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Javier Somalo

El PSOE, ante un pacto del PP con Rivera

si Iglesias está más cerca del poder es porque Sánchez sigue viéndose como el “mandatado” y hará lo posible por llegar a La Moncloa.

si Iglesias está más cerca del poder es porque Sánchez sigue viéndose como el “mandatado” y hará lo posible por llegar a La Moncloa.
Pedro Sánchez, durante la sesión de este viernes, cuando fracasó en su intento de convertirse en presidente del Gobierno | EFE

¿Qué haría el PSOE –no digo Sánchez– ante un pacto entre el PP –no me refiero a Rajoy– con el partido de Albert Rivera, es decir, con Ciudadanos? Pues esta u otra combinación bajo la misma premisa de partidos y nombres es la clave del futuro de España: que alguien se decida a evitar que Pablo Iglesias llegue o se aproxime al poder.

Habló Rivera en su primer discurso sobre la diferencia entre ser útiles o importantes. Hoy, el que opte por lo primero acertará, máxime en un escenario político que será, por muchos años, de equilibrio inestable. Desde las elecciones europeas hemos podido comprobar la vertiginosa velocidad de los acontecimientos: llegó Podemos para quedarse, abdicó el rey, se deshizo el PSOE de Zapatero y Rubalcaba y se asentó la corrupción como sistema. Lo importante es pues, ser útil cuanto antes.

Pero, ¿está Podemos más cerca del poder? Carlos Jiménez Villarejo, el que fuera Fiscal Anticorrupción a las órdenes de aquel que, según Iglesias, tiene las manos "manchadas de cal viva", pisó fuera del círculo y se fue de Podemos. Manuela Carmena ratificó, al rectificar, su deseo de que Podemos permitiera gobernar a los que se lo permiten a ella. Pero, por encima de todo, si Iglesias está más cerca del poder es porque Sánchez sigue viéndose como el "mandatado" y hará lo posible por llegar a La Moncloa. Unas nuevas elecciones jamás le brindarán esa oportunidad.

El viernes, en uno de los plenos más lamentable de los últimos años, Pablo Iglesias cambió el hemiciclo por un plató de La Tuerka y la cal viva por los besos. Al histrión bolivariano sólo le faltó bailar con tal de cumplir su objetivo: humillar a Sánchez pero sin atacarlo directamente. Sin embargo, el auténtico Pablo Iglesias fue el de la primera sesión de investidura, el que denunció el terrorismo de Estado como un homenaje a Otegi tras su salida de la cárcel. El que ve cal viva en las manos de Felipe González y no sangre en las de Otegi. Esa es su opción y bien clara la dejó: denunciar el terrorismo de Estado en defensa del terrorista.

¿Qué se le presentará al Rey la semana que viene?

Tras la investidura fallida, el gobierno lógico sigue siendo la gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, con el problema del orden de factores. Que Rajoy es un obstáculo ya lo han dejado claro Rivera y Sánchez. Que el otro escollo es el propio Sánchez también es hecho constatado. Así que una de las claves será lo que Rivera le pueda trasladar al Rey: ¿apoyaría Ciudadanos un proyecto encabezado por Mariano Rajoy? Vistos los debates y la estrategia de Génova hacia el partido naranja, no; con otro candidato, sin duda. Pero las cuentas seguirían sin salir y el PSOE sería la palanca.

Pongámonos de nuevo en el escenario de la mayoría simple: más votos favorables que contrarios de entre los diputados presentes. Si llegáramos a la opción de los 163 diputados del centro-derecha y Sánchez persistiera en su terquedad para entonces, ¿cabría pensar en una reacción indisciplinada de una parte del PSOE, desengañada con su líder y dolida con Iglesias? Tal disidencia tendría que contagiarse entre una veintena de diputados. Desconozco el grado de enfado en el grupo socialista pero sólo podría presumirse alguna estrategia de entre los colocados por Susana Díaz –qué callada está–, que son 22. El resto, hasta 90, debe su escaño a Sánchez. Así que el "susanazo" del que ya hemos hablado en alguna ocasión sería todo un golpe de partido, imposible si no es para echar del todo a Pedro Sánchez antes de su congreso. Entonces, los 163 que sumarían PP y Ciudadanos sólo se traducirían en Gobierno si Sánchez cediera la presidencia con la orden de abstención a sus filas, y eso tampoco parece ya posible, con Rajoy o sin él.

Si, con todo lo anterior, el único proyecto en pie ante el Rey sigue siendo el de los 130 escaños de Rivera y Sánchez no sé qué criterio se puede esgrimir para volver a proponerlo. Dicen, tanto en Ciudadanos como en el PSOE, que el pacto firmado entre ellos "no tiene fecha de caducidad" por lo que cabría presumir que seguirá vigente en estos dos meses de fermentación de España. A no ser que en el ínterin suceda algo que permita a Sánchez romper el pacto con Rivera y sucumbir al beso de la extrema izquierda, inevitablemente iremos a elecciones el 26 de junio, espero que con cambios de cartel.

Está claro que en solitario, con mayoría absoluta, Sánchez habría gobernado como Carmena, a golpe de ocurrencias y con más peligro todavía que Zapatero, origen de todos los males que se han consentido contra España. En alianza con Podemos, Sánchez ni siquiera tendrá oportunidad de gobernar porque lo hará Pablo Iglesias con lo que eso significa. Pero, con Rivera en el Gobierno y el PP en la oposición, podrían haber construido una transición tan imperfecta como necesaria y corta hacia una nueva etapa, hacia una salida.

En cuanto al PP, la ruptura de relaciones con Ciudadanos no parece tener solución. Sin embargo, como me señaló Tomás Cuesta, en la ovación del viernes a Rajoy hubo algo extraño. Al agradecer el gesto a los suyos, el presidente fue más efusivo que de costumbre, les devolvió el aplauso, levantó el pulgar para simbolizar no sé muy bien qué euforia y agitó la mano como el que dice hola pero también adiós. Habitualmente el gesto de Rajoy es inflar el pecho, ajustarse la chaqueta, levantar la barbilla y pedir con las manos el fin de la ovación como reclaman los entrenadores de fútbol a sus jugadores cuando el reloj corre a favor. Esta vez fue distinto y si tuviera algo de cierto los puentes con Rivera volverían a ser transitables. Me cuesta mucho creer en una posible despedida de Rajoy. Pero tampoco creí que Juan Carlos I fuera a abdicar.

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