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Javier Moreno

Sueño de una noche de verano

Los sueños de la razón son sueños diurnos. Quienes los padecen forman escenarios ideales en su mente, con una lógica aplastante de circunspecta linealidad circular, con la candidez, la belleza y la sencillez de una figura geométrica perfecta.

Razonar consiste en poner en orden las ideas, de acuerdo con una secuencia lineal que anteponga las causas lógicas a sus consecuencias. Es un proceso de concatenación que usualmente se sirve del simbolismo lingüístico y sus reglas y que tiene, por característica distintiva, la de ser plenamente consciente. Por debajo de la punta del pensamiento racional y su aparente preponderancia –debida a su visibilidad para el ojo de nuestra mente– hay un inmenso iceberg sumergido en las procelosas aguas del inconsciente, que constituye la sustancia misma de nuestro ser, de la que emanan nuestras motivaciones últimas y verdaderas.

En 1799 Goya dibujó el misterioso grabado de un hombre dormido sobre su escritorio, con la pluma aún en la mano, al que rodeaban por encima siniestros monstruos voladores. En letras grandes, en el lateral de la mesa, que ocupaba la esquina inferior izquierda del cuadro, estaba escrito "El sueño de la razón produce monstruos". La ambigüedad de la frase incita a la perplejidad y a la reflexión. ¿Puede la razón soñar?

El sueño ha sido, desde los orígenes mismos del hombre, una fuente inagotable de enigmas, una puerta a otra dimensión de experiencia, y un oráculo al que acudir en busca de respuestas a cuestiones imponderables. Durante el mismo se suspenden las leyes que rigen los fenómenos naturales y psicológicos corrientes. Por ejemplo, el tiempo y el espacio se deforman, descomponen y descolocan, y el yo se observa simultáneamente desde diversas perspectivas mutuamente contradictorias. Nada en él y su abigarramiento siguen el orden preciso, simple y nítido, que imprime el pensamiento racional. Pertenece a otro orden de cosas.

La ciencia, más acorde con las concordancias de la razón pura, lleva algunos decenios investigando el fenómeno de varias capas del sueño y de las ensoñaciones. Parece claro que el sueño es el más importante y conspicuo de los estados alterados de conciencia (otros menos apreciados son la psicosis o las alucinaciones inducidas por drogas). Algún tipo de catarsis ha de producir en el organismo –concretamente en el cerebro, origen de todo comportamiento complejo, en cuyo teatro tiene lugar la representación onírica y cae el oscuro telón del sueño profundo– que explique por qué una parte tan considerable del tiempo útil para la búsqueda de alimentos se pasa en una quiescencia que expone a la depredación. Se han encontrado algunas evidencias que apuntan a la consolidación de los recuerdos o al reforzamiento del sistema inmunitario. Y muy probablemente, dado que es el cerebro el que sueña, sirva el sueño para reforzar las conexiones establecidas durante la jornada de dura lucha por la existencia.

Sean cuales sean las funciones y utilidades biológicas y psicológicas del sueño y de las ensoñaciones, su existencia pone de manifiesto (no se interprete esto último en términos freudianos) la superficialidad de todas y cada una de nuestras mejores razones.

Los sueños de la razón son sueños diurnos. Quienes los padecen forman escenarios ideales en su mente, con una lógica aplastante de circunspecta linealidad circular, con la candidez, la belleza y la sencillez de una figura geométrica perfecta. Son islas racionales, aisladas de toda perturbación exterior, como lo está el sueño nocturno, que se desenvuelve tras las hojas cerradas de las ventanas de los sentidos. No están en ninguna parte. Son utopías(οὐτοπία: ningún lugar), y los movimientos que generan derivan inexorablemente en distopías. En definitiva lo que pinta y escribe Goya: el sueño de la razón produce monstruos.

Quizás si los soñantes abandonasen la caverna platónica de su mente soñadora y observaran que el sol que hay fuera tiene manchas, además de no ser una esfera ideal, y que lo que sueñan cuando este se oculta tras el tenue horizonte carece de orden y concierto, quizás, quizás entonces...Tengo un sueño.

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