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Javier Somalo

Felipe no es Borbón

Antes de que se cumpla un año de su reinado el rey Felipe ha empezado a demostrar que su discurso de coronación no era político sino sincero. Puede parecer poco el hecho de que haya retirado a su hermana el título de duquesa de Palma pero no lo es. Aunque sea sabido, conviene insistir: el rey no puede revocar el derecho sucesorio de la infanta, ese derecho no se pierde y en todo caso ha de ser ella la que renuncie y de eso –regañados o engañados– algo saben los Borbones.

Alfonso de Borbón y Battemberg era el primogénito de Alfonso XIII pero renunció al trono. La hemofilia y su intención de casarse con Edelmira Sampedro, modelo de alta costura hispano-cubana, lo llevaron a esa decisión. Siempre enfermo, acabó muriendo abandonado por su esposa.

El abandono ha estado muchas veces presente en esta familia.

Su hermano Jaime, sordomudo desde poco después de nacer, era el siguiente en la línea sucesoria pero entre el propio Alfonso XIII y don Juan de Borbón, el hijo favorito, consiguieron chantajearle para que renunciara a cambio de una pensión. De inmediato, la siguiente maniobra fue tratar de inhabilitarlo para que tampoco cobrara el dinero. En la puñalada participaron don Juan y sus sobrinos, los hijos de don Jaime, engañados y manipulados por el conde de Barcelona. Se quedó sin trono y sin pensión pero consiguió el dictamen de un tribunal médico que no halló impedimento físico alguno en don Jaime para reinar y menos aún para administrar dinero, que no siempre es lo mismo.

La traición y el engaño también han estado presentes en esta familia.

Y las desgracias. En Juan Carlos, el rey de un pueblo, Paul Preston trae una confesión del propio don Juan extraída por Víctor Salmador, según la cual, en 1960, Franco le dijo:

Mírese Vuestra Alteza a sí mismo: dos hermanos hemofílicos, otro sordomudo, una hija ciega, un hijo muerto de un tiro. A los españoles, tantas desgracias acumuladas sobre una sola familia no puede agradarles.

Los abandonos, las traiciones, los engaños y las desgracias han estado demasiado presentes en la familia Borbón. Lo que hasta hoy no había sucedido es que el rey actuara con tal firmeza, trasparencia y determinación con un miembro de su familia. Lo había anunciado Felipe VI en su discurso de coronación cuando dijo:

La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos.

La infanta Cristina decidió hace tiempo que ella era más importante que la Corona y, pese a las reiteradas presiones, jamás cedió: quiso seguir casada con Iñaki Urdangarin, quiso presumir de heredera lejana –por soñar que no quede, el salto dinástico que pretendió su abuelo no era moco de pavo y al final, Juan Carlos sucedió a Alfonso XIII– y además ahora se ha empeñado en plantar cara a un juez sin ahorrar en reproches.

Bien, pues la reprobación del rey ha sido clara y tajante. El título, regalo de boda, queda revocado. Si aquel discurso de hace un año fue una enmienda a la totalidad del reinado paterno, la decisión sobre su hermana cobra un valor inédito: la Corona no es una familia sino una institución. Se acabó la protección. Pero además, ha enviado el primer aviso serio a navegantes, más bien piratas, que llevan tiempo empeñados en que las desgracias, las traiciones, en definitiva los escándalos sigan salpicando a la Corona.

La revocación del título no ha sido la única buena noticia. Lo es también la rápida reacción de Jaime Alfonsín, Jefe de la Casa del Rey, al desmentir el enésimo intento de la infanta de quedar por encima. Dice su abogado, Miquel Roca, que fue ella la que tomó la iniciativa remitiendo a su hermano una carta de renuncia. Zarzuela lo ha negado sin rodeos. Lo que hoy es así de fácil ayer era imposible.

El caso es que el real decreto de revocación del título, como corresponde, está firmado por el rey y por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy que esta vez no ha podido reunirse con nadie para evitarlo ni suponer que a la infanta "le va a ir bien" porque eso es algo que al gobernante ni le va ni le viene. De nuevo, el discurso de coronación:

Un Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación, a quien corresponde la dirección de la política nacional, y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial.

En estos días en los que la regeneración figura como cláusula en los contratos para formar gobiernos es de agradecer que el rey empiece a cumplir promesas, a poner música a la letra y a limpiar su casa sin necesidad de que se lo pida Albert Rivera.

Y aprovechando que ahora algunos ya pueden visitar los supuestos restos de Cervantes en vez de leer su obra, citemos una última frase prestada que incluyó en su discurso de coronación Felipe VI:

Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro.

Pues el hijo ya es un poco más que el padre sin dejar de reconocer lo mucho que el padre hizo entre el ocaso del franquismo y el amanecer de su reinado. Esperemos que el hijo conserve más tiempo la hidalguía. De momento empieza a demostrar que es el menos borbón de los conocidos. Si así fuera, larga vida.

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