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BENEDICTO XVI

Una carta muy significativa

Con motivo del revuelo levantado por el levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos, Benedicto XVI publicó, hace unos días, una carta con vistas a clarificar lo ocurrido. Me parece que es un documento realmente muy interesante. Y es que los avatares desencadenados a partir de la decisión y la explicación papal posterior ponen de manifiesto algunas de las cuestiones centrales de nuestra época.

Con motivo del revuelo levantado por el levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos, Benedicto XVI publicó, hace unos días, una carta con vistas a clarificar lo ocurrido. Me parece que es un documento realmente muy interesante. Y es que los avatares desencadenados a partir de la decisión y la explicación papal posterior ponen de manifiesto algunas de las cuestiones centrales de nuestra época.

Con la desaparición del plural mayestático en la época de Juan Pablo II, el yo de los pontífices se ha empezado a mostrar en primer plano. No es que antes no estuviera presente –la personalidad nunca puede quedar en total silencio, hasta la más anodina deja su huella–, es que un cierto anonimato quería subrayar lo institucional y permanente sobre lo particular y pasajero. Con los dos últimos Papas, el yo de la modernidad parece hacerse presente. El Papa de esta carta es alguien que se lamenta, al que le entristecen ciertas reacciones, que hace referencia a los objetivos de su trabajo personal teológico, reconoce errores, etc. Es alguien que parece no querer quedar, a la vista de los demás, reducido a la esencia papal, a costa de su existencia personal concreta. Con lo cual, no quiero entrar a valorar este estilo en relación al anterior, cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes; solamente doy mi impresión. Desde el último concilio, los Papas parecen cada vez más de carne y hueso.

La carta muestra a un Papa que se ha encontrado con lo imprevisto. Muchos obispos y fieles se han sentido, pese a su buena predisposición a acoger favorablemente el levantamiento de la excomunión, perplejos ante "un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy". Ante esto, el pontífice da las explicaciones pertinentes –tal vez hubieran debido de haber acompañado al gesto de misericordia– sobre el contenido de la medida adoptada y la finalidad que buscaba la misma en relación a las prioridades del ministerio petrino y de la misión de la Iglesia. La última palabra sobre la conveniencia y oportunidad de esta decisión probablemente la dará la Historia. La intención, desde luego, ha sido difícilmente mejorable.

Pero además de una Iglesia viva que pregunta y dialoga sobre las cuestiones pastorales, el pontífice se ha encontrado también, por parte de católicos, con acusaciones y con protestas "cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento". Junto a la tarea ecuménica con las otras confesiones cristianas en busca de la unidad, las reacciones desencadenadas han hecho vivir al Papa en propia carne, una vez más, la tensión que lleva desgarrando internamente, desde hace décadas, a la Iglesia:

No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Mas, a lo propiamente lefebvriano, se ha juntado también la tormenta del negacionismo del holocausto que, de nuevo, ha sido ocasión para el ataque desde fuera y desde dentro, dando la medida de cómo algunos entienden aquello de que tanto alardean, la tolerancia, y de la actitud de no pocos, a la que se puede calificar, tanto a la de los católicos como a la de los que no lo son, como "una hostilidad dispuesta al ataque".

Y, en el último párrafo de esta carta, tan llena de preguntas, refiriéndose a Gal 5,13-15, Benedicto XVI, más preocupado de las heridas internas que de las animadversiones externas, nos deja estas profundas cuestiones, que deberían barrenar la vida de la Iglesia, y un "nosotros": "¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? ¿Que quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?". Quién sabe, pero se me antoja que sólo por ellas merecía la pena la tormenta.

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