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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Ortega y Gasset, actual y completo

La publicación de los primeros dos tomos de la edición crítica y definitiva de las Obras Completas del primer filósofo español, de nuestro pensador por excelencia, y una de las cumbres del pensamiento universal, José Ortega y Gasset, hay que acogerla, sin duda, como una gratísima noticia, además de constituir un verdadero evento cultural de gran relieve.

La publicación de los primeros dos tomos de la edición crítica y definitiva de las Obras Completas del primer filósofo español, de nuestro pensador por excelencia, y una de las cumbres del pensamiento universal, José Ortega y Gasset, hay que acogerla, sin duda, como una gratísima noticia, además de constituir un verdadero evento cultural de gran relieve.

A partir de ahora, por fin, el acceso al conocimiento de su obra comienza a estar a la altura de la importancia que tiene, desgraciadamente no siempre distinguida en la propia nación.

Sin caer en la hagiografía ni el ditirambo, es justo reconocer en la vida y la obra de Ortega una encomiable y muy digna dedicación a la vocación de pensador con todas las consecuencias. No sólo encontramos en sus textos un pensamiento vivo y plenamente actual, sino decididamente comprometido con el presente, el único tiempo que tenemos, o, mejor, que nos tiene. La principal preocupación del intelectual Ortega viene determinada por una doble circunstancia, temporal y espacial: trata de abordar definitivamente el problema de la modernización de España a fin de colocarla en el lugar histórico que le corresponde, un propósito no movido tanto por la nostalgia o la memoria de las glorias perdidas, como por las urgencias de la vida contemporánea, de la realidad vigente, del mundo circundante; se trata, en suma, de situar la cogitación del filósofo a la altura de los tiempos. En el Prólogo que escribe para la edición de sus Obras en 1932, él mismo reconoce el sentido de su navegación intelectual: “Toda mi obra y toda mi vida han sido servicio de España. Y esto es una verdad inconmovible, aunque objetivamente resultase que yo no había servido de nada”.
 
Ortega estuvo generalmente a la altura de donde había que estar en cada situación, activo y alerta, pero, hay que decirlo con claridad: las circunstancias, y, en especial, las personas, no siempre le acompañaron convenientemente. Tengo dicho, y repetido en varios lugares, que Ortega no tuvo demasiada fortuna en su día con muchos de sus llamados “discípulos”; tampoco, tras su muerte, con quienes se han hecho cargo de su legado intelectual, el cual ha sido asumido comúnmente como si de un pesado fardo se tratase, un material inflamable que quema en las manos y no se sabe muy bien lo que hacer con él: si dejarlo caer en cualquier sitio o guardarlo en el cajón. Ordinariamente, los denominados “seguidores” y “representantes” legales o fiduciarios de Ortega y Gasset le nombran y citan más por inercia o por remisa fidelidad que por genuina comprensión del significado y alcance de sus ideas, o sea, por firme lealtad.
 
Ya en vida, Ortega tuvo que lamentarse de la incomprensión, y a menudo incluso de la impertinencia, de aquellos que se decían sus pupilos o adeptos, pero, en realidad, no llegaban a confiar demasiado en sus ideas, o bien querían llevarle a su propio dominio, sea por motivos estéticos, políticos, ideológicos o religiosos; es decir, adoctrinarlo, amansarlo, sistematizarlo, a fin de que objetivamente sirviese para algo, a algún dios o ídolo al que dar lustre y predicamento. ¡Los discípulos marcándole al maestro el camino a seguir! ¡Nada menos que a un personaje tan poco dado a la modestia y a cualquier género de servidumbres!
 
¿Quién protege y ampara en la actualidad la herencia orteguiana? Me pregunto qué pensaría hoy nuestro gran escritor de ensayos periodísticos, en El Imparcial y El Sol, si supiese que su testamento intelectual se halla en las manos editoriales del imperio de Prisa y El País, y que muchas de las instituciones que llevan su nombre son conducidas por un buen número de personas que exhiben públicamente su reluctancia hacia el liberalismo, como teoría y práctica política, o al ensayismo, como género literario; que miran a menudo con recelo a la filosofía, como forma autónoma de saber; que coquetean con el juego de la desvertebración de España y sus animadores; y que, en el fondo, minimizan sus escritos como obra de un incorregible amateur, de un engreído, un arrogante y un petulante escritor. Probablemente, concibiese alguna sentencia más severa, pero nunca más sincera, que aquella que hizo leyenda: no es eso, no es eso…
 
La vida y la obra de Ortega son densas y fecundas —casi diría que “lujosas”— como pocas lo han sido en un pensador contemporáneo. Su sabiduría, erudición y precisión, combinadas amablemente con una escritura elegante y con la cortesía de una claridad expositiva, son verdaderamente ejemplares. Vital e intelectualmente hablando, Ortega representa muchas cosas y domina un amplio abanico de asuntos, desde la metafísica y la epistemología a los toros y la caza mayor. Pero, a mi juicio, la característica principal que lo define es su consideración casi clásica como pensador liberal y laico. Pero, ay, la reunión de estas dos disposiciones en una misma persona ha sido, por lo general, muy conflictiva entre nosotros. Por su condición de liberal, es invariablemente percibido por la izquierda (¡y aun por la derecha!) como un tipo sospechoso; o, simplemente, por decirlo de acuerdo con el patrón de esta era de la comunicación subyugada por los mensajes cortos, como un “fascista”. Por su inquebrantable posicionamiento, personal y filosófico, lejano de cualquier confesión religiosa —especialmente, del catolicismo—, Ortega ha sido visto corrientemente por la derecha con patente desconfianza, tomado por un filósofo ilegítimo, un tozudo impenitente, un soberbio racionalista, un enfant terrible, un espíritu demasiado libre e independiente difícil de controlar y sujetar. Esto es, demasiado liberal… Por lo demás, para no pocos liberales españoles estrictos, Ortega no fue suficientemente liberal, o no lo fue de veras.
 
En el prólogo de las Meditaciones del Quijote (1914), Ortega anuncia éste su primer volumen de ensayos que publica un “profesor de Filosofía in partibus infidelium”. Acaso a día de hoy, cuando al fin comienza la edición canónica de sus Obras Completas, tarea incomprensiblemente pendiente desde su muerte en 1955, por mediación del Grupo Santillana (reservados todos los derechos), continúa siendo para muchos, próximos y lejanos, un pensador “infiel”, con una producción aventurada. Por lo que a mí respecta, la valoro como una obra venturosa, sabia y gozosa. La obra de un pensador actual y completo escrita en una admirable, brillante y elegante escritura en español. Todo un lujo que no sólo nos merecemos, sino del que algunos nos sentimos muy orgullosos. Un acontecimiento nacional que ojalá sirva para conocer y conocernos mejor. Una feliz circunstancia que ojalá ayude a salvaguardarnos como lengua, cultura y nación: “y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

 

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