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Ignacio Cosidó

La España bolivariana

A ritmo de mitin electoral, ZP va repartiendo cheques a diestro y siniestro en un mercadeo político que resulta indecente

Zapatero pretende que España se convierta en una copia de la Venezuela de Hugo Chávez. La misma utilización de los recursos públicos para tratar de comprar votos, la misma política exterior fundamentada en un antinorteamericanismo atroz, la misma obsesión por el poder y la misma estrategia frentista que trata de excluir al adversario del juego político. Zapatero, cada vez más alejado de las grandes democracias de Europa y del mundo, ha decidido sumarse, con su radicalismo izquierdista y su actual fiebre electoral, a la ola de neopopulismo que padecen algunos países del hemisferio sudamericano.
 
La cercanía de la cita electoral y el miedo a una derrota merecida después de tres años de despropósitos, han provocado que Zapatero haya perdido el último vestigio de pudor en el manejo de las cuentas públicas. A ritmo de mitin electoral, ZP va repartiendo cheques a diestro y siniestro en un mercadeo político que resulta indecente. Intenta comprar voluntades individuales prometiendo casa o dentista gratis e incluso dinero en efectivo para determinados casos. Intenta también comprar territorios enteros, repartiendo las inversiones en función del número de votantes que cree que puede obtener como partido en el Gobierno. Así, en los últimos meses,  Zapatero ha demostrado ser un aventajado alumno del autócrata venezolano. El problema es que Zapatero no dispone de reservas de petróleo con las que financiar la compra de votos y que el superávit financiero del que dispone se ve amenazado por la crisis económica que amenaza en el horizonte por culpa, precisamente, de la ausencia de una política económica como la que permitió a España mantenerse a la cabeza del crecimiento entre 1996 y 2004, independientemente de las turbulencias internacionales.
 
La política exterior de ZP tampoco se diferencia demasiado de la de su admirado Hugo Chávez. Ambos comparten su admiración por el tirano Fidel Castro, su odio hacia Bush, al que dibujan como culpable de todos los males de este mundo, su visceral antiamericanismo y su búsqueda de una alianza con los grandes enemigos de la democracia. Es cierto que, de momento,  Zapatero atempera más el discurso que su colega sudamericano y que el vínculo de nuestro país con la Unión Europea y la OTAN es un ancla que, de momento, aminora la deriva radical de nuestro presidente. Pero cada día es más evidente su identidad de percepciones, de objetivos, de fobias y de amistades, siempre elegidas entre quienes menos respetan la libertad y la democracia en el mundo.  
 
La voluntad de concentración del poder es también común a ambos líderes. Las maniobras en torno al Tribunal Constitucional, el enfrentamiento directo con el Consejo General del Poder Judicial y con el presidente del Tribunal Supremo y la creciente politización de la Fiscalía son ejemplos de cómo Zapatero intenta someter la Justicia y eliminar cualquier control de legalidad al ejercicio del poder. Tampoco las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad han sido ajenas a sus intentos de instrumentalización partidista.
 
Su estrategia política también es paralela en la determinación de ambos para deslegitimar sistemáticamente al adversario y en su vocación por excluir del juego a la oposición democrática. Episodios como la detención de militantes del Partido Popular por acudir a una manifestación son la máxima expresión de este intento de criminalizar a la oposición. La justificación de la violencia contra el adversario político, como hizo recientemente la ministra de Administraciones Públicas frente los altercados del último 11 de septiembre en Barcelona o la no condena de los ataques a las sedes del principal partido opositor son hechos que reflejan una situación más propia de la revolución bolivariana que de una democracia europea como la española.
 
Las buenas relaciones entre ambos, incluyendo la venta de armas españolas a la revolución chavista, esconden en realidad una identidad política que va mucho más allá. Zapatero se ha convertido así en aprendiz de Chávez. Por el momento, practica su particular revolución en un grado menor que el desmesurado caudillo venezolano, pero cada día hay menos dudas de cómo podría comportarse en el caso que dispusiera de una mayoría más amplia para gobernar. Afortunadamente estamos a tiempo de que eso no ocurra y de poner fin a la incipiente deriva chavista de España.

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