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CINE

Radio Encubierta

Se ha estrenado una película que, bajo su amable apariencia, esconde una relectura de la historia, tan falsa en sus presupuestos como oportunista desde una óptica ideológica y política. Radio Encubierta se inspira en la existencia real de un par de barcos británico que en los años sesenta transmitía veinticuatro horas de radio al día de forma clandestina desde aguas no jurisdiccionales.

Se ha estrenado una película que, bajo su amable apariencia, esconde una relectura de la historia, tan falsa en sus presupuestos como oportunista desde una óptica ideológica y política. Radio Encubierta se inspira en la existencia real de un par de barcos británico que en los años sesenta transmitía veinticuatro horas de radio al día de forma clandestina desde aguas no jurisdiccionales.

Veinticuatro horas de rock que seguían fielmente millones de británicos hasta que el gobierno decidió acabar con esa iniciativa de dudosa legalidad. Estos barcos piratas estaban tripulados por excelentes pinchadiscos radiofónicos que burlaban la ley llevando al gran público a los Rolling Stones, Jimi Hendrix o Aretha Franklin. Estos hechos inspiran este relato de ficción que nace con la vocación de ser un homenaje entusiasta al mundo del rock y al sesentayochismo sin el más mínimo sentido crítico. Así podría definirse esta disparada comedia que celebra con júbilo la famosa trilogía de sexo, drogas y rock 'n' roll.

Esta película coral, en la que encontramos nombres como Philip Seymour Hoffman, Kenneth Branagh, Emma Thompson o Rhys Ifans está dirigida bajo la batuta de Richard Curtis, guionista y director, autor de libretos tan famosos como Notting Hill, El diario de Bridget Jones o Cuatro bodas y un funeral y director de Love Actually.

El film propone una identificación entre poder y moral que hace que los que se encuentran fuera de la jurisdicción del poder lo están también de la moral. Todo vale en la idílica cubierta de ese barco que encarna los ideales del sesentayocho. Relativismo, amor libre, exaltación de las drogas, desdramatización de la homosexualidad, inmanentismo radical, el rock como religión, pacifismo orientalista como ideología... y ese largo etcétera que nace de la fusión entre marxismo y narcisismo, y del que vivimos actualmente un nuevo amanecer.

A pesar de su tono hilarante y a menudo surrealista, deja un sabor amargo cuando se comprueba la triste e inconsistente humanidad de quienes han hecho del rock una religión absoluta. No hay nada en los personajes que les lleve más allá de la autocomplacencia. Por un lado no hay huella de auténtico drama humano, a pesar de que el rock ponía de manifiesto muy a menudo el profundo grito de la condición humana. Por otro lado, la cinta exalta todas aquellas opciones que desgraciaron a una generación entera que luego fue dando tumbos y dejando una estela de hijos desarraigados y sin rumbo. Es esa ideología que viene a decir: "No pasa nada si te acuestas con la novia de tu amigo, no pasa nada si te animas fumando marihuana, no pasa nada si tu madre no sabe quién es tu padre...". Frente a esto Radio encubierta presenta de una forma patética, psicopatológica y caricaturesca a los defensores de la tradición y de la moral. El personaje del ministro encargado de cerrar la emisora y que encarna Kenneth Branagh es un auténtico esperpento: rigorista, fanático, insensible, reprimido, fascistoide... y padre de una familia "tradicional" que produce náuseas. Este maniqueísmo moral entre el buen salvaje y el fanatismo ultraconservador es la trampa de una película que quiere reivindicar con nostalgia unos valores e ideales que han fracasado históricamente, pero que ahora, en la etapa Obama-Zapatero se resucitan políticamente para hacer tabla rasa de la verdadera tradición occidental.

En definitiva, los pintorescos personajes de Radio Encubierta y una selección musical excepcional, junto al talento indudable de una vigorosa puesta en escena, no impiden al espectador leal con su experiencia la sensación de haber visto un alegato demagógico y acrítico al servicio de una visión falsa de la vida. Una falsedad históricamente demostrada.

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