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LIBROS: EL EXPEDIENTE EINSTEIN de FRED JEROME

Repaso a Einstein

Probablemente sea Einstein el científico más popular de nuestro tiempo y sin embargo poco sabe la gente de su vida y, menos aún, de sus convicciones ideológicas.

Lo que Fred Jerome nos ofrece en este libro no es una biografía, es el fruto de su trabajo sobre el expediente, conservado por el FBI, en el que constaban las actividades políticas del físico alemán durante sus años de exilio en los Estados Unidos. En lo privado Einstein no fue lo que se entiende por un hombre bueno, hizo bastante daño a la gente que le quiso pero tuvo esa rara habilidad, que dicho sea de paso, suele ser patrimonio de la gente de izquierdas, de disimular bajo el disfraz de benefactor de la humanidad los múltiples agravios infligidos a sus seres más cercanos.

Cuando, en noviembre de 2002, apareció El expediente Einstein en las librerías españolas pensé que podría ser el libro que me resolviera las dudas que siempre había tenido sobre el grado de compromiso político del genial físico judío y su participación en la construcción de la primera bomba atómica. Debo confesar que después de leer las cinco primeras páginas que componen el prólogo de esta obra tuve la tentación de rendirme y no seguir adelante. Era grande mi curiosidad pero ¿qué sentido tenía informarse de este asunto a través de un escritor que, según sus propias palabras, su condición de “niño que nace con pañales rojos” le impedía ser objetivo? ¿No sería perder el tiempo leerse 500 páginas de algo que desde el primer momento prometía ser un puro “panfleto” antiamericano?

Como era de esperar, el libro está impregnado de ideología anticapitalista y antiyanqui. Los papeles que sobre Einstein elaboró el FBI son considerados algunos como insultantes, otros como ridículos y todos como discutibles. Sin embargo es curioso que Fred Jerome ponga mucho más empeño que el mismísimo Hoover en demostrar que Einstein fue un activista de izquierdas. Y es que, según él, siempre ha existido una especie de conspiración para escamotear la militancia política de Einstein: “Nos ha sido permitido admirar y elogiar a Einstein como genio, pero como modelo para los jóvenes, un genio que también era antirracista, antibelicista y socialista queda simplemente vedado y fácilmente omitido de todas las versiones aprobadas de la historia”.

Ese prólogo en el que el autor deja constancia de su propia condición de “perseguido por el FBI” termina con una suposición peregrina. Cuenta Jerome que le sorprendieron los ataques terroristas del 11 de septiembre cuando estaba a punto de terminar su libro y que entonces, obsesionado como estaba con su personaje, pensó que si Einstein hubiera estado aún con vida el horror y la repugnancia ante ese “pavoroso acto” no le hubieran impedido ser “indiferente a otras ofensas” como “el creciente recurso de Washington a los ataques militares en el extranjero y a la represión en los propios Estados Unidos: el bombardeo indiscriminado de civiles; la redada, paladinamente sin pruebas, de miles de árabes o personas con aspecto de tales.”

Estas palabras quedaron escritas antes de que estallara el conflicto bélico e ideológico de la guerra de Irak. Menos mal que los promotores de las numerosas manifestaciones pacifistas de las últimas semanas: políticos falaces, cómicos indocumentados y gentes de la “cultura”, están por lo general bastante alejados del mundo de la física y no son lectores de este tipo de libros pues, de haberlo sido, no me cabe ninguna duda de que la efigie del conocido genio pasearía sobre pancartas y carteles todos los días por las calles españolas. Pero, diga lo que diga Fred Jerome, me cuesta imaginar al padre de la teoría de la relatividad compartiendo cartel con Saramago. Es verdad que Einstein fue uno de los grandes líderes de los movimientos pacifistas de entreguerras, pero no se debe olvidar, y el propio Jerome da buena cuenta de ello, que en 1939 puso su firma en la carta que su colega Leo Szilard, físico húngaro experto en energía nuclear, escribió al Presidente Roosevelt para alertarle sobre el peligro de que Hitler construyera una bomba atómica y pedirle que fundara un grupo de investigación nuclear norteamericano.

Un dato que lleva a pensar que cuando Einstein se dio cuenta del peligro que el nazismo suponía dejó de jugar con los izquierdistas que gritaban “ante todo paz”, creyó que la libertad sólo podría defenderse con las armas y apoyó la idea de que era necesario construir nada menos que una bomba atómica. Según cuenta Fred Jerome en su libro, en julio de 1941 Einstein escribió a un estudiante que le había echado en cara su apoyo a la investigación del armamento nuclear: “Mi aversión hacia el militarismo y la guerra es tan grande como la suya. Pero con el ascenso del fascismo me di cuenta de que no se pueden mantener posturas pacifistas sin correr el riesgo de que el mundo entero caiga en manos de los enemigos más terribles de la humanidad. Al poder organizado solamente se le puede enfrentar otro poder organizado. Por mucho que lo lamente no hay otra vía”.

La narración de Fred Jerome se centra sobre todo en la relación que Einstein mantuvo con el grupo de científicos que formó parte del Proyecto Manhattan, creado por el presidente Roosevelt en 1940 para investigar la posible construcción de una bomba atómica. Realmente la visión dogmática de un escritor comunista es lo menos indicado para desenredar la madeja de lo que fue una complicada historia de espionaje y contraespionaje que empezó en plena guerra mundial para impedir el avance de las tropas de Hitler, alcanzó su punto álgido en Hiroshima y Nagasaki y se prolongó durante los primeros años de la guerra fría.

Una de las cuestiones que más intriga al autor del libro es la razón por la que Einstein quedó fuera del Proyecto Manhattan. El periodista americano no cree que esta razón fuera ideológica pues al parecer Roosvelt reclutó los talentos necesarios para construir la bomba sin fijarse en sus afinidades políticas. Tampoco cree que se debiera a razones de tipo científico, a pesar de que uno de los físicos del proyecto, Hans Bethe, dejó escrito que Einstein no fue reclutado porque realmente su especialidad no era la física nuclear.

La explicación que da el periodista de los “pañales rojos” es que Hoover puso bola negra a Einstein influido pro los propios nazis que odiaban al físico por su condición de judío, por su historial conspirador y por su carácter genial. Como era de imaginar Fred Jerome se muestra escandalizado por la neurosis anticomunista que se desató en el FBI en los primeros años de la guerra fría. Una neurosis que, en lo que se refiere al Proyecto Manhattan, estuvo, creo yo, bastante justificada.

Como el propio Jerome dice, el grupo formado por Roosevelt estuvo lleno de científicos de izquierdas que, una vez terminada la guerra, continuaron sus investigaciones sobre la energía nuclear. Cuando Hitler dejó de ser el enemigo peligroso, la bomba atómica se convirtió en un instrumento fundamental para intimidar a la Unión Soviética. Entonces, uno de los miembros más importantes del Proyecto Manhattan, Josep Rotblat, presentó su dimisión y varios de los físicos que había trabajado en la construcción de la bomba constituyeron, bajo la presidencia de Einstein, lo que se llamó el Comité de Emergencia de Científicos Atómicos (ECAS). Este Comité, en teoría, trabajaba para concienciar a la población sobre la necesidad de desmilitarizar el mundo para evitar una guerra nuclear pero el FBI, según consta en sus archivos, siempre sospechó que servía de tapadera para “mantener informados a los científicos extranjeros sobre el desarrollo estodounidense en el campo de la ciencia pura”. Hoy sabemos que al menos tres de los científicos que trabajaron en la construcción de la bomba, Robert Oppenheimer, Ted Halls y Klaus Fuchs pasaron información a los soviéticos.

Puede ser que Jerome tenga razón y que el compromiso de Einstein con la izquierda soviética fuera mayor de lo que imaginamos. En ese caso, el libro, como en su día el FBI, no ha conseguido ofrecer pruebas que lo demuestren. Por otra parte, resulta más creíble pensar que el físico estuvo lo suficientemente absorbido por la ciencia como para ignorar todo o casi todo sobre política o economía. Ludwig von Mises, uno de las pocas personas de su tiempo que tuvo para él palabras de crítica dejó escrito un testimonio que puede clarificarnos mucho más que toda esta obra de Fred Jerome.

Mises en la Autobiografía de un liberal, relata cómo llegó a la conclusión de que para comprender los grandes problemas de la política económica y social era imprescindible el dominio de la teoría económica. En aquellos primeros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando con más pesimismo contemplaba el futuro de la civilización, escribió: “Si como hemos podido constatar, incluso hombres como John Maynard Keynes, Bertrand Russell, Harold Laski y Albert Einstein no han sido capaces de comprender los problemas económicos, ¿no es forzoso concluir que el intento de llevar a las masas por el camino recto no tiene perspectiva alguna?

Fred Jerome, El expediente Einstein. Planeta, noviembre 2002 ( 501 páginas).

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