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Javier Arias Borque

César Velasco Arsuaga, algo parecido a un héroe de España

Siempre quiso que España y sus símbolos nacionales no desaparecieran del País Vasco. Luchó por ello en los tribunales vascos y ganó al nacionalismo.

Siempre quiso que España y sus símbolos nacionales no desaparecieran del País Vasco. Luchó por ello en los tribunales vascos y ganó al nacionalismo.

César Velasco Arsuaga fue un político atípico. No le gustaba el protagonismo mediático que con tanto ahínco buscan la gran mayoría de los políticos, huía de los focos y sólo aparecía cuando el trabajo le obligaba a ello. Lo suyo era el trabajo callado y metódico. Conseguir objetivos por los conductos adecuados mucho antes que crear booms mediáticos que terminasen desinflándose con el paso de los días.

Recuerdo perfectamente cómo le conocí. Era una mañana de junio de 2003 y se encontraba de visita en el Parlamento vasco. Las elecciones municipales y forales habían concluido y como periodista tocaba volver a centrar buena parte del trabajo en la Cámara de Vitoria. En uno de sus pasillos, según entras en la institución a la izquierda, en la planta baja, junto a las puertas del grupo parlamentario del PP, me lo presentó Begoña Conde, su mujer, hoy su viuda.

Begoña Conde es una de esas personas que es todo amabilidad y que tiene siempre una sonrisa en la cara. De las que te alegra el día cuando te la encuentras. Todo ello, pese a que pasaba horas y horas al día separada por una simple pared movible de aquellos que alentaban y aplaudían los crímenes de ETA y los asesinatos de sus compañeros. A unos metros de Arnaldo Otegi, Joseba Permach, Araitz Zubimendi, Jon Salaberría, Rakel Peña, Antón Morcillo...

Menos risueño, mucho más serio, pero tremendamente amable y cordial fue el César Velasco Arsuaga que conocí esa mañana. Inmediatamente me facilitó su teléfono y me invitó a ir a su despacho a tomar un café esa misma semana. Y así lo hice. Él convirtió la subdelegación del Gobierno en Álava en un lugar confortable en un País Vasco en el que no ser nacionalista era todo menos confortable.

Luchó durante años con ahínco por defender la legalidad constitucional en el País Vasco en unos momentos donde el Gobierno vasco de Juan José Ibarretxe impulsaba la ruptura con España y los terroristas de ETA no tenían reparos en dar un tiro en la nuca y colocar un coche-bomba a todo el que no comulgase con la delirante entelequia de Euskal Herria. No tuvo dudas de cumplir con su deber y nunca quiso que nadie lo aplaudiese por ello. Lo consideraba una obligación.

César Velasco Arsuaga batalló para que se cumpliera la Ley de Banderas en las principales instituciones vascas y en los pueblos más pequeños de la región. Siempre quiso que España y sus símbolos nacionales no desaparecieran del País Vasco y, como creía en el Estado de Derecho, utilizó los recursos que éste le ponía a su alcance. A su lado conformó un equipo compuesto por Santiago Abascal Conde y Unai Urruela Mora, que siempre le apoyaron en sus batallas.

Nunca usó malas palabras, nunca amenazó a nadie. ¡Qué diferencia con la actitud de aquellos a los que se enfrentó! Llenó de recursos los tribunales vascos para defender la bandera de España y la justicia le fue dando la razón poco a poco, aunque a veces lo hiciera demasiados años después de que dejara el cargo. Sin darse importancia o buscar protagonismo prestó un servicio a España que tal vez poca gente, por desconocido, le agradecerá nunca.

Gracias a esos recursos la bandera de España ondea actualmente en la sede del Parlamento vasco, en las Juntas Generales de Guipúzcoa o en la Academia de la Ertzaintza en Arkaute (Álava), así como en la casa consistorial de muchos municipios vascos. No le tembló el pulso, incluso, para pedir a los tribunales que inhabilitaran a alcaldes y cargos públicos que se negaban a cumplir con las sentencias.

La última vez que estuve con César Velasco Arsuaga visitamos juntos la exposición de Blas de Lezo en el museo de la Armada de Madrid. Me llamó un sábado por la mañana, estaba en el capital porque Begoña Conde había bajado a arreglar unos asuntos y quería aprovechar para disfrutar de la exposición. A él le gustaba la historia de España y sus héroes. Tal vez nunca se dio cuenta que él también era un poquito un héroe de España.

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