Menú
Ignacio Moncada

Dominó de acontecimientos

La central acabará convertida en chatarra pero todo quedará dentro del edificio de contención, sin más consecuencias que las económicas.

La actualidad es caprichosa y no dosifica las noticias. Los grandes acontecimientos no llegan espaciados, cortados a medida de la industria informativa, sino por oleadas, como a borbotones históricos. Parecía que vivíamos en una llanura mediática, en la que la crisis económica y el descrédito del Gobierno eran un agujero negro que se tragaba todo lo demás. Pero fue prenderse la mecha y han comenzado a sucederse las noticias como revientan los petardos en una traca. Tal vez fue la inflación, como de costumbre, la que puso la primera chispa, y se inundaron las calles norteafricanas de rebeldes con ganas de libertad. O, simplemente, cansados del tirano de turno. Hastiados de que un sátrapa, después de oprimir al pueblo, además lo sermoneara. Cayeron los déspotas en Túnez y en Egipto, y en otros lugares, menos afortunados, sacaron a pasear su mano dura. En Libia, Bahréin o Yemen, antes que huir como cobardes prefirieron disparar como cobardes. Pues la valentía no está en cómo salvar el cuello, sino en dejar elegir al pueblo.

En esta realidad informativa que parece haber puesto la quinta marcha, los sucesos históricos no sólo brotan en cuestión de horas. Además cada uno sepulta a los anteriores. No nos da ni para un editorial, ni para un comentario, y a toda prisa se despachan a las escribanías de los historiadores. Es como un dominó de acontecimientos en el que cada pieza tira a la siguiente, y la entierra. En plena revuelta en el mundo árabe, tuvimos que dejar aparcados hechos tan trascendentes como el derrocamiento del faraón egipcio para volvernos hacia Japón, pues uno de los mayores terremotos de la Historia ha reducido ciudades enteras a escombros. Poco duró en portada el seísmo –que ahora siempre vienen con tsunami incluido–. Ni siquiera dio tiempo al recuento de víctimas. El foco informativo se giró hacia la central nuclear de Fukushima, que tras tamaña catástrofe dejó de refrigerar los reactores, y dio lugar a una catarata de especulaciones mediáticas interesadas.

Por supuesto el problema es grave –no iba a ser menos, en estos tiempos–, tal vez incluso más que el caso de Three Mile Island, en 1979. Pero los medios de comunicación antinucleares no desperdiciaron la ocasión para demostrar su desconocimiento sobre el tema, o su mala intención, sacando erróneas conclusiones e inaceptables comparaciones. El País, por ejemplo, publicabaen páginas de información que el primer ministro nipón "no puede ocultar su pánico a que se funda el núcleo de alguno de los reactores dañados o reviente alguno de los sarcófagos que contienen a los reactores –como sucedió en Chernóbil en 1986– y lance a la atmósfera una nube radiactiva 500 veces superior a la de la bomba atómica sufrida por Hiroshima en 1945". Evidentemente eso no puede pasar. Chernobyl no era una central nuclear al uso, sino un disparate soviético en el que el reactor, que estaba mal construido y era inestable, estaba en una habitación sin edificio de contención, para así poder extraer material nuclear y emplearlo en armamento. Imposible que en Chernobyl "reventara el sarcófago", porque no había. Para que sucediera la catástrofe de Chernobyl, pese a todo, fue necesario que un comisario político ordenara la desactivación de todos los sistemas de seguridad de la instalación. Aquello no era Japón.

Aún así no ha habido tiempo de decir que lo máximo que puede pasar en Fukushima es la fusión de los núcleos –los famosos escapes radiactivos son provocados de manera controlada para reducir la presión de los reactores y no suponen ningún daño para la salud–. La central acabará convertida en chatarra pero todo quedará dentro del edificio de contención, sin más consecuencias que las económicas. No ha habido tiempo porque algunos de los principales líderes occidentales han decidido, de la noche a la mañana, atacar Libia. Lo más interesante para los españoles ha sido esa culminación del travestismo político de Zapatero que supone el entusiasmo con el que el ex pacifista se ha adherido a una guerra con tal cantidad de paralelismos con Irak. Al cabo, es una ofensiva sin hoja de ruta, sin objetivos concretos, ante un sátrapa que bombardea a la población, pero del que lo que nos interesa es su suministro de petróleo. Como genialmente escribe José García Domínguez en Libertad Digital, este eufórico "sí a la guerra" del socialismo español confirma que Zapatero nunca fue ni pacifista ni belicista, sino un vulgar oportunista.

¿Qué sucederá mañana, que sea capaz de sepultar la primera guerra pacifista de la Historia? ¿Cuáles serán las próximas piezas del dominó en caer, que obliguen a este modesto articulista a escribir sobre todo, y sobre nada?

En Internacional

    0
    comentarios