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Javier Fernández-Lasquetty

Para qué hablar de esas cosas

El Congreso Nacional del PP, aplazado durante años por la importancia de las elecciones, resulta que ahora no habla de por qué se le ha ido un tercio de los votantes.

El Congreso Nacional del PP, aplazado durante años por la importancia de las elecciones, resulta que ahora no habla de por qué se le ha ido un tercio de los votantes.
Mariano Rajoy bromea con varios compromisarios, este sábado, en el Congreso Nacional del PP. | Tarek. PP

Por el diario El País, portavoz oficioso de los dirigentes del Partido Popular en estos últimos tiempos, nos enteramos de que la propuesta política de este partido consiste en no tener ideología, ser prácticos, y mantener a Rajoy como líder "sin fecha de caducidad".

El nuevo PP se ha reunido para mantener, inmune a la caducidad, al mismo dirigente que lleva 13 años presidiéndolo, y que acumula 37 años de trayectoria política. Lo único realmente nuevo es que donde antes el PP tenía tres votantes, ahora tiene solo dos, pero para qué hablar de esas cosas.

¿No merecería un mínimo análisis crítico que en las últimas elecciones generales, las de junio de 2016, el PP tuviera la menor cantidad de votos desde 1989? A lo largo de dos décadas y media, el PP ha sido un partido con entre 9 y 11 millones de votantes. Por dos veces seguidas (diciembre de 2015 y junio de 2016) se ha reducido al tamaño que tenía a finales de los ’80: poco más de siete millones de electores. El Congreso Nacional del PP, aplazado durante varios años por la importancia de las elecciones, resulta que ahora no habla de por qué se le ha ido un tercio de los votantes. Total, para qué hablar de estas cosas.

Mientras tanto la sociedad ha cambiado. Ya nadie concibe que el dirigente y candidato de un partido sea designado mediante un sistema restringido que no permite que cada afiliado tenga un voto. Ya hacen primarias hasta los vetustos políticos franceses. Era evidente que este congreso tenía una cuestión principal: abrir paso a un nuevo sistema abierto y sincero para elegir al líder. La Red Floridablanca ha reunido razones y apoyos con inteligencia y consistencia. Pero tampoco se ha hablado de ello. Para qué hacerlo. Una treta reglamentaria de Maíllo ha impedido que el Congreso del PP vote sobre las primarias. Íñigo Henríquez de Luna lleva décadas intentándolo. Antes, por lo menos, le dejaban proponerlo. Ahora ya ni eso.

No existe hoy una base ideológica que aglutine en España a quienes no son socialistas, nacionalistas o leninistas. El PP no quiere tenerla, según nos enseña El País, para poder firmar pactos. Pero precisamente con los únicos con los que ha firmado un pacto –Ciudadanos- han dedicado un fin de semana a debatir y votar que prefieren etiquetarse como liberales. Dudo mucho que sea liberal un partido que defiende sistemáticamente los incrementos del gasto público, el intervencionismo público y los servicios estatalizados en educación o sanidad. Pero por lo menos había servido en bandeja la oportunidad de que el PP, que sí tuvo una orientación claramente liberal cuando gobernaba Aznar, hubiera recuperado el vigor en la defensa de la libertad y la responsabilidad individuales. Tampoco: para qué perderse en debates. Queden las cosas como están, con una izquierda cada vez más extremista hegemonizando la cultura.

Con Fraga, en AP se conspiraba. Con Aznar el PP pensaba, peleaba y ganaba. Con Rajoy solo se trata de mandar, sin importar para qué, ni qué valores y principios se tienen.

He sido compromisario en todos los congresos del PP desde hace más de 30 años. Me alegro de no estar hoy allí, viendo cómo se rehúye el debate, el compromiso con las ideas, y hasta el mero instinto de combate político.

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