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Javier Somalo

El gobierno de Carmena ya está Maduro

Cuando la extrema izquierda llega al poder necesita imperiosamente problemas que se ajusten a soluciones doctrinarias. Si no existieran se inventan, pero siempre de forma muy detallada, que, como es sabido, es la única forma de construir las grandes mentiras. Todo sea por evitar la gestión, una pesadez insoportable amén de una tremenda ordinariez si se milita en la revolución por la revolución. De ahí proceden las presuntas servilletas turísticas municipales, el reparto de ceniceros "muy bonitos" para peatones fumadores, las sedes oficiales para okupas, los institutos para la paz, las madres limpiadoras de colegios, los universitarios barrenderos en busca de la "ética de la limpieza como elemento de sostenibilidad de nuestra sociedad", los jóvenes "gestores" de botellones, el hallazgo de miles de niños hambrientos, desnutridos o mal alimentados o la purga indocumentada de calles de supuesta inspiración franquista.

Pero el auténtico espectáculo de la extrema izquierda llega cuando toca dar explicaciones sobre la doctrina aplicada y sus infinitas interpretaciones en función de la conveniencia. Es la hora de los "protocolos", los "escenarios" y las "excepcionalidades". Es decir, de la arbitrariedad, la sanción y la inseguridad jurídica del ciudadano. Ahí es donde brillan las ollas arroceras de Castro, donde se calculan los precios de los frigoríficos de Chávez. Así se empieza, y esto no ha hecho más que empezar.

Los habitantes de Madrid llevan meses sufriendo lo que ya se conoce popularmente como "carmenadas" y que no es sino un rosario de ocurrencias que delata la absoluta incompetencia a la hora de abordar los problemas reales de un ayuntamiento de tal envergadura. La alcaldesa llegó a Palacio sin saber si la M-30 era carretera nacional, autopista, circunvalación, cañada o galaxia. Cuando se le dijo que era competencia suya debió ponerse más triste que sus magdalenas. Madrid necesita flores, servilletas con motivos, sonrisas, botellones de gestión juvenil, ceniceros bonitos, "pescaditos ricos" en Mercamadrid, no tráfico rodado. Y mientras la alcaldesa enjugaba su repostera melancolía en el mandil enharinado, cientos de miles de ciudadanos que sí querían trabajar o buscar trabajo se veían atrapados en la dichosa M-30, o Calle-30, o como demonios se llame. Qué pereza.

Y después llegó la contaminación propia del arranque de las primeras calderas, unida a la del tráfico que, con la ayuda del clima –sin lluvia, sin viento y con la famosa inversión térmica–, trajo la primera y tradicional "boina" de la legislatura municipal. Nada nuevo. Los efectos de la llamada "inversión térmica" del aire también son visibles en los pueblos pequeños, cuando chimeneas y cocinas de hierro empiezan a calentar los siempre gélidos muros de las casas. Por esta época –y mucho antes si nos adentramos en sierras y montes– vienen los aromas a encina y roble que a veces se mezclan con otros menos evocadores, los del consabido tablón hecho trizas que delata al que no fue previsor a finales del verano o los de algún mueble viejo que ha pasado a mejor vida. En los pueblos, el olfato da para muchos chismes. Un día, de pronto todo huele demasiado a leña quemada y el humo se desploma hacia al suelo hasta que sopla el aire o cambia su capricho térmico y vuelve a quedar sólo el aroma, ventilando las vergüenzas. Entonces se acaban los chismes y se sigue con la tarea, que el día es corto y ya se sabe que la leña calienta tres veces: cuando se busca, cuando se corta y cuando se quema.

Pero, claro, Madrid es otra cosa. Los políticos y los medios de comunicación se refieren a la contaminación del cielo madrileño como "boina" porque así se ha conocido siempre entre los ciudadanos. Desde cierta distancia se distingue una cúpula gris sobre la capital, o sea, una boina, casi tan famosa como las "carmenadas" y por la misma razón que en los pueblos. Afortunadamente, como viene se va. Pero la anterior alcaldesa, Ana Botella, dejó escrito un "protocolo" que seguro que no pensó aplicar jamás. Gran error. A la izquierda radical le chiflan los protocolos. Y como la polución –capitalismo salvaje, enriquecimiento ilícito y cosas peores–sí aparece en los manuales doctrinarios, pues Carmena se sacudió las manos en el delantal y comenzó a gobernar como sólo ellos saben: con medidas excepcionales, horarios fijados, toque de sirena y ya veremos si también de queda. Prohibido circular a más de 70 km/h por la Cosa-30 esa que no sabía que era asunto suyo. Prohibido aparcar en Madrid. Hoy entran los pares y mañana los impares. Use la bicicleta o el transporte público y si vive a 30 kilómetros de la capital y se levanta a las cinco de la mañana –nada excepcional en Madrid– pues quédese en casa horneando magdalenas o empiece a pedalear desde la tarde anterior.

El caso es que Madrid se llenó de ciudadanos en suspensión que, como las partículas tóxicas, pulularon caóticamente por las calles buscando un aparcamiento privado libre y, claro, usando el coche más que de costumbre. A las 22.10 horas del jueves, la alcaldesa dijo en la cadena SER que todo iba bien y que los medidores de contaminación no inducían a la alarma suficiente como para pasar al "escenario 2", el de la prohibición de estacionamiento. Pero la cosa cambió a las 22.45… y se activó. Los insensatos ciudadanos –sí, los conductores también lo son– que estuvieran durmiendo porque madrugan más que la fresca y que encima no sean followers de Carmena se perdieron el "cambio de escenario" anunciado por Twitter y se toparon de bruces con los parquímetros intervenidos. Preguntada por esRadio, la alcaldesa dijo que "el salto era de hora en hora", que "cada hora va cambiando" y, claro, el protocolo es el protocolo. Eso sí, ante el enfado ciudadano, el Ayuntamiento se atrevió a decir que no veía necesario llegar al "escenario 3", el de la purga numérica de coches. Hay cosas que van cambiando por horas pero que se pueden controlar en el futuro. O no. Así que a uno le puede pillar al volante el “cambio de escenario” derivado de la “excepcionalidad”. Esto no es nuevo. Las situaciones cambiantes ya fueron reflejadas por Orwell en Rebelión en la Granja y actualizadas al minuto por los gobiernos caribeños que patrocinan al partido de la Excelentísima, por más que lo niegue.

Tal es la improvisación revolucionaria de Carmena y su equipo que el viernes llegó a admitir que quizá las medidas tomadas "no sirven para nada"… Ya, pero, ¿y la satisfacción de ver con tus propios ojos los efectos inmediatos de una orden? Madrid desierto en horas por temor a las multas y la alcaldesa prometiendo revisarlas "una a una" por si hay amnistía. Eso no tiene precio. Eso es ver el poder en estado sólido. Pulso el botón y se enciende la lucecita, lo pulso otra vez y se apaga… y así se puede tirar dos horas un niño de dos años comprobando el inmenso e instantáneo poder de su dedito regordete. Pero si nadie le regaña a tiempo el siguiente experimento de poder será con un mechero y la bata de la abuelita.

Carmena mide el aire de Madrid y yo hoy entiendo mucho mejor aquello de "asaltar el cielo". No pensé que fuera tan literal. España, capital Caracas.

En España

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