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LA DECONSTRUCCIÓN DE LAS INSTITUCIONES

Zapatero y la orgía de los conceptos

Tengo un ángel que últimamente no hace más que repetirme que, tal y como están las cosas, aquí los únicos fieles de verdad son los enemigos. En no pocas ocasiones he pensado que si alguien se hubiera propuesto una estrategia de disolución, de desintegración, de aniquilamiento por desahucio de las instituciones y de los liderazgos socialmente atractivos, ahora estaría contento de ver que lo está consiguiendo.

Tengo un ángel que últimamente no hace más que repetirme que, tal y como están las cosas, aquí los únicos fieles de verdad son los enemigos. En no pocas ocasiones he pensado que si alguien se hubiera propuesto una estrategia de disolución, de desintegración, de aniquilamiento por desahucio de las instituciones y de los liderazgos socialmente atractivos, ahora estaría contento de ver que lo está consiguiendo.
José Luis Rodríguez Zapatero

Aunque no debemos confundir los planos, la impresión es que si Zapatero le ha robado las ideas a Derrida, y se ha convertido en su discípulo predilecto, se va a convertir a este paso en el padre de la filosofía de la deconstrucción por sistema y del sistema. Alguien terminará dándole el premio Nobel, y no precisamente de la paz. Quien está consiguiendo que nos confundamos de adversario intelectual y pensemos todo el día en cómo hacer la puñeta a los nuestros, sin saber muy bien quiénes son, debiera llevarse un premio. Después hablan de bipolarización del pensamiento, de radicalización de las actitudes y de las ideologías. Lo que prima es la orgía de los conceptos y la confusión al poder.

Sabíamos de antiguo que una de las características de nuestro tiempo, y de esa especie de consagración de la mediocridad de la cultura de masas, es la generalización de la regla niveladora por abajo. Sabíamos del empeño de los poderes por no permitir el poder. Sabíamos de la dificultad de los presentes, de los ciudadanos, por asumir la autoridad, como ejercicio del saber socialmente reconocido. Pero lo que no sabíamos es que la humedad mental está corrompiendo los metales más preciosos.

La primera deconstrucción histórica en la época contemporánea fue, probablemente, la de la izquierda con la caída del muro de Berlín. A partir de ese momento, hay quien se está empeñando a fondo en la coincidencia argumental con un paganismo que ha estado presente en nuestra cultura desde siempre, y que está representado por no poca de la filosofía de Nietzsche, auténtico pensamiento dominante. Las formas de paganismo son plurales, como plurales son las doctrinas que tienen ese fondo común. Pero el magma dominante es, sin duda, el nihilismo que nos conduce a la dictadura del relativismo.

La deconstrucción de la Iglesia, baluarte de la razón, comienza con su secularización interna. Ésta adquiere un protagonismo inusitado cuando desde fuera, desde la ideología que sustituye a la novedad de la fe, se le insufla de un cuerpo argumental que no para en el horizontalismo humanista y que llega hasta la misma comprensión de la naturaleza de Dios, de su Revelación, de Jesucristo y de la Iglesia. La tentación de convertirnos en cristianos reconstruidos es hoy más fuerte, porque los medios son más poderosos. La afirmación reciente de Benedicto XVI, el gran pedagogo de nuestro tiempo, hecha en la celebración del Corpus sobre el significado de la revolución cristiana no es más que un ejercicio de asentamiento del horizonte de la fe y de la vida cristiana.

La deconstrucción del Partido Popular pasa por la infidelidad a las ideas y, probablemente, a la realidad. Si por algo se ha caracterizado este partido, amén de por ser la voz y la palabra de una porción no desdeñable de la sociedad española, ha sido por haber mantenido los límites de sus políticas en materias éticas bien claros. Poco se habla de esto, pero este principio fue una de las bases del éxito de la política de Aznar. Había sabido marcar una línea que el partido nunca debiera traspasar en referencia a materias que tienen que ver con el origen y el fin de la persona, con la vida, el matrimonio y la familia, con la comprensión del papel de la religión en la vida pública. Ahora parece que esa línea Maginot se ha roto; esperemos que no vaya a inundar el próximo Congreso.

La deconstrucción de la Universidad, por ejemplo, es otro de los síntomas de ese triunfo de una razón poderosa por gaseosa. El modelo pedagógico que subyace a no pocas propuestas de la convergencia universitaria europea no augura nada bueno en la formación de la persona. Pasaremos de la disolución del sujeto presente al sujeto ausente en la educación. Pasaremos de saber quién, dónde y cómo a sentir el vértigo de la historia. Sólo nos queda esperar y mirar al cielo, sin perder pie en la tierra.

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