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Ignacio Villa

Annus horribilis

En la despedida del año 2002 se puede afirmar, sin miedo a exagerar, que ha sido el peor año para el Partido Popular desde su llegada al poder. Doce meses en los que el Gobierno ha evidenciado todos los efectos negativos que ocasiona la mayoría absoluta: atrofia, inercia, miedos inexplicables, cambios de timón y, por encima de todo, un centrismo aguado y sin chicha que ha paralizado la gestión del Gobierno durante muchos meses del 2002.

El año comenzaba bien para el Partido Popular. En el mes de enero se celebraba el Congreso Nacional del PP, momento de exaltación y de despedidas. Momento del anuncio definitivo del adiós del presidente Aznar, algo desde luego importante y único en la política española. Un comienzo dinámico y vigoroso que acabó abruptamente. No es casualidad que el presidente, no hace muchos días, reconociera ante el Comité Ejecutivo de su partido que el 2002 había sido un año especialmente duro.

Lo cierto es que son muchos los momentos difíciles, complicados y sobre todo inexplicables que nos ha brindado el Gobierno en el año 2002. Pero quizá hay cuatro referencias que han marcado el trabajo político del Ejecutivo: el cambio de estrategia con la reforma del desempleo, la asombrosa política con la fusión de las plataformas digitales, la suntuosa boda en El Escorial y la lenta reacción ante el desastre del Prestige.

El Gobierno del Partido Popular, desconcertado por la huelga general del 20-J, dio un giro a su política de reformas recogiendo velas y cediendo ante los sindicatos. Un cambio todavía no suficientemente explicado, pero que estaba impregnado de miedo, como se desmostró con la crisis de Gobierno del pasado mes de julio. Una reacción que dejó en la estacada a miles de ciudadanos que trabajaron el día de la convocatoria de la huelga, como señal de solidaridad con el Ejecutivo. Esa misma pusilanimidad se ha vuelto a repetir con el homenaje a la bandera. El Gobierno cuando ha renunciado al centrismo con reformas se ha quedado abotargado en un centrismo timorato y sin personalidad.

Otra cuestión, que nadie entiende y que nadie es capaz de explicar, es la nefasta política de medios de este Ejecutivo. La cesión en la fusión de las plataformas, brindando todo el poder y los medios a Polanco, son una renuncia a todas luces de las ideas y de las iniciativas que el PP abanderaba en este terreno en el año 96, cuando pisaba por vez primera la moqueta del poder. A algo más de un año de la despedida de Aznar, el panorama mediático español ha sido convertido en un solar.

Y en esas estábamos cuando llegó la boda. La boda de El Escorial que tantos disgustos y tantos enfados ha provocado en el Partido Popular. La recuperación de las viejas etiquetas de la derecha española en convivencia con personajes supervivientes del felipismo más corrupto, aterrizaron en una boda que provocó un auténtico escalofrío en muchos militantes del PP. Un error político, del que nadie ha dado cuenta, y que en ningún caso cuadra con el estilo austero y sobrio que Aznar ha conferido a la vida política en estos últimos años.

Por último, para cerrar este año de complicado recuerdo, aparece en las costas gallegas el "Prestige". Un accidente que ha provocado muchos problemas en el Gobierno, y que ha puesto encima de la mesa un cúmulo de errores de un Ejecutivo agarrotado, lento, incomunicado e ineficaz. El Gobierno ha estado durante un mes a merced de la marea negra, hasta que la "pifia" de Caldera en el Congreso manipulando documentos oficiales, ha amortiguado el daño inicial. El golpe ha sido parado, pero el escape de agua no ha sido cerrado.

En fin, lo dicho, un año horrible. Un año para olvidar. El 2003 que ahora comienza sigue abonado a las emociones. El 2003, que es ya por calendario un año electoral, es por encima de todo el año de la sucesión. ¡Otro pelotazo¡

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