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TEMAS DE ECONOMÍA

¿Resucita el keynesianismo?

Durante más de cuarenta años el keynesianismo dominó el mundo académico y la práctica económica de los gobiernos. Las políticas de Roosevelt previas a la Segunda Guerra Mundial ya incorporaban muchas de estas “recetas”. Después de la segunda gran guerra el keynesianismo desplazó a los economistas liberales de toda influencia en las universidades o los gobiernos. ¿Por qué perdieron esa hegemonía? ¿En qué estaban equivocados?

Keynes se enfrentó al problema de la Gran Depresión. Según la macroeconomía clásica, los mercados funcionan perfectamente (o casi) y se ajustan rápidamente (o casi). Pero la Depresión, sus consecuencias (fueron años de crisis y paro), desmintieron aquello. Keynes construyó una explicación e indicó una solución práctica: activar la economía con un impulso artificial. En aquellas circunstancias tenía sentido la idea, pero hoy se sabe que él sólo estudió un caso anómalo que de hecho no ha vuelto a repetirse. Bien, los keynesianos norteamericanos de los años 50 y 60 (Samuelson, Tobin, Modigliani), que tenían como oponente al “clásico” Friedman, elaboraron una macroeconomía sobre el caso anómalo planteado por Keynes, dándole presunta validez general. Así pues la economía podía situarse en cualquier posición con desempleo y permanecer ahí indefinidamente: la economía necesitaba muletas para andar sobre las ondulaciones del ciclo sin quedarse atascada. Y así justificaron las medidas contracíclicas, que abrieron la puerta a los déficit persistentes. En el fondo se asentó la idea de que la economía era manipulable desde un centro de control estatal, con ciertas restricciones. Esta es la segunda acepción de “keynesianismo”, que proviene de una “generalización” indebida del caso que analizó de Keynes.

Así pues, el keynesianismo “práctico” aconsejaba intervenir durante las fases recesivas del ciclo para “aplanarlo”, y hacer menos traumáticos esos períodos, o incluso hacerlos desaparecer. Para ello proponían que el Estado “interviniera”, estimulando la demanda agregada para que esta “tirara” de la oferta hacia niveles de generación de renta y de empleo superiores. En sentido estricto el Estado sólo puede impulsar la demanda agregada si no se limita a redistribuir recursos. Si suben los impuestos y el gasto público, con déficit cero, no podremos hablar de una política keynesiana. El aumento del gasto público es expansivo pero el aumento de los impuestos tiene el efecto contrario. Para que se de un impulso artificial tiene que haber una generación también artificial de capacidad de gasto, de demanda. Hay dos vías: el incremento de la oferta monetaria (política monetaria) y el incremento del gasto público con déficit, que puede traducirse al final en aumento de oferta monetaria en sentido amplio (dinero o títulos negociables).

Bien, si el Estado recoge con una mano lo que gasta con la otra no hay empujón alguno. La división demanda/oferta no es lo determinante cuando hablamos de keynesianismo. La clave está en impulsar artificialmente una economía elevando su capacidad de gastar (demanda), lo que requiere una “generación” artificial de recursos: gastos sin ingresos. En lo que se concreten esos gastos es lo de menos. Keynes veía positivo incluso el contratar a gente para que abriera y cerrara zanjas. ¿Cuándo es keynesiana una determinada política? Por ejemplo, las ayudas a las empresas para inversiones en tecnología entran dentro de lo que se llamó “políticas de oferta” a principios de los 80, pero si éstas se llevan a cabo sin déficit no son políticas keynesianas en sentido estricto, y si así es sí lo serán. Las “políticas de oferta”, mal definidas, aludían más bien al tipo de intervenciones del Estado que resultaban más eficaces (con o sin déficit).

Friedman no hizo mucho daño teórico durante los años 60. Nadie le hacía caso. Hasta que llegó la crisis de los 70, que las teorías de Friedman explicaban bien y las de los keynesianos no. La crisis de los 70, con altas tasas de inflación, no era el caso típico al que estaban acostumbrados a enfrentarse los keynesianos, y sus “recetas” sólo empeoraban el problema (fue el caso de España, sin ir más lejos). Tomó el relevo el grupo más joven y radical de los New Classical, que generalizaron los planteamientos de Friedman y desarrollaron una teoría del ciclo teóricamente muy elegante, y más “creíble” para la práctica que la desacreditada keynesiana. Y su reinado ha sido tan absoluto que los “keynesianos” desaparecieron del mapa (y de los consejos asesores de los presidentes). El argumento de Friedman era que el efecto en la economía real de las políticas keynesianas a largo plazo era sólo inflación, y nada más que inflación. Los New Classical eran más radicales: la impotencia de la política keynesiana se verificaba incluso a corto plazo.

Los keynesianos de los años 50 y 60 tienen poco que ver con el keynesianismo superviviente de nuestros días. El “keynesianismo” es hoy un vertedero de escombros. En la segunda mitad de los 80 apareció un grupo de economistas jóvenes que reivindicaron de nuevo el título de “keynesianos” (New Keynesians). Pero en el fondo no aportaban otra cosa que un catálogo de peros (excepciones) al cuerpo teórico generalmente aceptado que era el de los Nuevos Clásicos. Los New Keynesians (Mankiew, Blinder, Blanchard) que surgieron como grupo opuesto a los New Classicals tienen poco en común, salvo la creencia en que los mercados no funcionan de forma perfecta a corto plazo, que se atascan, lo que explica muchas disfuncionalidades que pueden ser persistentes. Nada más. A largo plazo dan la razón a los “liberales” (en sentido europeo) New Classicals.

La situación hoy sigue igual: los keynesianos no han sido capaces de justificar “recetas” económicas muy distintas a las “liberales” (en el sentido europeo del término). El descrédito del keynesianismo perdura hasta nuestros días. El propio tratado de Maastricht recogió la necesidad de un cierto rigor presupuestario independientemente de la coyuntura cíclica. Hoy sólo algunos partidos políticos, invariablemente autodenominados “de izquierdas”, amenazan con romper la ortodoxia, aunque no tanto por creer en las virtudes de las viejas recetas keynesianas como por recuperar el arma política fácil de gastar sin ingresar como instrumento para mantener o recuperar el poder. Ha sido el caso de Alemania en año de elecciones o de España, donde por un lado tiende a relajarse la directriz de contención del gasto y reducción de impuestos y por otro lado el principal partido en la oposición ofrece incrementos de gasto público para todo y para todos. Lo que hay detrás es la pura conveniencia mercantil de la política, y no una resurrección de la fe en el keynesianismo doctrinario de toda la vida, lo que hace más cínicas aún las propuestas.

Rubén Osuna Guerrero es profesor de Análisis Económico en la UNED.

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