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CARITAS IN VERITATE

Benedicto XVI, de Jerusalén a Wall Street

R. H. Tawney, en la London School of Economics, sostenía una tesis que ha tenido especial influencia en una generación, aún activa, de economistas: "Las enseñanzas sociales de la Iglesia habían dejado de contar porque la Iglesia había dejado de pensar". Su discípulo Ronald Preston fue más allá cuando afirmó que "las doctrinas sociales tradicionales de la Iglesia no tienen nada específico que ofrecer en orden al crecimiento de la economía capitalista, porque se repiten constantemente cuando deberían haber sido repensadas desde el principio".

R. H. Tawney, en la London School of Economics, sostenía una tesis que ha tenido especial influencia en una generación, aún activa, de economistas: "Las enseñanzas sociales de la Iglesia habían dejado de contar porque la Iglesia había dejado de pensar". Su discípulo Ronald Preston fue más allá cuando afirmó que "las doctrinas sociales tradicionales de la Iglesia no tienen nada específico que ofrecer en orden al crecimiento de la economía capitalista, porque se repiten constantemente cuando deberían haber sido repensadas desde el principio".

La publicación de la nueva encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate es, sin duda, un acontecimiento que trasciende el magisterio del Papa, en la medida en que pone sobre la mesa común de la humanidad los rudimentos necesarios para una reflexión serena, basada en una razón abierta a la naturaleza trascendente del hombre y a las dimensiones de la acción humana, que bien pudiera servir para iniciar la salida del escollo de una crisis mundial cargada de quinielas y de incertidumbres. El texto de Benedicto XVI es una nueva oportunidad para preguntarnos qué tiene que ver la economía con la teología, y para resarcir las heridas de una historia, que es, en gran medida, la de las relaciones de la teología con el pensamiento social. La economía, como disciplina, no se ha alejado de la tentación antihumanista a lo largo de su historia. Los economistas políticos de finales del sigo XVIII liberaron la economía de la teología con la revolución de Adam Smith. Por cierto, no nos olvidemos que el bueno de Adam Smith tenía la costumbre de repetir que la Iglesia de Roma era la mayor amenaza al orden civil, a la libertad y a la felicidad humana, aspectos que el libre mercado era capaz de garantizar. Incluso dio un paso más sosteniendo la tesis de que lo primero que habría que limitar era la caridad de la Iglesia para que "no perturbara al Estado". Ahí es nada.

Max Weber no se quedó atrás. Demostró que con el desarrollo del capitalismo las incursiones teológicas en la economía serían catalogadas como residuos irracionales. Los economistas desvincularon la economía de la teología política en el siglo XIX. En el siglo XX, la economía reconvirtió, como si fuera una articulación del idealismo, en una ciencia cada vez más abstracta, matemática. Una vez más, un Papa humanista y teólogo, teólogo por humanista, ha salido al camino de la historia y ha hecho en voz alta la pregunta que tantas veces circulaba por nuestra mente: ¿Qué tiene que ver Jerusalén con Wall Street?

Serán muchas las interpretaciones de la nueva encíclica del Papa con las que nos inunden en los próximos días. Habrá quienes busquen la dimensión utilitaria y repitan que el Papa ha entrado en el juego de la propuesta de globalización ética, ante la inoperancia de los gobiernos y de los líderes políticos y económicos mundiales. Habrá quien tenga la osadía de hablar de oportunismo mediático de la Iglesia. Sin embargo, para entender esta encíclica, no debemos olvidar los propuesto de las anteriores y lo que significa la racionalidad de una forma de vida capaz de sustentar lo bueno en un mundo en el que el dominio del poder de la voluntad nos ha dejado con unos protagonistas de la epidermis de la historia que parecen burócratas. Se podría decir que la Iglesia Católica no propugna una ética social porque es una ética social en sí misma, es portadora de una verdad y de una belleza sobre el hombre y sobre la acción del hombre, ante la limitación de los recursos, que no se ha olvidado de la plenitud de la naturaleza. La naturaleza del hombre conoce el deseo. La teología clásica nos recuerda que la amistad con Dios es nuestro verdadero fin y que este encuentro reclama con radicalidad todos nuestros deseos. La pregunta "¿qué tiene que ver la teología con la economía?" no puede tener una respuesta única, pero lo que siempre deberá contener es la memoria del deseo –economía– de lo infinito con un deseo infinito, y del deseo de lo finito con un deseo finito.

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