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Javier Fernández-Lasquetty

La derrota de los eurócratas

Si hay que señalar culpables, están en todos los medios de comunicación, ONGs, lobbys y demás rent-seekers

Una sólida mayoría de británicos ha decidido que no quieren continuar en esta Unión Europea. Con más de un millón de votos de diferencia, los partidarios de la salida han demostrado ser muchos más que los que quieren permanecer dentro de la estructura política de Bruselas.

Creo que es una mala noticia para el Reino Unido, que en un primer momento probablemente sufra una fuerte crisis. Lo esperable es que esa crisis sea corta y no deje huellas profundas, salvo que los británicos cometan el error de entrar en una corriente de proteccionismo y de subvenciones a las empresas locales, o si se plantean de nuevo con fuerza los desafíos centrífugos de Escocia y de Irlanda del Norte. Si los británicos evitan esas dos tentaciones saldrán airosos de esta situación.

Es una noticia aún peor para una forma de entender la Unión Europea. Fíjense que no digo para Europa, sino para la forma de malentender y de desfigurar Europa que ha dominado progresivamente el continente desde los despachos del poder de Bruselas.

Si hay que buscar derrotados, búsquenlos en los largos pasillos de la Comisión Europea. Si hay que encontrar fracasados, los pueden ver sentados a ambos lados del hemiciclo del Parlamento Europeo. Si hay que señalar culpables, están en todos los medios de comunicación, ONGs, lobbys y demás rent-seekers que llevan décadas predicando las bondades del federalismo europeo mientras extienden la mano para cobrar las subvenciones que salen del bolsillo del contribuyente europeo.

Nadie rechazaba las instituciones europeas cuando se trataba un Mercado Común o una Comunidad Económica. Ni siquiera los británicos. Ni siquiera Margaret Thatcher, como cuenta ella misma en sus memorias. Fue a partir del Tratado de Maastricht cuando, capitaneados por un socialista elitista como Jacques Delors, se fue extendiendo entre las élites políticas y periodísticas europeas la asombrosa tesis de que el rechazo al poder creciente de Bruselas se vencería con "más Europa", como anteayer mismo decía Margallo, uno de los que cree en esa mística del corazón de Europa.

Es esa forma de malentender Europa la que se ha hecho odiosa. La que ha intentado varias veces imponer una Constitución Europea que Zapatero forzó ridículamente que se votara en España. La que acumula poder sin responsabilidad. La que desprecia lo que llaman "la Europa de los mercaderes", sin darse cuenta de que esa es la verdadera Europa: la de la libertad para que las personas se muevan y lleven adonde quieran sus ideas, sus servicios, sus productos y los bienes de su propiedad. Esa es la Europa que merece la pena, la que sirve eficazmente para evitar que las guerras se repitan, la que representa lo mejor de la gente: su libertad para decidir y para responsabilizarse de su propio futuro.

No creo que el Reino Unido vaya a romper su condición de mercado libre, ni tampoco creo que la Unión Europea vaya a levantar barreras en el comercio con las islas. Si uno u otra lo hicieran se cometería un error catastrófico.

Pero el voto que ayer pronunciaron los británicos va a tener muchas consecuencias. Y la primera, y la peor para España y para el resto de Europa, es que nos han dejado solos, a merced del gentil monstruo de Bruselas.

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