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Ignacio Villa

La paz de los borregos no admite disidencias

Marlaska se ha convertido en el objetivo y, con él, millones de españoles que no se creen esta paz de borregos que no es otra cosa que la rendición ante ETA.

Ahora toca linchar al juez Grande Marlaska. Esa es la consigna que todo el ejercito mediático del PSOE ha recibido de los altos mandos. Es la vuelta a lo de siempre: encender el ventilador. En los últimos meses hemos asistido a muchas campañas para frenar una evidencia: el Gobierno se está rindiendo ante los terroristas.

Desde Moncloa y desde Ferraz se han utilizado todo los medios. Han intentado dividir al Partido Popular enfrentando a Mariano Rajoy con los que llaman "duros" del partido, han aireado manipuladas recopilaciones de hemeroteca de José María Aznar, han intoxicado hasta la extenuación desde el diario El País, han utilizado el Congreso como escenario grotesco para el conchabeo político, han montado todo tipo de operaciones policiales contra la corrupción más variada para desviar la atención, han ejecutado una buena limpia en la Audiencia Nacional para tener bajo control los posibles escapes a la línea oficial... En fin, han hecho lo posible y lo imposible para controlar el proceso de rendición ante ETA y hacer cómplices de esa vergüenza a toda la sociedad española.

Agotados todos los mecanismos posibles, ahora le toca a uno de los pocos reductos que quedan: el juez Grande Marlaska. Este magistrado se ha convertido en el último bastión de la justicia frente a la presión del Gobierno, que quiere inutilizar todo el poder judicial. Pero en esta ocasión se han encontrado con un juez al que no pueden calificar de carcamal o miembro de la derechona, y que además se está limitando a cumplir la ley.

Marlaska se ha convertido en el objetivo y, con él, millones de españoles que no se creen esta paz de borregos que no es otra cosa que la rendición ante ETA. El Gobierno está triturando el Estado de Derecho. Saben que han comenzado un viaje para el que no existe billete de vuelta. Cuando uno pacta con los terroristas, se convierte en un rehén de los pistoleros; desde entonces no queda otro remedio más que aguantar sabiendo que el futuro depende de las decisiones de los terroristas. La única salida de Zapatero es procurar involucrar a todos. En ello está, pero no parece que lo vaya a conseguir. La paz de los borregos no admite disidencias, y hay ya demasiados disidentes.

 

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