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CINE

A ciegas

Una mañana cualquiera de una megápolis. En un semáforo verde, un coche no arranca. Su conductor acaba de quedarse ciego. Poco a poco esa ceguera repentina empieza a sucederle a mucha gente: se ha desatado una peligrosa epidemia.

Una mañana cualquiera de una megápolis. En un semáforo verde, un coche no arranca. Su conductor acaba de quedarse ciego. Poco a poco esa ceguera repentina empieza a sucederle a mucha gente: se ha desatado una peligrosa epidemia.

Las autoridades se llevan a los contagiados a un centro aislado para proteger a la población sana. En ese centro sobrevivir se convertirá en una pesadilla. Julianne Moore, Mark Ruffalo, Danny Glover y Gael García Bernal protagonizan esta angustiosa cinta dirigida por Fernando Meirelles, famoso por su film Ciudad de Dios.

Con A ciegas, Fernando Meirelles lleva a la pantalla una novela de Saramago y consigue hacer una película que se parece demasiado a cintas como La niebla, 28 días después, y cualquier otra que aborde experimentos sociológicos para tratar de demostrar que el hombre es un lobo para el hombre. Ya películas de otros tiempos tipo El señor de las moscas o Náufragos se habían planteado estas cuestiones: una comunidad humana reducida y sometida a una especial necesidad, un líder que se convierte en tirano y utiliza a los demás para sus propios intereses, un liberador de la opresión, y muy a menudo una crítica al papel de la religión, entendida como opio del pueblo. Todo esto está en la novela de Saramago y también en su adaptación cinematográfica. La película, rodada con el oficio y la intensidad que caracteriza al Meirelles, está lastrada, no por su talento, sino por las pretensiones pseudointelectuales de Saramago: un pesimismo radical de salón, que podría convencer hace décadas pero que hoy se antoja tan pretérito como inútil. Bien es cierto que el final apunta tímidamente una salida políticamente correcta donde razas y clases sociales confraternizan en una especie de comuna restauradora del buen salvaje de Rousseau.

El film tiene tres partes muy diferenciadas. La primera describe la epidemia, con cierto aire de misterio apocalíptico a lo Shyamalan, y es como una película de ciencia ficción al estilo de Hijos de los hombres de Cuarón. Es quizá la parte mejor. Una segunda parte, referida al internado, es donde se exprime casi toda la carga ideológica del film. Es una parte muy extremada, a pesar de que Meirelles eliminó en el montaje final gran parte de los planos de la secuencia de las violaciones a las mujeres. Es una parte que no aporta nada a las infinitas escenas que hemos visto sobre abusos de poder y humillaciones sexuales. ¡Cuantas películas de nazis, de prisiones de alta seguridad, de psicópatas delincuentes nos han contado ya esto! Quien tiene el arma tiene el poder; quien tiene los alimentos tiene el poder. Incluso el poder sobre la dignidad del otro. Saramago y Meirelles pretenden ir más allá de Pasolini en Saló o los 120 días de Sodoma pero no consiguen del espectador más que una extraña sospecha de autocomplacencia por parte de los autores. La tercera parte, que transcurre fuera del internado, completa la reflexión extendiendo la teoría hobbesiana del homo homini lupus a nivel universal, nos presenta a la religión como aliada de la ceguera, y nos ofrece un agridulce rayo de esperanza más sustentado en la utopía libertaria que en una concepción antropológica fiable y realista.

En definitiva, A ciegas es una metáfora muy oscura y sesgada de la condición humana, en un formato deliberadamente asfixiante, y que a pesar de su fuerza narrativa no aporta nada que no esté sobradamente desarrollado en la historia del cine.

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