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SEMANA SANTA EN EL SIGLO XXI

La Cruz que da vida

La gran fiesta de la juventud que vive la fe, o al menos la busca, es desde hace veinte años el Domingo de Ramos. De esta forma, la jornada de la juventud que expresa el bullir de la vida ha quedado paradójicamente ligada en la Iglesia al recuerdo de la Pasión (cuya lectura se realiza el Domingo de Ramos) y, por ende, a la Cruz.

La gran fiesta de la juventud que vive la fe, o al menos la busca, es desde hace veinte años el Domingo de Ramos. De esta forma, la jornada de la juventud que expresa el bullir de la vida ha quedado paradójicamente ligada en la Iglesia al recuerdo de la Pasión (cuya lectura se realiza el Domingo de Ramos) y, por ende, a la Cruz.
Procesión de Domingo de Ramos

La noticia de esta celebración que, por primera vez, ha presidido en Roma Benedicto XVI nos llega cuando no se han apagado los ecos del informe sobre los jóvenes que acaba de publicar la Fundación Santa María. "Los jóvenes han dejado de ser católicos", titulaba escandalosamente un diario, como si hubiera desparecido de la Piel de Toro el rastro de aquella inolvidable jornada de Cuatro Vientos (¡hace apenas tres años!), o como si el indiscutible fenómeno de la secularización se hubiese producido de la noche a la mañana.

Pero no tratemos de quitar hierro a la encuesta, sea cual sea el crédito que nos merezca: un exiguo 49% de los jóvenes de entre 15 y 24 años se confiesan católicos, y sólo un 10% se consideran "practicantes" (un estudio reciente de la Comunidad de Madrid sitúa este índice en un 20%: la diferencia es notable). En todo caso, el descenso de los que consideran católicos en una década es brutal: del 77% al 49%.

Me viene a la memoria una meditación sobre el Sábado Santo del joven teólogo Joseph Ratzinger, fechada en 1969. En ella hablaba del final del siglo XX como de un gran Sábado Santo en el que grandes porciones de la humanidad parecen apartarse de Dios, mientras Él, aparentemente, guarda silencio. No sería extraño que más de uno tuviera esa sensación ante los datos de este informe. Buscamos explicaciones y pensamos en la vulnerabilidad de estos jóvenes frente a fenómenos como El Código Da Vinci, o los escándalos tipo Gescartera.

Benedicto XVI en la celebración del Domingo de Ramos.Todo eso influye, ¿por qué no reconocerlo? Una Iglesia que tantas veces aparece a la defensiva sufre una severa erosión de su imagen después de tantas granizadas... pero las preguntas se acumulan: ¿qué ha sido de la transmisión de la fe en tantas familias, o en la extensa red de los colegios católicos? ¿Por qué los jóvenes perciben el mensaje de la Iglesia como fundamentalmente moralizante, y no como una propuesta de vida apasionante? Aquí hay materia para el examen de conciencia de todos y cada uno de los miembros del pueblo de Dios.

En su homilía del Domingo de Ramos, dirigida cara a cara a los jóvenes, Benedicto XVI reconoce que la Cruz nos habla de sacrificio y produce repulsión a quienes quieren la vida sin restricciones ni renuncias. "Queremos vivir, nada más que vivir..., queremos riqueza y plenitud", decía el Papa, interpretando el grito de nuestro mundo de hoy, que recela del cristianismo. Parece la radiografía del informe sobre nuestros jóvenes.

Pero hay un aspecto profundamente verdadero en este reclamo de los jóvenes que la Iglesia no puede dejar de escuchar. Si la Cruz puede seguir interpelando hoy a los hombres, con sus esperanzas y temores, es porque es el auténtico "árbol de la vida": ella es el gran "sí" de Dios al deseo de vivir que proclaman nuestros jóvenes. Porque, como explicaba el Papa, "no alcanzamos la vida apoderándonos de ella, sino dándola".

Ahora que sentimos la dureza de las cifras y la intemperie de la ciudad secularizada, habrá que recordar que el futuro de la Iglesia no vendrá de la mano de quienes tratan de reducir y acomodar su mensaje para hacerlo grato al paladar de todos, sino, una vez más, de los santos, de quienes aceptan seguir el camino de Jesús precisamente para dar respuesta a la sed de una vida verdadera que expresan de mil maneras los hombres de esta época.

Por lo que se refiere a Occidente, no sería extraño que la Iglesia vea descender sus números todavía más: la poda que precede a la primavera será aún profunda y dolorosa. Pero no se apagará en ella el foco que alumbra la verdad sobre Dios y sobre el hombre, ni se secará la fuente que comunica la vida que brota del costado abierto del Redentor. Entonces muchos hombres y mujeres, exhaustos de una agitación sin sentido y sedientos de una vida que no defraude, se volverán a ella para descubrirla como algo completamente nuevo, como esa respuesta a su secreta esperanza, que habían buscado inútilmente por todos los caminos.

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