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Ignacio Cosidó

Por la paz en libertad

hoy más que nunca es necesario mantener la esperanza y fortalecer nuestra fe en la libertad. Porque frente a esta paz imposible, injusta, indigna, mentirosa y sectaria, es aún posible alcanzar una paz real, justa, digna y verdadera

Miles de ciudadanos se han echado de nuevo a la calle por la libertad, por la derrota de ETA y contra la negociación con los terroristas. Miles de ciudadanos de toda España se han movilizado en Madrid para expresar no sólo su absoluta repulsa al terrorismo y su total solidaridad con las victimas, sino el rechazo que exige esa repulsa y esa solidaridad a todo proceso de negociación y cesión ante el terror. La ausencia del PSOE de esta manifestación es la más clara evidencia de que el Gobierno no tiene intención alguna de romper su proceso de negociación con los terroristas.
 
Por el contrario, Rodriguez Zapatero sigue obcecado en su voluntad de diálogo con los asesinos, despreciando las dos nuevas victimas mortales con las que ETA ha ensangrentado la mesa de negociación,  ignorando la multiplicación de los actos de terrorismo callejero y en contra de las pruebas cada vez más contundentes de que la banda mantiene toda su intención asesina y está tratando de recuperar su máxima capacidad para actuar. En estas condiciones, resulta evidente que el precio que tendríamos que pagar todos los ciudadanos a los terroristas en una negociación resultaría simplemente inasumible. Un precio inaceptable no sólo para nuestra dignidad democrática, sino porque en realidad estaríamos comprando una paz imposible, injusta, indigna, mentirosa y sectaria.
 
La paz que anhela Zapatero es antes que nada una paz imposible porque ETA sigue matando y sigue ejerciendo todos los días la violencia, la extorsión, la coacción y la amenaza. Los terroristas ya han dicho que ni tienen intención verdadera de silenciar las armas, ni en momento alguno entregarán las pistolas. Es más, incluso en el supuesto de que el Estado terminara cediendo al chantaje de los terroristas, ETA seguiría existiendo, como un Gran Hermano que vigilaría el cumplimiento de todas y cada una de sus exigencias hasta alcanzar el último de sus delirios totalitarios.
 
La paz de Zapatero no sería una paz justa porque sería una paz en la que los verdugos se autorogarían la victoria y las victimas se sentirían finalmente derrotadas. Sería una paz injusta porque se aseguraría además la impunidad para los asesinos. Una paz que se construiría burlando el Estado de Derecho y vulnerando una Ley que no se tiene el arrojo político para modificar, pero sí la cobardía para violentar a espaldas de la sociedad.
 
La paz de Zapatero no sería una paz digna porque sería una paz sustentada en el chantaje de una minoría que habría impuesto a través de la violencia su voluntad a la mayoría. Si el precio de la paz es dar a ETA la autodeterminación, la anexión de Navarra o una justificación histórica de sus crímenes, la democracia española se podría haber ahorrado muchas vidas antes de perder su dignidad y entregar como dote para la paz su libertad.
 
La paz de Zapatero no sería una paz verdadera porque se sustenta en la falsedad y en la ocultación. El Gobierno negocia a escondidas con los asesinos sencillamente porque no puede consentir que sepamos la verdad. Sería una paz construida mentira a mentira, desde la negación de las evidencias, la ocultación de los pagos políticos, la falsificación del cese de la violencia, la tergiversación de la extorsión y la manipulación, la intoxicación y la persecución de los medios de comunicación y de todos aquellos que intenten contar la verdad.
 
La paz de Zapatero no sería por último la paz de todos, porque el Gobierno ha hecho añicos el consenso político y ha destruido sistemáticamente la cohesión social en la lucha contra el terror. Hoy la sociedad española se encuentra más dividida que nunca, más enfrentada que nunca y más crispada que nunca frente a un terrorismo que paradójicamente nunca había sido más débil. La paz de Zapatero sería por tanto una paz sectaria, que tan sólo buscaría el aislamiento del adversario democrático y un rédito electoral inmediato, pero que despreciaría la oposición de casi la mitad de la sociedad española y de la inmensa mayoría de las victimas del terror ante la paz de la claudicación.
 
Por eso hoy más que nunca es necesario mantener la esperanza y fortalecer nuestra fe en la libertad. Porque frente a esta paz imposible, injusta, indigna, mentirosa y sectaria que nos quieren imponer los terroristas, es aún posible alcanzar una paz real, justa, digna, verdadera y con la que todos los españoles nos identifiquemos en plenitud. Una paz en la que ETA se convierta en un triste recuerdo del pasado, una paz en la que los demócratas podamos sentirnos los auténticos vencedores porque los terroristas hayan sido definitivamente derrotados, una paz en la que libertad haya desterrado por siempre al terror, una paz clara, limpia y transparente en la que no hay letra pequeña, ni cláusulas secretas, ni pagos aplazados. Una paz que sea la victoria común, jubilosa y feliz de todos y cada uno de los ciudadanos libres y de buen corazón que habitan este país. Esa es la paz en libertad por la que miles de españoles se manifestaron ayer por las calles de Madrid.

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