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EN SEMANA SANTA

Cristo en Getsemaní

Getsemaní. Cada Semana Santa pienso en lo que escribió Blaise Pascal: "Jesús quedará en agonía hasta el final del mundo: no hay que dormir mientras tanto". Aún no me ocurre lo que le pasaba a Santa Teresa de Jesús, que cuenta en el libro de su vida: "[Por las noches] siempre pensaba un poco en la oración del huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron que se ganaban muchos perdones". Cristo, Dios y hombre, pasó por Getsemaní y la agonía de Getsemaní pasó por Cristo, hombre y Dios.

Getsemaní. Cada Semana Santa pienso en lo que escribió Blaise Pascal: "Jesús quedará en agonía hasta el final del mundo: no hay que dormir mientras tanto". Aún no me ocurre lo que le pasaba a Santa Teresa de Jesús, que cuenta en el libro de su vida: "[Por las noches] siempre pensaba un poco en la oración del huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron que se ganaban muchos perdones". Cristo, Dios y hombre, pasó por Getsemaní y la agonía de Getsemaní pasó por Cristo, hombre y Dios.
Getsemaní según la película de mel Gibson

Difícilmente se es hombre; difícilmente se tiene una vida espiritual acrisolada, si no se ha pisado por la verdad de Getsemaní. La pasión de ayer, de hoy y de siempre empieza en Getsemaní. Ahí era la hora y el poder de las tinieblas. Ahí, en Getsemaní, sudó el Hombre como si fueran gotas de sangre. Ahí, en Getsemaní, se le apareció un ángel que le confortaba. Ahí, en Getsemaní, sintió Cristo tristeza, se abrió una página diferente de la historia de la presencia de lo sagrado en la humanidad, de la historia de todos los libros religiosos. Ahí, en Getsemaní, vio la historia del hombre y de todos los hombres, padeció con los que padecen, sufrió con los que sufren, se estremeció con los que se estremecen, lloró con los que lloran.

En el huerto, rostro en tierra, no como los judíos que oraban de pie, sino como los gusanos, que se arrastran por el suelo, sintió la lejanía del mundo, la incomprensión de la inteligencia, el desarraigo y la maledicencia del corazón del hombre. Él, que era el cercano, el íntimo, el hermano de cada uno y de todos. El tiempo se hizo presente, sólo presente. Durante un instante, que fue resueño de eternidad, la historia de la humanidad perdió la dimensión horizontal y la profundidad vertical para hacerse una línea recta, sin curvas ni espirales.

En Getsemaní, el hombre que habló como no lo hace ningún hombre enmudeció ante la iniquidad de los suyos, sus más cercanos. No fue uno sólo, fueron multitudes las que se le aparecieron; fueron las masas de los siglos contemporáneos, fueron las guerras, las enfermedades, las catástrofes. Fue el llanto de los inocentes, el clamor de los sacrificados en el seno de sus madres, en las manos de los falsos profetas del bienestar, del lujo, de la destructora ambición de unos pocos, del relativismo del "si todo vale igual", lo que hizo que el hombre perfecto, perfecto Dios y perfecto hombre, cayera rostro en tierra, y sintiera el frío y la aspereza de la palabra interior.

El cuadro destruido de Caravaggio 'Cristo en el huerto de los olivos'En Getsemaní, reinaba un silencio mortuorio. En Getsemaní sólo se oían las voces de la miseria humana. En Getsemaní no se paró la historia, porque él sabía, él, que había recibido esas cosas de su Padre, que faltaba el último grito, el de la resurrección.

En Getsemaní, Cristo se encontró con los porqués de los hombres que han nacido en busca de una razón, de una esperanza. En Getsemaní se manifestó el día de la negación de los ángeles, el poder, siempre misterioso, de las tinieblas.

En Getsemaní, como escribió en una de sus más bellas páginas el cardenal Newman,

"los pecados de los vivos y los muertos, los pecados de los no nacidos todavía, los de los condenados y de los salvados, los pecados de tu pueblo y de todos los extranjeros, los de los condenados y de los salvados, los de los santos y los pecadores, todos los pecados están ahí. ¡Verdaderamente sólo Dios es capaz de soportar tanto peso!".

Curioso nuestro mundo y curiosa nuestra historia, en la que el Cristo de los evangelios secretos y apócrifos no ha pasado por Getsemaní. Desconfiemos por sistema de las representaciones de Cristo taumatúrgicas, de los códigos secretos, de las conspiraciones gnósticas y de los evangelios de no se sabe quién ni dónde. Ahora que están tan de moda los códigos ocultos, y que parece que si no tienes las claves, o no te dejas embaucar por quienes la tienen, no te enteras de lo que está pasando a tu alrededor; ahora, la cacareada transparencia, claridad, nitidez en las intenciones de las personas, de los textos y de las instituciones, se vuelve sospechosa.

Paradójicamente, quien viene con la verdad por delante no es comprendido y, probablemente, se arriesga a que digan de él que es un ingenuo. Cristo se encontró con la verdad del hombre en Getsemaní. Nosotros debemos encontrarnos con la verdad de Cristo en Getsemaní.

Jacques Chevalier, filósofo francés, escribió sobre Getsemaní lo que sigue: "La mayor parte de los pensadores cristianos, desde San Agustín, lo había proclamado con fuerza, y así, no hace más que explicitar el carácter profundo del cristianismo, que no es un mito intemporal colocado en el ciclo de un año grande con retrocesos periódicos, sino un acontecimiento, un advenimiento y un progreso, 'Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos'".
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