no exagero es que la imagen usualmente manejada para acreditar los trabajos demoscópicos es el hacer clic, la acción de pulsar el escenario social para tener así una fotografía fiel del estado de ánimo general, o sea, una impactante impresión. Toda opinión tiene acogida y cabida. Y, en efecto, se escucha de todo, pues a uno le preguntan y contesta cualquier cosa...

El relativismo cultural –entre otras clases nefastas de relativismo– tiene, en este escenario de variedades, inmejorables oportunidades para ver legitimado su propósito de equiparar y nivelar todas las culturas, lenguas y colectivas “vigencias” (Ortega y Gasset) por el simple hecho de que existan, cuando más bien lo que se provoca con dicha actitud es que muchas de ellas existan (artificial y gratuitamente) porque se las emparienta con el resto. ¿Cómo no va a alcanzar popularidad la idea de que el diálogo es esencialmente beneficioso en todos los terrenos y sin limitaciones o que la opinión pública siempre tiene razón? Lo pasmoso es que mayestáticos catedráticos de filosofía y de ciencias sociales se esfuercen por dotar de fundamentación teórico-práctica a semejante estafa. Tal vez sea esto porque no pierden la esperanza de ser fichados y promovidos por los partidos políticos gentiles, los cuales, por su parte, encantados de haberse y haberles conocido, han sabido dar forma a esta materia de opinión y transformarla en piedra filosofal.

Algunos viven así de rentas y del cuento de nunca acabar: si no rinden honores a la bandera de España y a la de nuestros aliados en el desfile de las Fuerzas Armadas en el día de la Fiesta Nacional es porque, dicen, ellos representan la opinión mayoritaria de los ciudadanos contra la guerra, puesta de manifiesto hace medio año y recogida asimismo por las encuestas de entonces. Las últimas manifestaciones apaciguadoras han concentrado a unos pocos miles de militantes y ya representan tan sólo a quienes tienen carnet del partido. Los picos de las encuestas suben y bajan según el caprichoso y acomodaticio sentir de la gente, y lo que ayer se le antojaba criticar, hoy lo consiente o le da igual. Sí, pero ¿quién desteta ahora al insaciable y rollizo bebé ávido de flujo energético? ¿Y cómo explicarles a los sencillos y soberanos opinantes para que lo entiendan que sus emanaciones y ligerezas de un día, sus alivios momentáneos, no han sido moralmente inocentes sino carne de cañón y materia de opinión para armar al político de la leche?

El ser humano está constituido básicamente de voluntad y entendimiento, pero para que puedan ejercitarse convenientemente exigen, como indicó Baltasar Gracián, de resolución y demostración, respectivamente. Pues bien, con muchos opinantes sucede lo contrario que con aquellas vasijas que perciben mucho y comunican poco: es decir, son tan morosos en el arte del entendimiento como apresurados en el ejercicio de la manifestación. En uno y otro caso, urge que se imponga la discreción. Sin embargo, el gran drama de estos tiempos reside en que cualquiera toma la palabra para pronunciarse sin reparo acerca de todo, entendiendo por resolución el aseverar sin pensárselo dos veces, y por demostración, el realizar una prueba de exhibición. Esto es, en rigor, cosa muy irresponsable, porque significa actuar a tontas y a locas, sin responder cabalmente luego de lo emitido, depositado o depuesto.
0
comentarios