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DIGRESIONES HISTÓRICAS

Si yo fuera obispo

Los obispos creen que la reconciliación se alcanza defendiendo la verdad, y no cayendo en miedos o falsas complacencias con el embuste generalizado hoy día por la izquierda, engendrador de nuevos odios y violencias.

A los de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica les ha dado por reivindicar la dignidad de las víctimas católicas del bando franquista, e, invocando la necesidad de la reconciliación, han enviado a los obispos y a los medios de prensa —sobre todo a éstos— una larga carta en la que, con mucha retórica, solicitan la apertura de los archivos (eso está muy bien, creo, si no es una reclamación ociosa), y la eliminación de las placas dedicadas a los “caídos por Dios y por España”, ya que las mismas “agravian y culpabilizan públicamente a las familias de las víctimas republicanas”, cuyo “derecho a la dignidad” sería “incompatible con las citadas placas”.

Piden también que “en todas las iglesias se lea un sermón que reconozca a estas víctimas olvidadas y ayude a sus familiares a recuperar la dignidad pública” Y que se “reclame públicamente su derecho a recibir una sepultura digna”. Y, finalmente, que en su próxima visita el Papa Juan Pablo II “en representación de la Iglesia, perdone y pida perdón por la colaboración que tuvo la Iglesia con la dictadura franquista. De este modo la Iglesia puede dar reconocimiento a sus miembros que padecieron persecuciones y fueron asesinados y tendría la dignidad de pedir perdón a los miles de familias a los que en muchos casos los propios curas negaron la posibilidad de ser enterrados en cementerio”.

Yo creo que un obispo bien enterado de la historia podría contestar algo como esto:

“Queridos hermanos:

Nos complace extraordinariamente vuestra preocupación por las víctimas católicas de la guerra civil, pero, ya que os decís deseosos de recuperar la memoria histórica, nos sorprende ignoréis que la casi totalidad de las víctimas católicas lo fueron a manos de quienes ustedes llaman republicanos. Y lo fueron, muy a menudo, por sus convicciones religiosas, precisamente. También murieron católicos, sin duda, a manos de los vencedores, pero no por ser católicos, sino por su adscripción o actividad política. En todos los casos se trató de sucesos crueles y tristes, nacidos del odio, pero si habláis de reconciliación y memoria, quizá os conviniera recordar a las víctimas de ambos lados.

También olvidáis, ¡ah, esa memoria, queridos hermanos!, a los numerosos izquierdistas torturados y asesinados, no por los vencedores, sino por otros izquierdistas, pues el odio que, desgraciadamente, llegaron a profesarse entre sí, les impulsó a tales prácticas y a dos guerras civiles entre ellos mismos, dentro de la contienda general. No creemos justo ni digno el olvido en que dejáis a esas víctimas, muchas de las cuales deben de reposar en fosas comunes, o bajo obras de carretera, según indica algún informe anarquista, etc.

Por otra parte, los izquierdistas fueron en su inmensa mayoría irreligiosos o antirreligiosos, y no deseaban ser enterrados en cementerios católicos. Aun así, la mayoría de ellos lo fue, por deseo de sus parientes o por imperativo de las circunstancias, y la Iglesia siempre estará dispuesta a acogerles, aunque, precisamente por obra de odios que no deben repetirse, algunos sacerdotes pudieran haber cometido la injusticia de negarles en otros tiempos reposo en el cementerio.

Nos asombra asimismo que, en vuestro noble anhelo de recuperar la memoria histórica, llaméis “republicano” a uno de los bandos. Como sabéis sin duda, esa palabra sólo tiene valor propagandístico, y encubre la realidad. Todos los documentos e historias serias, empezando por el testimonio del señor Azaña, constatan que en aquel Frente Popular los republicanos eran pocos y poco influyentes. La mayoría más nutrida y activa eran anarquistas, comunistas y socialistas partidarios de alguna revolución. Éstos, por otra parte, habían atacado en los años anteriores, de forma reiterada y por desgracia sangrienta, a la misma república, a la cual, por interés propagandístico, decían defender durante la guerra. Aclarar esto tiene el mayor interés para la memoria histórica, pues evita falsedades como la identificación de los revolucionarios con la democracia, cosa sólo admisible si usamos la palabra democracia en el sentido que Stalin le daba, y que seguramente vosotros no querréis compartir.

Y no creemos que las placas a los caídos “por Dios y por España” puedan agraviar a nadie. Mencionan a caídos y asesinados que creían sacrificarse por esos ideales, del mismo modo que los contrarios lo hacían por los suyos. Habréis observado, dilectos hermanos, que nosotros no hemos hecho campaña contra los numerosos monumentos, placas y felicitaciones públicas a las Brigadas Internacionales, a Negrín, la Pasionaria, Azaña, etc. etc. pese a que, sin duda, muchas personas en España se han sentido y se sienten víctimas de todos ellos. Vuestra carta parece sugerir una reconciliación basada en el olvido y desprecio de unos y la exaltación exclusiva de los otros. A nuestro humilde juicio tal exigencia, lejos de reconciliar, sopla sobre los rescoldos que todavía puedan quedar de aquellos viejos rencores. ¿Vale eso la pena, hermanos?

Por lo demás, los españoles, en su gran mayoría, están reconciliados y ansían ver aquellos sucesos tratados como un pasado a estudiar con espíritu objetivo, lejos de sentimientos turbios y de anacrónicos “agravios”, “dignidades heridas”, etc., que unos y otros podrían invocar con igual derecho.

No entendemos bien vuestra petición, sin duda bienintencionada, de que el Papa “perdone y pida perdón”. ¿Debe el Papa perdonar a ustedes o a quienes se sienten herederos de aquellas izquierdas, por haber quemado iglesias, centros de enseñanza católicos, bibliotecas —algunas de las más ricas del país—, por haber proyectado textualmente una guerra civil, es decir, una guerra fratricida, por haber sembrado el odio en nombre de utopías sanguinarias, por haber desatado la mayor persecución religiosa de la historia, por haberse asesinado y torturado sañudamente entre ellas mismas? ¿Es que van a pedir perdón ustedes por esas cosas? El gesto sería sin duda apreciado por la ciudadanía española, pero creednos que es innecesario. La Iglesia ha perdonado hace mucho todos esos crímenes, que, a nuestro humilde entender, deben quedar para la historia y no para la política actual. Y también la Iglesia ha pedido perdón varias veces por sus errores y actos reprobables, por acción u omisión.

Pero vemos que no os basta, y que exigís imposibles. ¿Cómo va a pedir perdón la Iglesia a quienes la martirizaron o se sienten herederos de los martirizadores, los cuales no han expresado hasta ahora el menor gesto de arrepentimiento y reconciliación, y renegar de quienes la salvaron en aquel trance extremo? Es como exigirnos que pidiéramos perdón a Nerón. Como ustedes indican, el franquismo fue una dictadura, pero la propuesta de las izquierdas de entonces consistía en otra dictadura mucho más terrible y sangrienta, como se ha demostrado en todos los países en que ella se asentó, y como sin duda no ignoráis vosotros, aunque vuestra memoria flaquee tanto, pese a vuestros meritorios esfuerzos por recuperarla. El régimen franquista nació de la desdichada necesidad de vencer a un totalitarismo, y, aunque dictadura al fin y al cabo, dejó un país próspero, de espíritu moderado y mejor capacitado que nunca para la democracia. Sólo tenéis que echar la vista al legado de los totalitarismos de izquierda en Europa del este para apreciar la enorme diferencia.

Un extraño espíritu os impulsa a llamar democracia y reconciliación a cosas que son la negación misma de tales conceptos. Os rogamos, hermanos, que recapacitéis, etc.”


En fin, algo así. Ya sé que mi lenguaje suena poco obispal, aunque intente imitarlo, pero si bien las formas podrían cambiar, el contenido de la respuesta debiera ser el arriba indicado. Esto, si los obispos creen que la reconciliación se alcanza defendiendo la verdad, y no cayendo en miedos o falsas complacencias con el embuste generalizado hoy día por la izquierda, engendrador de nuevos odios y violencias.


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