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ABORTO Y MALFORMACIONES

Toda una mujer

Me llama una amiga, luminoso sol de humor y piedad, y me cuenta que una antigua compañera suya del colegio se ha quedado embarazada y, según las pruebas, el feto viene con malformaciones. Me sigue contando que el tocólogo parece tener un cierto empeño en que aborte, en protegerla

Me llama una amiga, luminoso sol de humor y piedad, y me cuenta que una antigua compañera suya del colegio se ha quedado embarazada y, según las pruebas, el feto viene con malformaciones. Me sigue contando que el tocólogo parece tener un cierto empeño en que aborte, en protegerla
Madre
Me dice que quiere que yo hable con ella. Le contesto que le dé mi teléfono y que me llame. ¿Cómo será? ¿Cuál será su mundo? ¿Cuál su historia? Sólo sabe de mí lo que una amiga común le haya contado, sólo sé de ella que necesita ayuda. Una amiga y una niña con malformaciones y amenazada de muerte nos convoca. Así es Dios: gusta de extrañas tarjetas de visita.
 
¡Encinares castellanos
en laderas y altozanos,
serrijones y colinas
llenos de oscura maleza,
encinas, pardas encinas:
humildad y fortaleza!
 
Vive lejos, así que mi amiga me lleva en su coche a la casa de su compañera de colegio. Vamos hablando por el camino: de su vieja amistad, de su amiga RM, de su indignación por lo que le están haciendo. La escucho, es de las pocas cosas que medianamente sé hacer, y no es la indignación, sino el dolor lo que me va cogiendo por dentro. A la par, una pregunta: ¿por qué ese celo eugenésico? La geométrica razón cartesiana sólo admite puras formas y formas puras. Llegamos a la casa. Una sencilla barriada de jóvenes matrimonios que apenas empieza a ser ciudad, apenas deja de ser campo. Llamamos a la puerta y RM nos abre, me abre a mí por primera vez su casa y, con ella, sus esperanzas y sus penas.
 
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tus ramas sin color
en el campo sin verdor;
con tu tronco ceniciento
sin esbeltez ni altiveza,
con tu vigor sin tormento,
y tu humildad que es firmeza?
 
Al verla con sencillez entrarme en su vida, hospedarme en su zozobra, el misterio sale a mi encuentro y en mi interior yo también pregunto qué tienes tú. RM no sale en las portadas de las revistas, no está entre los más ricos del planeta ni siquiera del país, seguramente no recibirá nunca el premio Nobel. RM es solamente una mujer. Luego me daría cuenta de que es nada menos que toda una mujer.
 
Cuatro meses y medio de embarazo y cada paso parece una estación del Via Crucis. Las pruebas y ecografías se van sucediendo. Cada mala noticia va acompañada de una amenaza de muerte, de la presión para abortar. Pero las pruebas no son definitivas, tras las malas vienen otras que las contradicen. Y así, RM va pasando las cuentas de sus misterios gozosos y dolorosos. Me dice que sabe que, si aborta, será una desgraciada para toda su vida, que es su hija, se llamará Cristina, y que las malformaciones no la harán menos digna de vivir y ser amada. En la última visita al médico, al no querer abortar, éste le dijo que firmase un papel haciéndose responsable de las malformaciones con que pudiera la niña nacer. Incomprensiblemente hay médicos que parece que de responsabilizarse de asistir al parto y dedicarse a sanar se ocupan menos que de matar y culpabilizar a la madre. ¡Cuánto daño le están haciendo entre todos! RM, en medio de las presiones médicas y sociales, algunas muy cercanas, a mis ojos, según me habla, aparece como un gigante de humildad que en Dios pone su esperanza. Nos despedimos y me da las gracias. "No, gracias a ti por la vida que traes, porque nos traes la vida". Sí, yo era el que tenía que estar agradecido por haber estado con una mujer-encina. La fortaleza de estas personas, fortaleza de gracia divina, sostiene el mundo, siempre sediento de muchas encinas, porque necesitamos entre ellas sentarnos para, como Abraham en Mambré, poder acoger a Dios, que pasa a nuestro lado.
 
El campo mismo se hizo
árbol en ti, parda encina.
Ya bajo el sol que calcina,
ya contra el hielo invernizo,
el bochorno y la borrasca,
el agosto y el enero,
los copos de la nevasca,
los hilos del aguacero,
siempre firme, siempre igual,
impasible, casta y buena.
 
 
Nota: los versos pertenecen al poema “Las encinas”, de Antonio Machado.
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