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Javier Fernández-Lasquetty

El patriotismo estaba ahí

El patriotismo español estaba ahí, y ahora por fin se siente al mismo tiempo obligado y autorizado a salir a la calle y ser visto en público.

El patriotismo español estaba ahí, y ahora por fin se siente al mismo tiempo obligado y autorizado a salir a la calle y ser visto en público.
Manifestación antigolpista del pasado 8 de octubre en Barcelona | Mario Noya - LD

Todo el juego político en el que se ha articulado la relación con los nacionalistas catalanes durante los últimos 25 años se ha basado en una premisa: cada vez más gente quiere ser más catalana y menos española, y nadie quiere lo contrario. Esa premisa se ha demostrado falsa. El patriotismo español estaba ahí, y ahora por fin se siente al mismo tiempo obligado y autorizado a salir a la calle y ser visto en público.

Pocas cosas tiene de bueno el golpe de Estado revolucionario del secesionismo catalán. Es más, creo que sus efectos destructivos marcarán a varias generaciones. Pero al menos está sirviendo para que desaparezca ese funesto doublethink que durante décadas ha imperado en la vida pública y privada de Cataluña. En su novela 1984, George Orwell inventó ese concepto. Tal vez fuera otro homenaje a Cataluña, porque allí durante años ha sido lo normal decir una cosa delante de testigos y la contraria en privado. Participar en las exaltaciones catalanistas, pero en confianza decir que todo eso era histeria para consumo de las masas. Votar a los nacionalistas, manifestar compresión hacia la permanente escalada de reivindicaciones, mientras en conversaciones privadas se tachaba eso mismo de locuras que no conducen a ninguna parte. Miedo, deseo de no sufrir perjuicios por disentir frente al nacionalismo gobernante y dominante, todo eso explica esa hipocresía forzada que enfermaba a la sociedad catalana. Se acabó todo eso. El extremismo secesionista ha desgarrado internamente tanto a la sociedad a la que simula amar, que ha conducido a que millones de ellos agarren una bandera de España y bajen a la calle a decir, por fin, que ya está bien de tanta insensatez.

No solo ha ocurrido en Cataluña, sino en toda España. Y en todas partes igual: un patriotismo tranquilo, no nacionalista porque no se cree superior a nadie; no nacionalista porque tampoco es colectivista. Lo que expresa ese patriotismo español, a diferencia de la exaltación secesionista, es que nada está por encima de los individuos, que nadie tiene que someterse para ser admitido a la condición de español, y que a nadie se le pide que acate órdenes del gobernante para ser buen español.

De hecho, uno de los aspectos más llamativos e interesantes del patriotismo español que ha emergido por fin es que lo ha hecho sin líderes ni proclamas. No ha seguido al Gobierno. Más bien ha reemplazado a un Gobierno que confunde la política con el papeleo de los juzgados. Ha sido reactivo: después de muchos años de no querer miralo, en este mes de octubre ha visto de cerca el peligro inmediato de que su país, sencillamente, se volatilizara. Y millones de españoles, incluidos millones de catalanes, no estaban dispuestos a que eso sucediera.

No se ha acabado el peligro del golpe de Estado revolucionario del secesionismo catalán. Todavía es pronto para determinar si el acatamiento del artículo 155 de la Constitución es efectivo o solo aparente. Convocar elecciones para el 21 de diciembre ha sido una decisión temeraria del presidente del Gobierno, que ojalá no tengamos todos que lamentar. Pero ya nada debería volver a ser igual.

Ahora sabemos ya con certeza que no se puede ignorar que también en Cataluña existe un patriotismo español fuerte, resistente y extendido. Y también sabemos que, en consecuencia, el nacionalismo ha fracasado, después de 37 años con una única prioridad: erradicar un sentimiento de españolidad que no solo existe, sino que ya se atreve a salir a la calle.

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