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Javier Fernández-Lasquetty

Los enemigos de la sociedad abierta

El multiculturalismo políticamente correcto ha condenado a millones de musulmanes europeos a vivir sometidos a la sharia.

La sociedad abierta occidental tiene a sus enemigos dentro. Puede y debe ir a buscarlos a los remotos desiertos desde los que se les influye y alienta, pero los enemigos viven en los barrios y ciudades que rodean París, Londres, Bruselas, Amsterdam o Barcelona. En lo que llevamos de año ya por dos veces han hecho correr mucha sangre por las calles de París, asesinando a muchos inocentes –todas las víctimas de todos los terrorismos son por definición inocentes-, no por un puro impulso asesino, sino para infundir terror y de este modo someter a todos los occidentales.

Bruce Bawer describió perfectamente en Mientras Europa duerme (Gota a Gota-FAES, 2007) su estupefacción cuando, al cruzar equivocadamente el puente sobre uno de los canales de Amsterdam, se encontró súbitamente en medio de una ciudad musulmana, regida por la ley islámica y declaradamente enemiga de los valores de la sociedad abierta occidental. Hay muchos barrios y ciudades en Europa como el bruselense de Molenbeek. Europa ha consentido e incluso ha alentado que millones de personas vivan bajo una ley distinta dentro del territorio europeo. Un poder con fuerza de obligar que no nace del consentimiento, sino del origen étnico o religioso de las personas. El multiculturalismo políticamente correcto ha condenado a millones de musulmanes europeos a vivir sometidos a la sharia, en nombre de un respeto a la diversidad entendido al revés de como es propio de una sociedad fundada en la idea de libertad individual.

Giovanni Sartori lo explicó hace ya casi dos décadas (La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Taurus, 2001), al rechazar el concepto político de multiculturalismo y oponer en su lugar el de pluralismo. En una sociedad pluralista cada persona se comporta como libremente elige, dentro de un marco de reglas jurídicas iguales para todos. Su opuesto, en cambio, confunde el respeto a la diferencia con la admisión de una sociedad escindida en grupos diferentes y enfrentados, a los cuales se les permite autoimponerse normas jurídicas diferentes a las del resto.

Europa tiene ahora el fruto de su debilidad. Ha renunciado a creer en sí misma y en los valores occidentales. Ha permitido que los enemigos de la sociedad abierta, como la describía Karl Popper, adquieran la certeza de que nadie va a salir a defenderse de verdad. La mayoría de los europeos ya ni siquiera creen que haya que defenderse. Ni tampoco quieren ver que el fanatismo que está ante sus ojos y que dispara cuando quiere, es real y no es una exageración episódica de un puñado de lunáticos.

Aux armes, citoyens, dice La Marsellesa. Muchos europeos la han cantado en estas semanas, en reacción a la terrible matanza islamista. Lo malo es que casi nadie en Europa piensa de verdad que su libertad valga tanto la pena como para tomarse el trabajo de defenderla.

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