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Ignacio Villa

Los sudores del oficialismo

Cuando faltan once días para el inicio del Congreso del PP, el aparato de Génova-13 se ha refugiado en el silencio a la espera de diseñar una estrategia de respuesta a las propuestas de Francisco Álvarez Cascos. Ese silencio esconde –no es difícil darse cuenta– reuniones y más reuniones que durante estos días se están celebrando para encontrar la fórmula más adecuada para frenar esta rebelión a bordo.

Mientras encuentran esa fórmula, la dirección del PP calla disciplinadamente. Sólo hemos podido escuchar al presidente Aznar, que ha vuelto a recordar la “doctrina oficial” repetida luego por distintos dirigentes regionales que, por lo que percibimos, componen la “avanzadilla” encargada de crear un estado de opinión dentro del partido para marcar las directrices del Congreso. Durante el fin de semana, se han repetido las declaraciones aquí y allá del “cuadro de mandos regional”. Sus palabras, para algunos, serán ordenes de obligada obediencia, pero para otros –cada vez más– no tendrán la más mínima relevancia.

En el PP están preocupados. El “pelotazo” de Cascos ha golpeado en el momento adecuado y en el lugar preciso. Detrás de las propuestas de Álvarez Cascos, cuidadosamente elaboradas, se esconde una actitud que ha roto por la mitad las previsiones de la dirección del PP. Se ha atrevido a dinamitar la férrea disciplina interna y ha abierto la posibilidad de la pluralidad en las opiniones. Ha planteado la gran cuestión para todos los militantes del PP: la sucesión de Aznar. Pero, sobre todo, ha hecho explotar el miedo que ha agarrotado y sigue agarrotando a muchos populares que piensan aún que aquella vieja advertencia de la época socialista continua en vigor:"El que se mueva, no sale en la foto". El ministro de Fomento ha provocado lo que nadie en el aparato quería que ocurriese: un Congreso con margen para la iniciativa.

Desde luego, la falta de previsión en la dirección del PP ha sido un error que ahora tendrán que purgar. La ingenuidad de algunos dirigentes populares que pensaron que nadie podía ir por libre es una demostración de la falta de experiencia mezclada con cierta mediocridad, muy asentadas en más de un despacho. La puerta abierta por Cascos para el debate está provocando un quebradero de cabeza a aquellos que buscaban armonía y uniformidad. Era una posibilidad en la que nadie había pensado y ahora, deprisa y corriendo, tienen que improvisar una respuesta.

Para la dirección, ciertamente el peligro radica en que las enmiendas de Cascos pueden impregnar todo el Congreso de una dinámica no escrita. El “oficialismo” se ha encontrado de golpe con que las pautas no se marcarán desde el atril del plenario. La información y la novedad se encontrará en las comisiones y en los pasillos, donde el control se puede ejercer a duras penas. La gran novedad es que el centro de atención no estará en el guión previamente escrito desde la dirección y, por fin, el Congreso se va a mover. Por primera vez desde el celebrado años atrás en Sevilla, la palabra la tienen los compromisarios y eso puede ser peligroso para el aparato.

Desde Génova-13 se guarda silencio. Están buscando la mejor estrategia posible para “frenar” la iniciativa de Cascos, pero son conscientes de que están jugando con fuego. Una cosa son los deseos y otra la realidad.

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