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Ignacio Villa

La estrategia: No cerrar ninguna puerta

Lejos de cerrarse la polémica y de cortar de raíz la controversia, en esta ocasión, ha sido el propio José María Aznar quien ha abordado, en público, el tema "tabú" de la sucesión. Ha sido durante el fin de semana, con un grupo selectos de jóvenes de su partido. Aznar ha escogido un entorno claramente "aznarista" para anunciar que no está dispuesto a que su nombre se incluya en las quinielas de la sucesión. ¡Menos mal, que a estas alturas de la película, por lo menos Aznar no quiere que se hable de su sucesión, delante de él!

No está mal eso de guardar las formas; pero no hay que olvidarse que en política, no siempre es útil y sobre todo tampoco es
eficaz, cuando durante meses se ha fomentado el secreto, el misterio y por lo tanto la tensión dentro del partido. Y es que la sucesión empezó siendo una estrategia, luego se convirtió en un juego y podría llegar a ser un problema de difícil solución, un error de cálculo perjudicial para un partido que ha tardado muchos años en llegar al poder, y que observa con miedo que ese poder se puede llegar a perder.

Cuando José María Aznar en su momento anunció el compromiso de estar solamente ocho años en el Palacio de la Moncloa, en pleno "felipismo" y en la época más intensa de la corrupción, fue recibido como una bocanada de aire fresco. Desde dentro del PP se acepta ya sin pudores, que el compromiso de José María Aznar tuvo y tiene errores graves de estrategia escondiendo una trampa de complicada salida. Si Aznar anuncia ahora el nombre de su sucesor, desde el PSOE se lanzará a toda la artillería pesada buscando laminar al sucesor antes de tiempo. Si Aznar, calla y mantiene en secreto el nombre del sucesor, se pueden provocar, como ya está pasando, graves tensiones internas y el inicio de batallas intestinas. A esta dificultad derivada de un error inicial, hay que añadir que el paso político ha sido trastocado, el escándalo Gescartera ha sido más determinante de lo que parecía y ha roto el guión que inicialmente estaba previsto.

Esta es sin duda la gran cuestión. El caso Gescartera ha dejado en evidencia muchas limitaciones del PP. Además de dejar herido a uno, por no decir el principal, candidato a la sucesión, ha desdibujado la lista de sucesores que hace meses era numerosa y que ahora se pone en duda por la endeble política que han ofrecido durante la crisis del citado escándalo económico. Además, esta misma crisis ha provocado que afloren las viejas historias de los enfrentamientos internos dentro del PP, unas luchas que –dicen– podrían ir a más si desaparece el liderazgo de un Aznar, que por el momento es el único que aglutina a todos los populares.

Por todo esto, a nadie puede extrañar que desde el entorno del presidente se observe con satisfacción la aparición de un estado de opinión, de una corriente interna que promueva la permanencia de José María Aznar al frente del PP y del Gobierno más allá del 2004. No es que la cuestión esté decidida, es que no saben que hacer. El guión que estaba escrito ha saltado por lo aires, los personajes no valen y el calendario se ha quedado fuera de sitio. Eso lo saben y por lo tanto no quieren cerrar ninguna puerta. En política, en muchas ocasiones, las cosas son humillantemente sencillas. Detrás de muchas decisiones no hay estrategias determinadas o grandes planteamientos, simplemente hay imposibilidad de diseñar un plan de futuro.

Y esto parece que ocurre con la sucesión de Aznar, detrás de afirmaciones y de declaraciones, se observa la intención de ganar tiempo, de que se aclare el panorama, de ver qué dicen las encuestas y sobre todo no cerrar ninguna puerta. Es por ello, que en este punto –se diga lo que se diga– es posible que Aznar suceda a Aznar. Lo único cierto es que no hay ninguna decisión tomada.

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