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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Poder para cambiar las cosas

Para las sociedades libres y el bienestar de las personas no hay nada peor que sus gobernantes digan menospreciar el poder y, al mismo tiempo, confiesen su pasión por estar en el Gobierno, en la política, para así cambiar las cosas, transformar el mundo, alterarlo todo. Esto es lo que nos pasa en España con el Ejecutivo de Zapatero.

Para las sociedades libres y el bienestar de las personas no hay nada peor que sus gobernantes digan menospreciar el poder y, al mismo tiempo, confiesen su pasión por estar en el Gobierno, en la política, para así cambiar las cosas, transformar el mundo, alterarlo todo. Esto es lo que nos pasa en España con el Ejecutivo de Zapatero.
A pesar de que las encuestas y las vigencias dominantes en la sociedad española revelan que el periodo de gracia del actual residente de La Moncloa no ha finalizado y que su magnetismo animal no ha perdido garra, poco a poco van sumándose impresiones de que tras la fachada presidencial hay gato encerrado. Tarde o temprano el respetable público caerá en la cuenta de la comedia bufa que está presenciando en la arena política española. Cuando así sea, empezará a reaccionar y a salir del embeleso en que se ha sumido durante los primeros actos de la representación. Desde las altas instancias es muy difícil que apreciemos algún movimiento de corrección o transformación, porque se les ve encantados y radiantes: están consiguiendo todo el poder para "los suyos" y quitándoselo a los "otros", todo ello con inmunidad y aun impunidad, mientras se escuchan poquísimas protestas por parte de los afectados.
 
Esta especie de talante que agita a nuestros novísimos mandatarios recuerda bastante la noción de "dominación carismática" que teorizó el sociológico alemán Max Weber; es lástima que al haber fallecido, no pueda instruir a la pusilánime e indocumentada comisión de investigación e inquisición que hurga en las heridas del 11-M. Como es sabido, Weber distingue tres tipos de dominación legítima: la racional, la tradicional y la carismática. Entiende por carisma aquella cualidad que pasa por ser extraordinaria y casi mágica ante los ojos del vulgo, e infunde a la persona que la posee (o la psoe) unas aparentes fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas, propias de un ser enviado por dios, por medio de las cuales actúa como un jefe, caudillo, guía o líder. Ciertamente, es del todo indiferente que tal cualidad esté fundada objetivamente. Para que la cosa funcione, lo que importa es que los tocados por la fortuna estén persuadidos de que disfrutan de esa potencia y que el carisma del "poseso" sea reconocido por una buena parte de los dominados. La segunda peculiaridad está probada en el caso español: fundamentalmente, por el veredicto acalorado de las urnas, el pasado 14-M; la primera, viene corroborada por el actuar del Presidente llamado ZP, tan poseído de sí mismo, y reafirmada en sus declaraciones públicas.
 
Dos semblanzas que retratan muy significativamente el tipo de político que es Zapatero son conocidas: el biopic, el relato hagiográfico, que le dedicó Juan José Millás en El País Semanal el pasado mes de septiembre y la semblanza que el embajador del Time, James Graff, le regaló por las mismas fechas: "The Zen of Zapatero". Vale la pena rescatar algunos de los momentos más luminosos de estos reportajes, pues en ellos Zapatero no tuvo el menor pudor de desahogarse en breves flashes: es de dominio público el potencial fotogénico del Jefe del Ejecutivo, así como su facilidad para dar titulares a la prensa, a falta de capacidad para construir discursos políticos. Ocurre, en efecto, que lo fascinante de este extraordinario caso es percibir su habilidad para darle la vuelta a las cosas —he aquí su forma de cambiar el mundo—, hasta el punto de que la siguiente "meditación sobre la sociedad española" de Julián Marías parece dedicada al actual Presidente: "La falta de política ha llevado a una politización general de la vida que me parece sumamente peligrosa: hace falta que haya política; primero, porque es necesaria; segundo, para que entonces la mayoría de las cosas de la vida no sean políticas. Porque lo que ocurre es que cuando no hay política donde debe haberla, se derrama confusa e irresponsablemente por la sociedad y está en todas partes".
 
Exactamente esto es lo que nos está pasando en España, circa 2005. Que de tanta presumida solidaridad, fraternidad, concordia y progresismo como nos embarga, aquí todo el mundo se pone en el lugar del otro, pero casi nadie está en lo que hay que estar. Zapatero y sus ministros no hacen, estrictamente hablando, política en el Consejo de Ministros ni en el Parlamento ni en las Naciones Unidas, pero ansían politizar todo aquello que debería quedar libre del área de influencia, avariciosa y corruptora, de los políticos, esto es: la vida privada, el matrimonio y las relaciones sentimentales, las inclinaciones sexuales, los medios de comunicación, la cultura, el derecho y la justicia, la educación, la religión, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las Fuerzas Armadas, los petroleros y los aviones de transporte accidentados, la ética… O sea, las instituciones sociales y, por decirlo en términos de resonancias habermasianas (lo siento, no volverá a ocurrir) el "mundo de la vida".
 
Pero no. Zapatero, de camino a Argelia para estrechar lazos con el mundo islámico, confiesa a Millás ser feliz, porque llegar al poder era todo que había deseado en la vida, "en el sobreentendido de que gobernar era la capacidad de cambiar las cosas". He aquí su programa político: cambiarlo todo con la fuerza que le da el poder, pero que el poder no le cambie a él. Justamente lo contrario de lo que debe suceder en política: que el ciudadano que ocupa un cargo público, empiece a actuar plenamente como político, pero que, como un buen y deportivo árbitro, sus movimientos e intervenciones apenas se noten, es decir, que deje desenvolverse a los jugadores, los verdaderos protagonistas en la cancha.
 
Pero tampoco. Zapatero declara a Graff que él no quiere ser un líder ni un gobernante, que se conforma con ser un "buen demócrata". En este punto, Ortega no puede contenerse más: "Pero no parece menos absurdo el hombre que, como tantos hoy, se llega a nosotros y nos dice: ¡Yo, ante todo, soy demócrata!" (Democracia morbosa, 1916). Zapatero hoy no se conforma con esto, y nos dice que él es, más que nada, un demócrata radical, pero tranquilo. Un entusiasta de la política que anhela desmitificar el poder y no quiere ser político. Que él quiere ser, modestamente, artista. Lo mismo que la vicepresidenta, quien al presentar el proyecto de ley a favor de los matrimonios homosexuales declara, humildemente, como si la cosa no fuese con ella: "Ponemos fin a siglos de discriminación". Nada menos.
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