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DIGRESIONES HISTÓRICAS

y 3. Los comunistas y España

Si para Carr, como para tantos otros historiadores, los comunistas resultaron los adalides de la causa de “los españoles”, las democracias fueron, en cambio, la peor plaga para éstos.

“La derrota fue inevitable porque las democracias occidentales, Francia y Gran Bretaña, ambas comprometidas con el apaciguamiento y la no intervención, no suministraron armas a la República y tampoco impidieron que Hitler y Mussolini las suministrasen a los nacionalistas. En estas condiciones es un logro asombroso que el Ejército Popular pudiera organizar ambiciosas ofensivas sorpresa”.

¿Por qué prefirieron no intervenir Francia y Gran Bretaña? Por tres razones fundamentales y obvias: porque el Frente Popular español no era una democracia, como reconoció el mismo Azaña y revela el mismo hecho de que fuera Stalin su gran protector y los comunistas sus combatientes de primera línea; porque no podían asumir el riesgo de entrar en una guerra más general en Europa, para la que aún no se sentían preparadas; y porque esa guerra, si llegaba a estallar, perjudicaría tanto a Europa occidental como beneficiaría a la URSS y a la revolución. De ahí que consintieran el suministro de armas italianas y alemanas a Franco… y soviéticas a las izquierdas, olvida aquí Carr.

La idea implícita en ese olvido es que Stalin traicionó a sus protegidos al no abastecerlos debidamente, y estafarlos: “Los españoles tuvieron que pagar las armas a precios escandalosamente exorbitantes usando las reservas de oro de la república depositadas en Moscú”. Así viene a coincidir con Howson y otros. Estos historiadores no advierten una chirriante incoherencia: si los comunistas se empeñaron como nadie —es verdad— en luchar hasta el fin, ¿por qué Stalin iba a privarles del armamento necesario? Stalin podía muy bien haber traicionado a una democracia, pues veía a ese régimen como enemigo, pero no lo hizo en España porque el Frente Popular no era, insistamos, democrático. A quien habría traicionado Stalin, entonces, habría sido a los propios comunistas, y debemos insistir: ¿por qué iba a hacer tal cosa?

Además, ¿estafó realmente a los suyos, enviándoles muchas menos armas que Hitler o Mussolini a sus contrarios, y a un precio muy superior? Creo que hubo poca estafa, y los altos precios tienen relación con el hecho de que la URSS no estaba para regalos, debiendo atender a su propio rearme, y no con cualquier designio “traidor”. Si, como observa Carr, el ejército populista “pudo organizar ambiciosas ofensivas”, se lo debió a Stalin. Los historiadores de esta línea parecen ignorar que las armas significan muy poco sin un ejército bien organizado capaz de sacarles rendimiento, pero el déspota del Kremlin lo sabía perfectamente, y su empeño principal, a través del PCE y de sus asesores militares, consistió en sustituir las caóticas milicias del principio por un ejército en toda regla. Sus instrucciones a las izquierdas españolas están llenas de racionalidad y sentido común: organización, unidad, disciplina, seguridad en retaguardia e industria de guerra propia. Siendo así, ¿qué sentido tendría que hiciera todo ese esfuerzo para luego dejar sin armas a los suyos?

No tiene sentido. Aunque la polémica sobre qué bando recibió más armas no da señales de acabar desde hace treinta años, podemos hacernos una idea general con estos datos: los nacionales comprometieron unos 550 millones de dólares, la mayor parte con Italia y Alemania, mientras que el Frente Popular movilizó todo el oro (más de 700 toneladas), la plata (unas 1.300 toneladas), más diversas exportaciones y el producto de las sistemáticas operaciones de saqueo de bienes privados, eclesiásticos y estatales, con todo lo cual pudo muy bien llegar a los 900 millones de dólares. Es sabido que la URSS cobró precios altos, sin dar opción a negociarlos y sin haber entregado jamás cuentas detalladas, y también sabemos la corrupción e ineptitud con que los encargados del Frente Popular hicieron compras en otros países. Pero aun así la diferencia total con el gasto franquista es demasiado grande como para asumir que las izquierdas recibieron muchas menos armas habiendo movilizado tanto dinero. Quienes defienden la teoría de la escasez de suministros al Frente Popular, implican que sus dirigentes perpetraron una gigantesca estafa al país entero. Y estafa hubo, pero ¿hasta ese punto? Añadamos otra comparación: los franquistas pagaron sus armas en excelentes condiciones, pues, tras duras negociaciones, lograron de los alemanes sustanciales rebajas, y pagaron a Italia a precio de saldo, con una lira muy devaluada.

Es verdad, pues, que el bautizado Ejército Popular de la República fue capaz de ofensivas muy peligrosas, y de defensas a veces encarnizadas, pero lo fue no a pesar de Stalin, sino gracias a él. Ese ejército no tenía nada en común con el modelado por Azaña, y sí con el Ejército Rojo soviético: politización máxima, asegurada por los comisarios, utilización de especialistas “burgueses”, disciplina lindante con el terror, etc. Cuando algunos estrategas de café acusan a Franco de haber alargado la guerra gratuitamente y sólo para aplicar una represión más cruel, debieran recordar que el modelo del ejército enemigo había sido el que en Rusia había derrotado a los ejércitos blancos, mandados por oficiales profesionales y auxiliados por varias potencias capitalistas. Su imitación hispana constituía una fuerza muy peligrosa, a la que nadie podía doblegar a voluntad o sin grandes sacrificios, contra lo que implican quienes acusan a Franco de alargar la lucha, aunque, contradictoriamente una vez más, se admiren de la capacidad de aquel para lanzar ofensivas.

La debilidad de ese ejército radicaba en las disputas políticas. Los comunistas, aunque consiguieron dominarlo en lo esencial, debieron aceptar siempre la presencia de partidos rivales, servidumbre obligada por su necesidad de presentar al Frente Popular como una democracia, a fin de incitar a las potencias democráticas a intervenir contra Alemania. A su vez, la tutela comunista se volvía insufrible para sus aliados, dando lugar a una guerra civil entre izquierdistas, en mayo del 37. A tal punto llegó la tensión que, al perder Cataluña, se abrió para ellos la alternativa: o Franco o Stalin. Y, debe reflexionarse en el suceso, se rebelaron contra el segundo, en una nueva guerra civil, y optaron por Franco, a quien se rindieron incondicionalmente pese a no haberles hecho éste promesa alguna de perdón.

Recapitulando: la guerra no fue un enfrentamiento entre el pueblo y un grupo de militares y clérigos, sino una contienda civil que dividió a la nación en dos. Ninguno de los bandos era democrático, porque, en plena crisis de la democracia y el liberalismo en toda Europa, los partidos republicanos e izquierdistas españoles destruyeron con sus revueltas e ilegalidades el prestigio que pudiera mantener el ideal democrático y liberal en España. Fue un combate entre una derecha autoritaria no (o no principalmente) fascista, y una izquierda mayoritariamente revolucionaria y totalitaria. Stalin y sus agentes los comunistas intentaron en todo momento aparecer como demócratas o defensores de la democracia, para atraer a Francia e Inglaterra al enfrentamiento con Alemania y para gozar de ventajas en el mercado internacional, pero no lo lograron en la práctica, aunque sí en una propaganda que pervive hoy. La “ayuda” de Stalin convirtió a éste y a sus agentes comunistas en los verdaderos amos del Frente Popular. Fueron los comunistas los organizadores de la resistencia a ultranza contra Franco, y de un ejército con ciertos fallos importantes, pero en lo principal bastante capaz, que en algunos momentos pudo esperar la victoria. Y, finalmente, la ficción de que se trataba de defender la democracia se vino a pique cuando los aliados de los comunistas prefirieron rendirse a Franco antes que seguir aceptando la hegemonía staliniana.

Uno sólo puede lamentar que historiadores prestigiosos como Carr persistan en una versión meramente propagandística y plagada de incoherencias desde el principio al final. Pero también cree que a esa versión le queda ya poco tiempo.


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