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BALANCE CINEMATOGRÁFICO

Adiós, 2008

Ha llegado el momento de hacer un balance del año cinematográfico. La primera constatación que parece evidente para todos los que nos dedicamos a ver películas es que el 2008 ha sido un desastre para el cine español. No ha habido ninguna película deslumbrante, con luz propia. Ha habido algunas correctas, y muchísimas inaceptables. Hemos tenido unas cuantas revisiones históricas sumisas al poder, algunos brotes de anticlericalismo decimonónico y, eso sí, algunos documentales bastante decentes.

Ha llegado el momento de hacer un balance del año cinematográfico. La primera constatación que parece evidente para todos los que nos dedicamos a ver películas es que el 2008 ha sido un desastre para el cine español. No ha habido ninguna película deslumbrante, con luz propia. Ha habido algunas correctas, y muchísimas inaceptables. Hemos tenido unas cuantas revisiones históricas sumisas al poder, algunos brotes de anticlericalismo decimonónico y, eso sí, algunos documentales bastante decentes.

La memoria histórica ha sido un desastre. Un desastre por su tosquedad y falta de inteligencia; por su abrumadora presencia de tópicos y por su ausencia del más mínimo rigor histórico. La conjura de El Escorial, de Antonio del Real, es un thriller histórico con intrigas políticas, ambientado en el reinado de Felipe II y encuadrado en las luchas y disputas entre la Casa de Alba y la Casa de los Mendoza, con Antonio Pérez y la princesa de Éboli a la cabeza. La noche del lunes de Pascua de 1578, unos mercenarios emboscan a Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, dándole muerte. La película padece una dirección de actores delirante y su trama de suspense está trufada de anacronismos y peajes de mal gusto. La película costó 14 millones de euros y no ha recaudado ni 2. Otra joyita es El Greco una coproducción con Grecia que costó 7 millones y no ha recaudado ni uno. Una deformación inaceptable de la personalidad del pintor y de su sentido religioso, así como un compendio de tópicos sobre la Inquisición española. La vida en rojo, de Andrés Linares supone un acercamiento nostálgico a las revueltas universitarias antifranquistas.

También ha estado presente el tema de la Iglesia, la Guerra Civil y la postguerra, como no podía ser de otra manera en un país tan dócil al Poder. La buena nueva, de Helena Taberna, inspirada en hechos reales y Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, basada en la novela de Alberto Méndez son los ejemplos más significativos de esta mirada oscura sobre nuestro pasado. De todas formas, y al margen de reflexiones históricas, el film más casposamente anticatólico ha sido Camino, de Javier Fesser, que supone un ajuste de cuentas personal contra el Opus Dei, con mucho odio dentro y mucha bilis. El público le ha dado la espalda lo suficiente como para que se considere un fracaso de taquilla. Detrás de este fiasco y de otros similares ha estado la mano del productor Jaume Roures.

Mucho mejor ha sido el panorama del cine documental español, que ha propiciado diversos títulos interesantes. Destacamos La Osa menor menos dos, de David Reznak; La sombra del Iceberg, de Hugo Doménech y Raúl M. Riebenbauer; Flores de Luna de Juan Vicente Córdoba, y sobre todo El infierno vasco, de Iñaki Arteta. El primer documental se aproxima al mundo de los enfermos mentales, de una forma desnuda e impactante; el segundo supone la desmitificación del fotógrafo de la Guerra Civil española Robert Capa; el tercero hace una aproximación diacrónica y crítica al fenómeno social que se dio en el vallecano barrio del Pozo del Tío Raimundo. Por último, El infierno vasco es una valiente denuncia del ambiente de inmoralidad cultural que se vive en muchos lugares del País Vasco, de los que innumerables lugareños han tenido que huir para recordar lo que era la libertad. Sobre el tema vasco ha habido otras dos películas interesantes: una muy audaz, de Gutiérrez Aragón, Todos estamos invitados; otra, muy arriesgada en lo formal pero muy ambigua en su posición moral, Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales.

El cine de género parece el refugio de muchos talentos que optan por mimetizar los cánones americanos del thriller o del terror. Así, tenemos los Cronocrímenes de Nacho Vigalondo y Agustín Díaz Yanes se "tarantiniza" en Sólo quiero caminar, y Julio Fernández, de Filmax, se lleva directamente su producción Transsiberian al extranjero con un reparto internacional. Prime time, opera prima de Luis Calvo, apunta maneras como cine de género. Las cineastas femeninas (Silvia Munt, Ángeles González Sinde...) han estado por debajo del cine dirigido por mujeres de los últimos años. Hemos tenido, eso sí, cine español de animación decente (El lince perdido, El vampiro de Sevilla...) y la interesante pero excesiva Sangre de Mayo, de Garci, que ha sido un batacazo económico, y la sugerente pero desubicada película de Mario Camus, El prado de las estrellas. Quizá lo más original del panorama del año sea Casual Day, de Max Lemcke, que tiene sus referentes en cintas como Smoking Room y que supone una mirada fresca sobre las heridas de nuestra sociedad.
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