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Ignacio Villa

Tiempos de claridad, tiempos de prudencia

En su día, la llegada de Manuel Jiménez de Parga a la presidencia del Tribunal Constitucional fue una bocanada de claridad, de limpieza y de fidelidad a la hora de interpretar un texto de la importancia de la Constitución para el engranaje correcto de la democracia. Cuando Jiménez de Parga fue nombrado presidente del TC estaban, en el horizonte reciente, algunas decisiones y sentencias del Alto Tribunal de complicada explicación y de difícil entendimiento, como la que se dictó sobre la mesa nacional de HB en plena tregua etarra. Entonces, el citado nombramiento supuso, y sigue suponiendo, un seguro de vida constitucional y democrática.

Es cierto también que desde que ocupa esta trascendente presidencia, Jiménez de Parga ha tenido algunos momentos en los que sus declaraciones han levantado más polvareda de la deseada. En este sentido, no hay que olvidar que a más de uno y a más de dos, especialmente nacionalistas, les revienta que desde el Tribunal Constitucional se digan verdades como puños. Al nacionalismo, acostumbrado a vivir entre la ambigüedad y la reivindicación partidista, no le gusta que se les diga cómo son las cosas, por aquello de poner en peligro su "chiringuito político". Y Jiménez de Parga ha demostrado, desde el primer día, que la interpretación de la Constitución no significa "paños calientes" y tener contentos a todos. Constitución es claridad, no es polivalencia; Constitución es solidez no es indefinición. Es bueno, pues, que el presidente del Constitucional sea una persona de ideas claras y ordenadas, algo que Jiménez de Parga ha demostrado generosamente.

Dicho lo esto, y puesto que en este final de legislatura el Tribunal Constitucional va a jugar un importante papel, sería prudente que su presidente, en aras de la eficacia, juegue la carta de la discreción. Con la ilegalización de Batasuna al fondo y todo el entramado de recursos que pueden ser interpuestos, el Alto Tribunal debe de sentar doctrina desde la Constitución y no desde la opinión. Razones hay, y muchas, para criticar la actitud ruin del nacionalismo, más pendientes del interés personal que del interés general. Pero ahora estamos en tiempos de prudencia "constitucional". El camino más corto para dejar en su lugar al nacionalismo mezquino.

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