Menú
OBISPOS LEFEBVRIANOS

El meollo de la polémica

Dentro de la zarabanda de comentarios, a caballo entre la ignorancia y la mala fe, que han suscitado en la prensa europea la decisión del Papa de revocar la excomunión a los cuatro obispos ordenados por Marcel Lefebvre y las deplorables afirmaciones sobre el Holocausto del obispo Williamson, brillan algunas voces que pueden ayudarnos a desentrañar esta alocada madeja. Entre ellas la del filósofo alemán Robert Spaemann y la del teólogo italiano Gianni Baget Bozzo.

Dentro de la zarabanda de comentarios, a caballo entre la ignorancia y la mala fe, que han suscitado en la prensa europea la decisión del Papa de revocar la excomunión a los cuatro obispos ordenados por Marcel Lefebvre y las deplorables afirmaciones sobre el Holocausto del obispo Williamson, brillan algunas voces que pueden ayudarnos a desentrañar esta alocada madeja. Entre ellas la del filósofo alemán Robert Spaemann y la del teólogo italiano Gianni Baget Bozzo.

Spaemann es un viejo conocedor del entorno eclesial germano, tiene una solera intelectual indiscutible y está más allá de cualquier cálculo político como para hacerse el simpático. Está de vuelta de muchas tempestades y siempre se ha caracterizado por esa lucidez cristiana, a la vez suave y penetrante, que le liga a su admirado coetáneo Joseph Ratzinger. Se entiende que haya declarado al diario Avvenire que mucho de lo que ha leído estos días sobre el Papa, en un ambiente de histeria colectiva, ha llegado a producirle malestar físico. Para él se ha tratado, en primer lugar, de un auténtico ajuste de cuentas que se demoraba ya más de tres años. En efecto, la mayoría de los círculos intelectuales progresistas y medios de comunicación que habían diseñado la caricatura del Panzer-kardinal, del oscuro inquisidor que pretendía llevar a la Iglesia a las brumas del medioevo, habían acumulado una espesa frustración al no poder casar esa imagen con la de un Benedicto XVI caracterizado por la racionalidad y la mansedumbre. La conjunción del gesto paternal con los lefebvrianos y los disparates negacionistas de Williamson, adobados por la ineficacia comunicativa de la Curia y las reacciones timoratas y mezquinas de no pocos prelados europeos, han proporcionado el material inflamable que esos círculos esperaban.

Con mucha sencillez, Spaemann explica el significado del levantamiento de las excomuniones: "Estos cuatro obispos pueden ahora confesarse, obtener la absolución de sus pecados, participar en la eucaristía y morir con los sacramentos". No es poca cosa para quien se siente y se quiere católico, pero eso no significa que se les haya reconocido la capacidad de ejercer el ministerio episcopal en la Iglesia. Como explicó la tardía nota de Secretaría de Estado, estos obispos, aunque liberados de la excomunión, "no tienen una función canónica en la Iglesia y no ejercen lícitamente en ella un ministerio". La pregunta que se formula Spaemann es si el Papa, a la vista de las reiteradas expresiones de dolor de estos obispos, podía eludir el gesto realizado en función de un mero cálculo de imagen. En ese caso tal vez se habría revelado como un refinado político, pero no como un padre. Y ese es precisamente su oficio.

Pero aún más interesante es el análisis que realiza sobre las raíces de este nuevo ciclón antirromano. A su juicio hay que buscarlas en el rechazo del polo progresista (ampliamente radicado en diversos estratos eclesiales centroeuropeos) a la hermenéutica del Concilio Vaticano II realizada por Benedicto XVI, esto es, la interpretación del Concilio como un momento de renovación dentro de la continuidad de la Tradición. Curiosamente, sostiene el filósofo alemán, progresistas y tradicionalistas son a este respecto como las dos caras de una misma moneda, ya que ambos sostienen (en contra del testimonio autorizado de Pedro) que aquel fue un momento de ruptura, que habría dado lugar al alumbramiento de una época radicalmente nueva en la Iglesia. La efervescencia de estos días puede servir como papel de tornasol para valorar hasta qué punto Benedicto XVI ha tocado el meollo de la cuestión. Lejos de ser una jugada romántica de un Papa intelectual y despistado, vemos que aquí se está jugando una partida trascendental para el futuro de la Iglesia y no es extraño que el Papa haya sentido la necesidad de pedir al pueblo y a los pastores que le sostengan de modo especial en esta delicada y gravosa misión

Vayamos ahora al artículo del teólogo Gianni Baget Bozzo en la revista Tempi, con una original perspectiva sobre la cuestión judía en el pontificado de Benedicto XVI. Según él, Israel no puede ignorar lo que significa la amistad y la comprensión que este Papa ha mostrado hacia el pueblo hebreo por una parte, y hacia el Estado de Israel como entidad histórico-política por otra. Es precisamente el ministerio singular del Papa el que permite unir lo antiguo y lo nuevo en la Iglesia, conservando su identidad profunda al tiempo que adquiere nuevas perspectivas. Según Baget Bozzo, "si existe todavía algún residuo de antijudaísmo en el mundo católico, la decisión de Benedicto XVI de superar el cisma lefebvriano sirve precisamente para cancelarlo", como se advierte ya en las declaraciones del Superior de la Fraternidad San Pío X, Bernard Fellay, quien ha reconocido que los cristianos somos "espiritualmente semitas". Según la perspicaz visión de Baget Bozzo, "la Iglesia de Benedicto XVI, con su unidad entre pasado y presente, da a Israel la esperanza de que la función salvífica de su propia existencia histórica pueda convertirse en patrimonio común, incluso para aquellos que ahora la niegan". Esperemos que estas voces serenas ayuden a poner algo de luz en la oscuridad que algunos han extendido a manos llenas en las semanas precedentes.
0
comentarios