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Ignacio Villa

La trampa de la sucesión

No hace muchos días se oyó decir a un importante dirigente del Partido Popular, entre el "chin-chin" de copas de cava:"¡El 2003 nos puede deparar la gloria o el desastre! En cuestión de minutos podemos pasar de una situación a la contraria, sin previo aviso". Y, ciertamente, este año político recién comenzado es decisivo para el Partido Popular, es históricamente decisivo para los populares. Así lo ha querido José María Aznar, y así va a ser. El peculiar sistema de elección del sucesor del actual presidente del Gobierno, la persistencia por mantener hasta el final el interrogante del elegido y el empecinamiento por no tocar un calendario previsto cuando las circunstancias eran bien diferentes, han convertido la elección del sucesor de José María Aznar en una cuestión política "a vida o muerte" para el Partido Popular.

La decisión que en su día tomó Aznar de cumplir un mandato de ocho años al frente de la Presidencia del Gobierno fue, sin duda, un "plus" en la carrera electoral del 96; además se convirtió en un precedente desconocido en la vida política española que hay que alabar y reseñar, años después, sin ningún rubor. Cuando Aznar puso fecha de caducidad a su mandato presidencial, la política española estaba bañada por la corrupción, por el enriquecimiento rápido y por el deseo desmedido de pervivir a los cargos y a las Instituciones. Aznar anunció una iniciativa positiva para la vida política española. El problema llegó después. Un anunció importante, pero que no estaba digerido en el fondo y en la forma; y que ha tenido que ir puliendo con el paso de los meses. Una decisión que todavía tiene muchos cabos sueltos.

Aznar anunció que a los ocho años dejaría la Presidencia del Gobierno, pero al principio subrayó que seguiría como presidente del PP y como diputado. Con el paso de los meses, tuvo que ir rectificando. Primero apuntó que dejaría la Presidencia del partido, luego matizó que no sería diputado. Poco a poco fue cerrándose todas las puertas, sin saber muy bien la dirección que el futuro podría marcar. Esta improvisación ha sido el verdadero error, se ha convertido en una peligrosa trampa para el Partido Popular. Ciertamente, no puede empañar la importancia de la decisión inicial, pero sí que confirma de forma evidente que el anuncio realizado en su momento dejó muchas puertas abiertas, y no tuvo en cuenta muchas circunstancias que el tiempo y los avatares políticos han demostrado como básicos.

En el Partido Popular se vive en una situación de provisionalidad, desde el día después de las últimas elecciones generales. El día después de la mayoría absoluta, la dirección del PP se preguntaba en voz alta: ¿Y ahora qué?. Desde ese mismo momento se ha vivido de forma angustiada y desconfiada el momento de la sucesión. A día de hoy se sigue sin saber a ciencia cierta los tiempos, los modos y las formas para la proclamación del sucesor. Además los errores, las negligencias, los fallos y los problemas lógicos de la vida política han castigado a todos los posibles candidatos. Es verdad que al no conocer el nombre, la oposición socialista no ha podido apuntar hacia el elegido. Pero también es cierto que el posible designado ha perdido mucho tiempo que podría haber invertido en convertirse en un referente en el partido y en la sociedad española. En todo caso, lo que ya es inexorable es que la partida final ha comenzado.

Ya no hay excusas. En menos de nueve meses el nombre deberá ser conocido. Desde este momento el cronómetro está en marcha y ya no se puede parar. Cada paso, cada decisión, cada iniciativa estratégica se ha convertido en decisiva. El mandato cerrado y tasado de Aznar, que en su momento se convirtió en una baza electoral, ha resultado tener muchas trampas. El que sobreviva dignamente a todas ellas será el elegido. Están jugando con fuego y hay demasiada improvisación. Esa es, en definitiva, la verdadera trampa de la sucesión.

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