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Dos autores, cinco aciertos

Los economistas son por lo general gente seria que tiene el grandísimo defecto de no saber explicarse. Se enredan en cifras, en ecuaciones, en gráficas y en conceptos que al resto de los mortales nos son completamente ajenos y, por descontado, más misteriosos que la cara oculta de la Luna. Quizá por esa razón la economía tenga fama de aburrida y el españolito medio vaya por el mundo sin saber lo que es el PIB, el IBEX, el interés compuesto o la demanda agregada. El IPC, en cambio, lo tiene muy claro, pero sólo para maldecir al Gobierno cuando los precios suben; porque, precisamente por esa falta de interés por la economía, el personal suele confundir la inflación con la subida de precios, como si fueran la misma cosa, que no lo son.

La profesión, pues, está desacreditada, y más aún cuando muchos economistas, más que científicos sociales, se creen ingenieros sociales o incluso pitonisos sociales... que jamás aciertan en los vaticinios que extraen de una bola de cristal que sólo ellos poseen. Hay, sin embargo, excepciones. Pocas, cierto es, pero las hay. A veces a estas excepciones les da por trabajar juntas y descender al infierno de los desheredados que nunca han llegado a entender los secretos de la importación bruta de capital o de la renta nacional disponible. Estas excepciones, por añadidura, suelen cojear siempre de la misma pata doctrinal y ser tremendamente escépticas con las verdades que los dueños del sanedrín económico –que también lo hay– dan por sentadas.

Si no fuera por excepciones como éstas no existiría un libro como Una crisis y cinco errores, pequeño vademécum para el perfecto inútil económico que pretenda vadear con éxito las aguas bravas de la crisis. El libro lo han perpetrado a dúo maestro y discípulo; maestro fuera de lo común y discípulo aventajado de nuestro pequeño y coqueto liberalismo hispano. Se trata de Carlos Rodríguez Braun, palabras mayores en materia de economía, y Juan Ramón Rallo, quizá el mejor economista del mundo por debajo de los 30; y no digo esto porque sea amigo y compañero de fatigas desde hace la tira de años: lo digo porque es verdad.

Braun y Rallo, expertos consumados en desenmascarar falacias económicas, han tomado los cinco mitos más arraigados sobre el origen de la crisis y les han dado la vuelta. Los mitos, atornillados en la conciencia de la gente gracias a lo repetitivo que puede llegar a ser el socialismo en todos sus sabores políticos, son los siguientes: 1) la crisis es culpa del liberalismo, rebautizado de nuevo como neoliberalismo para que parezca algo más malvado; 2) la crisis es culpa de la codicia de hombres malos que, como Tony Montana en El precio del poder, proclaman: "El mundo y todo lo que contiene es mío"; 3) la crisis es culpa del libre mercado, que, por libre y por mercado, es lo más perverso que ha parido madre; 4) la crisis se solucionará salvando a los bancos, porque son unas pobres víctimas del neoliberalismo, de la codicia y del libre mercado; 5) la crisis se acabará si el Gobierno gasta a manos llenas, porque las vacas gordas se alimentan de gasto: si no usted gasta, alguien lo tendrá que hacer, y para eso está el Gobierno.

Pues bien, todo es mentira. Cinco monumentales trolas que esconden lo esencial. Braun y Rallo, recortada en mano, van abatiéndolas una a una. La crisis no es culpa del liberalismo porque no al pobre liberalismo no se le ve por ningún lado. No hay economía en el globo que no esté, en mayor o menor medida, manoseada por el Estado, con su cohorte de ineficientes funcionarios. Además, lo que hizo estallar la crisis: la moneda maleada a conciencia por parte de los bancos centrales, es de la sola responsabilidad del Estado y sus trabajadores y funcionarios. El dinero es cosa del Estado, lo acuña el Estado, y los tipos de interés los fija el Estado. Todo esto es, en definitiva, un liberalismo muy poco liberal; pero, bueno, doctores tiene la izquierda…

Lo mismo podría decirse del libre mercado. La crisis no está siendo más profunda debido a la globalización, que está permitiendo reasignar recursos y factores a gran velocidad. Sin ella, los mercados se hubiesen parado en seco al primer síntoma de agotamiento. Para que no nos alegremos demasiado, los políticos, verdaderos hachas que conocen mejor que nadie de qué va esto, ya están viendo el modo de poner alguna barrera al comercio, no vaya a ser que la cosa mejore...

Respecto a la ofensiva moralista que, con el cuento de la codicia, han emprendido a modo de monjes nuestros improductivos y enredadores miembros de la casta política, Braun y Rallo lo bordan cargando la inmoralidad sobre los que acusan de codiciosos a las personas libres que sólo quieren vivir lo mejor posible a costa de su trabajo o de su ingenio.

Si los chivos expiatorios de la crisis están más vistos que el tebeo, las soluciones que los pirómanos han buscado para apagar el fuego son tan previsibles que da pereza hasta citarlas. Los Gobiernos del mundo van a solucionar esto ayudando a los que actuaron mal para, acto seguido, gastar lo que tienen y lo que no tienen en financiar proyectos innecesarios o en mantener con vida actividades y empresas que el mercado, es decir, la gente, ha penalizado por ineficaces.

Una crisis y cinco errores se lee rápido y se disfruta. Está escrito en un lenguaje sencillo pero elegante que invita a seguir leyendo capítulo a capítulo hasta el inevitable cabreo final. Me consta que esa no era la intención de los autores, pero el engaño y la traición quizá sean lo que más enfurezca a las buenas personas. El Gobierno está practicando ambas con un desparpajo asombroso que estos dos grandes profesores denuncian con brillantez. Bien por ellos.

C. R. Braun y J. R. Rallo, Una crisis y cinco errores, LID, Madrid, 2009, 125 páginas.

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