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La inmigración en España: una panorámica

Que España —país tradicionalmente de emigración— tenga en su seno en estos momentos más de dos millones de inmigrantes constituye un acontecimiento de trascendencia no sólo considerable sino difícil aún de evaluar en sus justas dimensiones. Lo es, entre otras razones, porque de esos inmigrantes no más de una tercera parte tiene su situación regularizada ante la ley mientras que los otros dos tercios —a pesar de su status ilegal— es recipiendario de beneficios legales gratuitos como la enseñanza o la sanidad por los que no cotiza.

Grupos

"Grosso modo" son cinco los grupos étnico-culturales que forman la inmigración en España. El primero, los chinos, constituye un verdadero enigma en la medida en que forman una comunidad herméticamente cerrada que, presuntamente, sólo ha tenido un fallecimiento en Valencia en los últimos años y ninguno en la comunidad de Madrid. Cabe suponer que nuevos inmigrantes ilegales han tomado las identidades de los fallecidos pero el hecho de que los chinos no creen problemas de orden público, sean muy laboriosos y no se mezclen con el resto de la población – la integración sólo es relativa - los ha situado fuera del interés de las autoridades y de las suspicacias del vecindario.

El segundo, los denominados subsaharianos —en realidad, ciudadanos de países del África negra— tampoco se suelen ver relacionados con problemas de delincuencia. Dedicados a la recolección de la fruta y a la venta callejera, no reciben muestras de rechazo por parte de los españoles y, curiosamente, tampoco suelen ser protagonistas de las peticiones de ayuda a las administraciones y a las ONGs. Por regla general, tienden a "buscarse la vida" sin pretender la integración.

El tercer grupo está formado por los inmigrantes procedentes del Este de Europa. Se trata de un grupo variopinto que, en buena medida, va a parar a actividades como el servicio doméstico y la prostitución en el caso de las mujeres y trabajos de carácter manual como la albañilería, la fontanería o la electricidad en el caso de los hombres. Con todo, no resulta extraño que también realicen trabajos de administración en empresas gracias a una notable preparación profesional combinada con el conocimiento de idiomas. Su integración es relativa pero creciente en la segunda generación. En general, no despiertan sentimientos de rechazo a pesar de la existencia de bandas organizadas dedicadas a robos, atracos y prostitución.

El cuarto grupo lo constituyen los hispanos. Aunque algunos orígenes (vg: ecuatorianos y colombianos) se encuentran especialmente acentuados, lo cierto es que la población no suele distinguir entre ellos y, en general, su integración es muy fácil —y la mejor— gracias a puntos comunes de carácter lingüístico y cultural.

Finalmente, nos encontramos con los magrebíes. Junto con los hispanos son, sin duda, el grupo que más recibe del Estado y que, con seguridad, no compensa con sus aportaciones esas entregas. A diferencia de los hispanos, sin embargo, su integración es casi inexistente por resistencias culturales y religiosas y constituyen el primer grupo en lo que a rechazo se refiere. De hecho, el que Marruecos sea el país más impopular en España se debe en no escasa medida a la cercanía de los inmigrantes procedentes del norte de África. El rechazo no es propiamente racial sino definitivamente cultural. Así, resulta difícil encontrar un centro escolar donde no se hayan sufrido problemas derivados de cuestiones como la exclusión que deben sufrir las musulmanas en gimnasia, deportes, obras de teatro o trabajos escolares simplemente por imposición de sus familias. Aún no se han producido problemas relacionados con el repudio de profesoras por parte de alumnos musulmanes pero sí se han detectados casos de mutilación sexual de niñas o de maltrato a mujeres siguiendo la ley islámica.

Futuro de la inmigración

A diferencia de lo que sucede en otros países europeos, en España no existe ningún partido xenófobo con representación parlamentaria ni es previsible su aparición al menos hasta dentro de un lustro. Tampoco son comunes los estallidos de racismo. Sin embargo, hay signos inquietantes de lo que puede depararnos el futuro. De entrada, es cada vez mayor el sector de la población que se queja de los beneficios que, gratuitamente, reciben los inmigrantes, en la mayoría de los casos sin pagar ninguno de los impuestos que recaen sobre los españoles. En contra de lo que se ha sostenido en repetidas ocasiones, los inmigrantes son tan numerosos que lejos de apuntalar el sistema de bienestar podrían dañarlo al recibir sus beneficios sin contribuir a su sostenimiento. Al respecto, las protestas en áreas como la sanidad o la enseñanza emitidas por los nacionales en contra de los inmigrantes son crecientes y denotan un malestar en absoluto injustificado.

Añádase a esto que la concesión de esos beneficios no sólo es sufragada por los nacionales sino que además amenaza con perjudicar a éstos no sólo por la presión fiscal sino también porque los servicios que reciben las familias son peores debido al incremento de las listas de espera o al desplome de la calidad de la enseñanza que se imparte conjuntamente a niños españoles y a otros inmigrantes que desconocen no pocas veces la lengua.

Estos problemas —todavía incipientes— pueden acentuarse en el futuro debido a la creación de una quinta columna islámica (buena parte de la infraestructura de Al-Qaida ha estado o está asentada en España) y a la demagogia practicada por las izquierdas que insisten en un mensaje no menos rancio que políticamente correcto.

La solución a problemas potenciales en el futuro pasaría por: la adopción de un sistema de cuotas que primara a los hispanos y, en segundo lugar, a los que proceden del Este de Europa en la medida en que su integración sería más fácil y la articulación de una política realista que primara las necesidades de los nacionales por encima de las de los inmigrantes y que, por ejemplo, suprimiera los beneficios sociales de aquellos cuya situación no está regularizada.

De no ser así, el rechazo hacia los inmigrantes podría experimentar un incremento peligroso e incluso producirse la eclosión de partidos de extrema derecha con representación parlamentaria. Ambos fenómenos son evitables pero también altamente posibles y caso de producirse sus consecuencias negativas serían de enorme peligrosidad.

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