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Contra la neoderecha y el archicapitalismo

En los últimos tiempos menudean los ensayos y los panfletos que alimentan el denominado movimiento de los indignados o que, simplemente, pretenden aprovecharse de las rastas y los tambores para vender unos cuantos ejemplares y resucitar esa extrema izquierda que vaga como los zombis de George Romero: lenta, perdiendo tasajos por el camino y arreando bocaos a cuanto incauto se le pone a la mano.

Entre estas magnas obras hallamos las de Stéphane Hessel, las de intelectuales de la talla de Willy Toledo, las perpetradas en cuadrilla y, si nos adentramos en el género picaresco, hasta las de Mayor Zaragoza. Raffaele Simone quiere apuntarse a la moda con un libro que trata de ser algo más que un panfleto de agitación –que también–, todo un ensayo sobre política y de sociología. En lo primero consigue algún éxito; en lo segundo, fracasa. El producto que sirve, sobre todo en su segunda mitad, me ha recordado a esas obras que se publicitan en revistas como Año Cero o Más Allá y que nos hablan de oscuras conspiraciones planetarias (desde lo de Roswell, también interplanetarias), de sectas milenarias que vienen rigiendo en la sombra los destinos del mundo, de arcanas sociedades precursoras del Anticristo Consumista.

Como esos toreros banderilleros, bullidores y efectistas con los rehiletes pero incapaces de solventar una faena seria, don Raffaele nos manda por delante a un sobresaliente para que cate la embestida y nos ponga el burel en suerte. Se trata de Joaquín Estefanía, quien, cumpliendo el trámite con cierto desencanto, viene a constatar lo que el añejo matador vendrá luego a confirmarnos, a saber: que el clima intelectual y cultural contemporáneo parece conducir naturalmente a los postulados de la derecha, que los objetivos políticos de la izquierda se están diluyendo y que un capitalismo centrado en el consumo amenaza la continuidad de una izquierda que, carente de un corpus ideológico consistente, no puede limitarse a mostrarse como la versión humana del capitalismo. La neoderecha es el Leviatán de hoy, que engulle almas y conciencias bajo sus promesas de bienestar y felicidad.

Puesto así el toro en los medios, se anima don Raffaele a llevarlo al caballo. Y es el mismo autor el que monta y se pone a hacer la barrena. Nos describe una derecha cuyos postulados son, más o menos desde la caída del Muro, aplicados hoy indistintamente por los Gobiernos que se reclaman de derechas y por aquellos que se motejan de izquierdistas.

La modernidad implica, según el autor, una vida más fácil y cómoda a través del consumo de todo tipo de productos y servicios, que nos procuran una existencia más sencilla. El consumo opulento es el arma de captación de las masas que emplea el archicapitalismo, proyección económica de la neoderecha. Siguiendo la explicación propuesta, la causa de la dilución del llamado movimiento 15-M sería el deseo de sus integrantes de hacerse con el último modelo del iPad, procurarse un sugerente paquete vacacional o agenciarse una moto de gran cilindrada. La neoderecha, el Monstruo Amable, mostró su sonrisa a los perroflautas y éstos pasaron de indignados a consumidores ahítos de modernidad.

Sensu contrario, si la derecha es el Monstruo Amable, la izquierda es una suerte de "belleza exigente", cuyas miserias nos describe Simone en la que tal vez sea la mejor parte del libro (por seguir con la alegoría, estamos en el tercio que él mejor conoce, el de banderillas).

El autor está desencantado de la izquierda actual y de los políticos que hoy se llaman de izquierdas, que no han sido capaces de dar respuesta a los retos de la modernidad. Ninguno de los ideales de izquierdas ha conseguido arraigar en la mentalidad colectiva de los países occidentales; al contrario, la izquierda de hoy, perdida su vocación de transformar las conciencias, apenas es capaz de imponer el uso de una serie de apotegmas mediante la dictadura de la corrección política.

Hay muchos objetivos (la paz, la protección del medioambiente, la defensa de los más débiles, la defensa del interés general, la paridad entre hombres y mujeres...) que el autor reclama propios de la izquierda y cuya enumeración, aparte de provocar sonrojo, nos lleva a un mundo no menos idílico que ése del consumismo feliz que atribuye a la neoderecha. La explicación del fracaso de la izquierda en el logro de tan tiernos objetivos obedece, según el autor, a varios factores:

  • Las rencillas internas (cuando no las crueles luchas) entre los diversos movimientos y corrientes de izquierda.
  • La creencia pueril en un hombre bueno por naturaleza que ha revelado no serlo tanto.
  • La doctrina y la práctica de lo políticamente correcto, llevadas hoy día hasta los límites de la comicidad.
  • La escasa contundencia en la represión de los delitos, una compasión incomprensible por los delincuentes (a los que hay que encauzar, no castigar) y un paralelo abandono de las víctimas.
  • La proliferación de simpatías peligrosas por causas que, no se sabe muy bien por qué (sugiero al autor que piense si no será una manifestación del feroz antiamericanismo del que blasona la izquierda), se han considerado patrimonio de la izquierda; por ejemplo, la defensa de la causa palestina y de lo árabe en general, incluyendo cierta condescendencia hacia el islamismo radical.
  • Y, finalmente, la cortedad de unos líderes de izquierdas que llevan lustros ofreciendo respuestas de ocasión y frases políticamente correctas en lugar de soluciones globales a los problemas del mundo moderno.

Los principios de la izquierda se han ido tornando más genéricos y acomodaticios, han perdido consistencia, se han ido destiñendo y se ha hecho evidente la renuncia a aplicarlos. La modernidad es, según el autor, consumista y de derechas, y los ideales de izquierdas no están a la altura de los tiempos. Las gentes de izquierdas ya no quieren luchar para transformar la sociedad sino sumarse al signo consumista de la modernidad.

Sin embargo, una vez constatado el declive, el autor critica ferozmente a quienes han pretendido reconocer que algo de útil tienen las ideas políticas de los oponentes (liberalizaciones, privatizaciones, etc.) y a quienes se avergüenzan de ser de su grey y eliminan de sus discursos términos como socialismo e izquierda. El fusionismo y el buenismo son buena prueba, según Simone, de todo ello: para no hacerse notar, para hacerse perdonar, la izquierda abandonó sus tradicionales rigor y firmeza para pasar a proclamarse defensora de todo tipo de actividades libertinas ("¡A colocarse!") o directamente ilegales (inmigración ilegal, conflictos de orden público, consumo de determinados estupefacientes...).

En suma, ¡la izquierda tiene que seguir siendo la izquierda aunque no sepamos lo que es la izquierda!

Tras explicarnos cómo la izquierda se deconstruye y se confunde con el paisaje, el autor entra en la faena de muleta: explicar qué es ese monstruo amable al que llamaremos neoderecha y al que aún se estaría a tiempo de combatir desde postulados de verdadera izquierda.

El fracaso de esta obra se ve venir tan pronto como observamos que empiezan a menudear las palabras yu-yu: Bush, Guantánamo, Irak... La neoderecha es una ideología con una desmedida afición por la mano dura (¿pero no habíamos quedado en que la izquierda se había vuelto demasiado compasiva con delitos y delincuentes?), con desmedida afición por leyes "abusivas" (naturalmente, lo que sea "abusivo" vendrá determinado por y desde la izquierda) al amparo de que "han sido votadas por el pueblo" (¡esa manía de las elecciones...!).

Dice Simone que la neoderecha es profundamente antipolítica porque sabe explotar y aprovechar el espacio que existe entre lo que quiere el pueblo y lo que imponen las leyes, pero no repara en que así contradice sus anteriores afirmaciones: si lo que hace la neoderecha es elaborar sus leyes invocando "la votación del pueblo", ¿qué necesidad ha de tener de vulnerarlas para dar al pueblo lo que quiere?

Una vez debidamente demonizada, nos adentramos en la fase de los misterios recónditos que imputar a la neoderecha: se trata de una ideología que no es identificable con un partido concreto, es algo difuso e inaprensible, ubicuo e incardinado en los poderes planetarios. Un conglomerado difuso de poder económico y financiero que impone o condiciona gustos, placeres, ambiciones e ilusiones. Esta suerte de megapoder en la sombra

  • desprecia profundamente al pueblo. La neoderecha sólo quiere servirse de éste fomentando en él el consumo y las bajas pasiones para alimentar así la espiral del archicapitalismo;
  • se nos presenta como festiva, cool y friendly (sic), valiéndose para ello del consumo y la constelación de placeres inmediatos anejos al mismo;
  • convierte el tiempo libre en tiempo ocupado, con lo que posibilita que las masas vivan con alegría su sometimiento a quienes les hacen consumir "mundos irreales" (parques temáticos, resorts, batallas fingidas...);
  • promociona la cultura de lo visual, que permite tornar lo verdadero en falso y lo falso en verdadero, sumiendo al individuo en la irrealidad de las imágenes. Más aún, la neoderecha está transformando el concepto de ver en tecno-ver;
  • diluye el concepto de vergüenza, de modo que hoy en día todos ansían exhibirse (incluso en las situaciones más vergonzosas) y ver en la intimidad cómo otros hacen lo propio;
  • fomenta el culto al cuerpo y a la belleza juveniles. No se aprecia la juventud por sus valores intelectuales sino por lo físico. El viejo es hoy una molestia;
  • anima a buscar el futuro en lo inmediato, en el placer inmediato.

A todas esas modernidades con que el poder planetario en la sombra ha conseguido enmascarar sus torvos fines (explotarnos mientras nos sentimos felices), la izquierda no puede oponer sus tradicionales valores de rigor, renuncia y exigencia (sí, eso dice, han leído ustedes bien), y se ve condenada a un progresivo declive, acelerado aún más por

  • la disolución de la clase obrera como clase general como consecuencia de la deslocalización y de una afición de sus miembros por el consumo que les hace perder su conciencia de clase,
  • la metamorfosis antropológica y económica del pueblo que se siente de izquierdas, no formado ya por obreros sino por millonarios, burgueses urbanos y otras gentes de cuello blanco y escasa fiabilidad y
  • la desaparición de los jóvenes de la esfera política debido a que manejan dinero suficiente como para no sentir necesidad de implicarse en luchas ideológicas.

Pero, en fin, pese al negrísimo panorama que representa para la izquierda su incompatibilidad con los signos de la modernidad antes descritos, cree Simone que aún está a tiempo de buscar nuevos contenidos y de inventar nuevos motivos para apostar por ella. Por resumir de forma libre y en mis propias palabras: tenemos que combatir la modernidad consumista porque viene impuesta por la derecha, y para ello tenemos que descubrir algo, no sabemos muy bien el qué, pero para lo que ya tenemos nombre: izquierda[1].

Raffaele Simone, El monstruo amable, Taurus, Madrid, 2012, 200 páginas.



[1] No se puede decir "neoizquierda" porque el prefijo neo- sólo se aplica a términos con connotaciones negativas, como derecha, conservador o liberal.

 

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