Menú

Las relaciones hispano-norteamericanas en perspectiva

"Los intelectuales europeos en general... se regocijan con la vieja Europa. El anti-americanismo es cómico, además de ser estúpido."
Antonio Gramsci, Babbitt (c.1930)

Del Pacto de Madrid (1953) a la Cumbre de Las Azores (2003) median cincuenta años que han cambiado la historia de España: desde el inicio de su inserción económica y estratégica en el ámbito occidental hasta la plena consolidación del sistema democrático en la dimensión de una política exterior correspondiente a la nueva situación geoestratégica del siglo XXI. Si el anti-americanismo, esa enfermedad infantil del "progresismo", no nos cegara la mirada histórica, los españoles comprenderíamos que el medio siglo de alianza y  amistad con los Estados Unidos de América (sí, el último y único Imperio, pero de una república democrática), presenta un balance claramente positivo para los intereses de España.

Julián Marías, respondiendo a la pregunta "¿dónde estamos?", ha insistido que los españoles estamos en Europa y con América, que nos acompaña, queramos o no, y es parte de nuestra realidad, aunque escasamente visible después de la Independencia. Y habría que añadir algunas precisiones que hizo el historiador norteamericano Carlton J. H. Hayes, siendo embajador en España: "Los españoles se limitan a considerar la América latina como tope de la Hispanidad; pero yo diría que todas las Américas son España y España es toda América."

Las relaciones de nuestra nación con la América del Norte, en efecto, se remontan a la fecha de su descubrimiento, en tomo a 1500, cuando la Corona española iniciaba su propia trayectoria imperial. Fuera el viaje de Alonso de Ojeda y Américo Vespucio en 1498, desde el Golfo de Méjico hasta la costa de Delaware y Chesapeake Bay, como sostiene Robert B. Downs, fuera el "viaje olvidado" de 1499 a La Florida, que refieren David B. Quinn y David J. Weber, lo cierto es que en el magnífico mapa de Juan de la Cosa (hacia 1500), que probablemente tenía también noticia del descubrimiento de las costas canadienses por Cabot, aparece ya dibujada la parte Norte del Nuevo Mundo que corresponde a los Estados Unidos actuales.

Entre 1500 y 1800 España descubrió, exploró y tomó posesión de inmensos territorios, que abarcarían más de tres quintas partes de lo que hoy son los Estados Unidos de América: La Florida, California, Arizona, Nuevo Méjico, Colorado, Nevada, Utah, Tejas, Las Luisianas (Louisiana, Missouri, Arkansas, lowa, Minnesota, Dakota Norte y Sur ...). Fueron tres siglos de expansión, solamente frenada por la resistencia de las innumerables tribus y naciones indias y por los establecimientos de los imperios británico y francés. Cuando las colonias británicas de Nueva Inglaterra y del Sur se declaran independientes y adoptan el nombre de Estados Unidos de América (1776), la Corona española apoyará su causa, principalmente como consecuencia de los Pactos de Familia con la Corona francesa frente al Imperio británico. Los momentos más sobresalientes fueron el período 1777-1783 (pactos Lee-Grimaldi, Lee-Floridablanca, Jay-Floridablanca, y Jay-Aranda, sobre el apoyo económico y militar a los norteamericanos, y Tratado de Paris, en el que España recupera Las Floridas) y 1795 (Tratado de El Escorial, o Pinckney-Godoy, de amistad, fronteras y navegación del Mississippi) en cuyo artículo I se convenía que "Habrá una paz sólida e inviolable y una amistad sincera entre S. M. Católica, sus sucesores y súbditos, y los Estados Unidos y sus ciudadanos, sin excepción de personas o lugares."

En 1800, sin embargo, con la retrocesión de Las Luisianas comienza la decadencia y las pérdidas coloniales que desembocan fatalmente en 1898, el momento más crítico de la historia de las relaciones hispano-norteamericanas, cuando los propios Estados Unidos descubren su destino. imperial.

Sobre el legado histórico-cultural español en Estados Unidos -aparte, naturalmente, del simple pero impresionante dato estadístico de más de cuarenta y tres millones de hispanohablantes, incluyendo al Estado Libre Asociado de Puerto Rico (Censo de 2002, USA Today, June 19,2003) y el número incalculable de ciudadanos y residentes no hispanos que hablan o estudian español- son absolutamente fundamentales las obras de Carhon J. H. Hayes, The United States and Spain: An Interpretation (1951), Phi1ip W. Powell, Tree of Hate. Propaganda and Prejudices Affecting United States Relations with the Hispanic World (1971), Carlos M. Fernández-Shaw, La presencia española en Estados Unidos (ed. 1987) y David J. Weber, The Spanish Frontier in North America (1992).

Así, después de un cuarto de siglo (1776-1800) de intensas relaciones de colaboración con la nueva nación, seguirá siglo y medio (1800-1953) de relaciones anodinas o difíciles, jalonadas de desencuentros, conflictos y hostilidades, solamente compensadas con algunos tratados de "relaciones generales" y acuerdos comerciales (1902, 1906, 1910). La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial activarán el interés norteamericano por el régimen de Franco. En realidad, durante la década anterior al Pacto de Madrid se fueron preparando las condiciones para la alianza, como han demostrado Carlton J. H. Hayes, Willard L. Beaulac, Arthur P. Whitaker, James W. Cortada y Stanley G. Payne, entre otros. Incluso, quizás, haya que buscar los precedentes durante la administración F. D. Roosevelt antes de 1939, en las discretas gestiones del embajador norteamericano en Londres Joseph P. Kennedy y del "Spanish lobby" (liderado por dirigentes de empresas como Texaco, General Motors, Ford, etc., y un grupo de senadores católicos como O'Konski, Keogh, Rooney, O'Toole, McCarran...) en favor de Franco, por su firme posición anti-comunista. El embajador norteamericano en Paris, William C. Bullitt (que había rescatado a Sigmund Freud de los nazis), negociará con los agentes de Franco en la capital francesa el reconocimiento oficial del régimen español en los últimos días de la Guerra Civil. Pero el punto de inflexión se producirá, sin duda, con la llegada del embajador Carlton J. H. Hayes a Madrid en 1942.

La decisiva gestión diplomática de este ilustre historiador de la Universidad de Columbia ha sido relatada por él mismo en su obra Wartime Mission in Spain: 1942-1945 (1946) y analizada rigurosamente por John Paul Willson y los mencionados Beaulac y Coverdale. Aparte de los acuerdos de carácter económico-estratégico (principalmente las exportaciones de wolframio/tugsteno e importaciones de petróleo españolas), el régimen franquista abandona la posición de "no beligerancia" y afirma la de estricta neutralidad en el conflicto mundial (sustitución de Serrano Súñer por Jordana en al Ministerio de Asuntos Exteriores), que en la práctica se traduce en el inicio de una activa colaboración con los Estados Unidos y el Reino Unido: pasividad y complacencia respecto a las operaciones aliadas en el Mediterráneo, retirada de la División Azul, disolución de Falange Exterior, desmantelamiento de estructuras económicas y de espionaje alemanas, colaboración y soporte de inteligencia a favor de los refugiados y pilotos aliados que huían de las áreas bajo control nazi en Europa y Norte de África. En fin, protección y salvamento de un número elevado de judíos (unos cuarenta mil, según las estimaciones del historiador israelí Haim Avni, o incluso una cifra superior, según el rabino norteamericano Chaim U. Lipschitz).

Aunque la responsabilidad de las decisiones últimas residía, naturalmente, en Franco, los principales dirigentes y altos funcionarios españoles que protagonizaron el giro pro-aliado fueron el ministro de Asuntos Exteriores Francisco Gómez Jordana y Sousa, el sub- secretario José Pan de Soraluce, el director general de política exterior José María Doussinague, el director de asuntos europeos Germán Baráibar, y el director de asuntos americanos Tomás Súñer. Es probable que el General Juan Vigón, Jefe del Estado Mayor, y Demetrio Carceller, ministro de Comercio, también participaran en las decisiones. Aparte de las presiones británicas, por parte norteamericana llevaron la iniciativa el propio presidente Roosevelt, el secretario de Estado Cordell Hu1l, el sub-secretario Surnmer Welles, y junto a los embajadores Alexander Weddell (1939-42) y Carlton J. H. Hayes (1942-45), jugaron un papel importante el alto funcionario del Departamento de Estado Herbert Feis, el consejero de la Embajada Willard L. Beaulac, el agregado comercial Ralph Ackerman, el agregado militar Coronel William Hohenthal, algunos agentes de la OSS (especialmente Walter Smith), los agregados de información Earl T. Crain y Ernmet Hughes, y los responsables para la oficina de refugiados Niles Bond y David Blickenstaff.

En las últimas décadas del siglo XIX algunos destacados intelectuales y políticos españoles (F. Pi y Margall, E. Castelar, V. Almirall, G. de Azcárate, R M. de Labra...) habían mostrado un gran interés y admiración por el sistema político norteamericano. Sin embargo, desde la crisis del 98, tanto en pensadores y sociólogos como en periodistas españoles, se observará un cierto "síndrome anti-americano" —las excepciones más notables serán Azorín Los norteamericanos, 1919), J. F. Yela Utrilla España ante la Independencia de los Estados Unidos, 1925), Julián Marías Los Estados Unidos en escorzo, 1956) y otras más recientes— que se prolonga durante el franquismo en autores críticos con una paradójica fascinación por los Estados Unidos (M. Aznar, J. Camba, A. Assía, M. Blanco Tobío, M. Fraga Iribarne, C. M. Ydígoras...) y que, curiosamente, se contagia al anti- franquismo y al periodismo de izquierdas hasta nuestros días (M. Vázquez Montalbán, E. Chamorro, l. Fontes, V. Verdú, J. Rodríguez Aramberri, C. Elordi, X. Mas...).

Incluso no han sido totalmente inmunes al mismo síndrome nacionalista algunos académicos y analistas de los diferentes aspectos de las relaciones hispano-norteamericanas (Enrique Fuentes Quintana, Juan Velarde, Ramón Tamames, José Mario Armero, Ángel Viñas, Antonio Marquina, Fernando Morán).

La Guerra Fría y las condiciones estratégicas de la bipolaridad determinarán la conveniencia de una mayor colaboración entre los dos países. Las negociaciones oficiosas y oficiales iniciadas durante la administración demócrata de Truman se concluyen durante la administración republicana de Eisenhower. Aparte de los diversos y rigurosos análisis del profesor Viñas, los problemas y las circunstancias históricas y políticas que desembocan en los convenios constitutivos del Pacto de Madrid (26 de Septiembre de 1953) han sido estudiados por diferentes especialistas norteamericanos en política exterior (A. J. Dorley, L. Fersworth, R. W. Gilmore, S. S. Kaplan, T. J. Lowi, B. Scowcroft, J. L. Shneidman, S. B. Weeks, A. P. Whitaker) y sintetizados por el gran historiador e hispanista Stanley G. Payne. "Además de la ayuda económica y militar —escribirá en su obra Franco. El perfil de la historia (Madrid: Espasa-Calpe,1992)—, España recibía un sustancioso crédito y la oportunidad de comprar grandes cantidades de materias primas estadounidenses y excedentes alimentarios a precios reducidos, y aumentó notablemente el volumen de las inversiones de capital norteamericano en España. Las cifras oficiales estadounidenses calculan el valor de todas las modalidades de ayuda económica (incluido los créditos), durante la década siguiente, en 1.688 millones de dólares, a los que se añadirán 521 millones en ayuda militar. Aunque esto es bastante menos de lo que habían recibido otros países occidentales a través del Plan Marshall, su impacto fue considerable. El Pacto incorporaba a España geográficamente a la red militar del Mando Aéreo Estratégico norteamericano y daba lugar a una significativa presencia militar estadounidense durante los próximos veinte años o más. No hay duda de que la relación con la mayor potencia del mundo reforzó al régimen de Franco dentro y fuera de España y aumentó su estabilidad."

Junto a los acuerdos y sus derivaciones (inversiones y turismo norteamericanos en España), el desarrollo económico que experimentó la sociedad española desde finales de los cincuenta hasta los setenta llevaba incoado un cambio en la cultura política, al que contribuyeron también los intercambios educativos, culturales y científicos con los Estados Unidos. La sociedad civil emergente se liberalizó, lo cual hizo posible la transición política y la consolidación democrática posteriores. El mejor hispanismo norteamericano anterior a nuestra Guerra Civil, que ya había superado la Leyenda Negra anti-española a partir de Irving, Ticknor, Longfellow, Lowell, Bolton y Whitaker, tendrá desde los años cincuenta eminentes representantes en B. Bolloten, P. W. Powell, R. Herr, J. Connelly Ullman, G. Jackson, S. G. Payne, E. Malefakis, D. J. Weber, etc., que al redescubrir las tradiciones liberales y democráticas en la España moderna y contemporánea, han contribuido a la "apertura académica" (expresión del hispanista británico Stephen Jacobson) concomitante a la liberalización cultural y consiguiente apertura política.

El anti-americanismo (analizado desde diferentes puntos de vista por Julián Marías, Paul Hollander y J. F. Revel, con el interesante precedente de A. Gramsci) resulta demagógico cuando no tiene en cuenta, además de las razones políticas y morales, la perspectiva y las categorías de la que Ortega denominó razón histórica. Y, en efecto, existe una razón histórica para la existencia de los imperios o potencias hegemónicas, al margen de las voluntades políticas y morales, que sería pueril, cómico y estúpido, —advertía Gramsci— negar. Para el sutil pensador italiano, la razón histórica de la hegemonía americana habría que encontrarla en el "excepcionalismo americano" formulado desde Tocqueville: la ausencia de tradiciones histórico-culturales y ciertas clases o estratos sociales que gravitan en la vieja Europa, según Gramsci, como "capas de plomo... sedimentaciones viscosamente parasitarias, residuo de fases históricas pasadas"( Americanismo y fordismo , c.1930). Parafraseando al profesor Powell, los españoles, que hemos sufrido injustamente una Leyenda Negra, deberíamos comprender mejor las exigencias y responsabilidades históricas de las potencias hegemónicas, y aceptando las críticas razonadas y razonables, rechazar las exageraciones, las descalificaciones generales, y las simples falsedades de la nueva Leyenda Negra anti-americana.

Alguien ha dicho, también con un poco de exageración, que desde la Cumbre de las Azores (15 de Marzo de 2003) el presidente Amar ha adquirido un prestigio y una popularidad ante la opinión pública estadounidense que ningún estadista español había gozado desde Carlos III con el apoyo a la Independencia de los Estados Unidos. Las razones históricas y estratégicas que valoran positivamente dicha Cumbre han sido expuestas desde diferentes ángulos por algunos intelectuales españoles nada sospechosos de ser portavoces del gobierno (G. Bueno, J. P. Fusi, L. Racionero, E. Lamo de Espinosa, F. Jiménez Losantos, I. Sánchez Cámara, R. Bardají, etc.). En cualquier caso, sería muy deseable que los políticos españoles, en el poder y en la oposición, supieran aprovechar responsablemente las circunstancias en beneficio de los intereses nacionales, a corto y a largo plazo.

0
comentarios
Acceda a los 1 comentarios guardados