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Javier Somalo

Misión española de urgencia

De pronto –¿dónde estaban hasta hoy?– la Misión España copa titulares y telediarios. Me dirán que precisamente esa ha sido la labor del Gobierno

Nos acercamos a unas fechas en las que habrá que recordar el pasado: cuarenta años de la muerte de Franco tras cuarenta años de dictadura. La construcción de nuestra democracia.

Las exploraciones casi siempre clandestinas del rey Juan Carlos y Suárez, juntos o por separado, antes y después de la muerte del dictador les llevaron, en distintos momentos, de Washington a París o de Londres a Bucarest para contactar con líderes, recabar apoyos, inducir tendencias, inspirar reportajes y hasta para contactar con Santiago Carrillo, vía Ceaucescu. Ayudaron personajes tan diferentes y con trayectorias tan dispares como José Mario Armero, Teodulfo Lagunero, Nicolás Franco Pascual de Pobil –sobrino del caudillo– Manuel Prado y Colón de Carvajal. Sucedía mientras ETA asesinaba a destajo y el golpismo zumbaba a diario detrás de las orejas.

Bien entrada la democracia, tanto que cumple los mismos años que la dictadura, volvemos a asistir a una gira internacional y multidisciplinar, esta vez concienzudamente organizada por un gobierno democrático con mayoría absoluta, para que unos separatistas vean que si se separan –que cuando lo hagan– lo pasarán mal porque no les aceptarán como socios europeos. Imaginen pues, el destino de los muchos catalanes no separatistas en ese posible escenario. Aquel frágil pero ingenioso puente que diseñó Torcuato Fernández Miranda y que llevaba por nombre De la Ley a la Ley consiguió traer a España una democracia desde una dictadura. Con todas las reservas que siempre han de guardarse en este trayecto, el caso que, fruto de tanta lucidez, la nueva Ley se plasmó en la Constitución de 1978, todo un blindaje para emprender el camino tras cuatro décadas de franquismo. Hubo que imaginar, inventar e improvisar ante la ausencia de un amparo legal. Hoy se desprecia la oportunidad de aplicar la ley al fin conseguida por temor a sus efectos y se vuelve a improvisar, esta vez sin necesidad.

Han hablado empresarios, líderes políticos internacionales –Barroso, Juncker, Merkel, Cameron, Obama… –, la Banca, la Industria, los veteranos de PP y PSOE, ex barones y algún trilobites. Hasta unas declaraciones del gran Pau Gasol son extraídas por una periodista extranjera tras la gran gesta en Francia y contra Francia en el europeo de baloncesto. Todo sirve para que todos menos Mariano Rajoy le digan a Artur Mas que está jugando fuera de la ley y que eso puede tener consecuencias. Pero económicas, no penales.

De pronto –¿dónde estaban hasta hoy?– la Misión España copa titulares y telediarios. Me dirán que precisamente esa ha sido la labor del Gobierno, una estrategia global casi como aquella de la Transición. Argumentarán que el gabinete de Rajoy acaba de mostrar lo que se cocinaba en la trastienda, que era cierto que había un plan. Y aquí es donde entra en escena José Manuel García Margallo, al que nos presentan como autor intelectual. Si el rey apretó el gesto mirando a la delegación española mientras Obama hablaba de España no es porque detectara una mala traducción sino porque lo dicho por la traductora no era lo acordado con Obama. Las crónicas no olvidan que allí estaba Margallo para asegurarse de que la misión diplomática llegaba a las rotativas en tiempo y forma. Margallo quiere medalla, no le gusta la sombra en la que actuaban antaño los mediadores. Margallo quiere premio público aunque sea apisonando al candidato de su partido en la recta final de campaña. Quiere demostrar que la estrategia y los argumentos son suyos y que su debate con Oriol Junqueras en la televisión de Godó será tan espectacular y fulminante como el último mate de Gasol en Lille. ¿Qué dice el candidato? Nada. Margallo es Rajoy y "no, mire usted, en fin, yo voy donde me dicen". ¿Comparte, por ejemplo, Pablo Casado el desprecio hacia Xavier García Albiol? Me consta que no. ¿Por qué se empeñan en heredar sin luchar? Harina de otro costal.

Al caso: dirán que había plan donde no veo otra cosa que escurrir el bulto, repartir la culpa en caso de fracaso y, en definitiva, no enfrentarse al desafío de cara y con la Ley sino con malos augurios económicos. Aplaudiría una ofensiva colateral como la que estamos viendo si fuera el refuerzo a una acción directa de gobierno, un aval multitudinario al cumplimiento de la ley.

Pero surge otro problema: además de loar la fortaleza de la unión y sus ventajas, varias de las iniciativas, comunicados o manifiestos derivados de esta misión acaban con similar epílogo: instar a las partes al diálogo para buscar "el encaje", que es de bolillos, de Cataluña en España. Y, por descontado, tejer ese encaje en una reforma constitucional que hará volar medio Título VIII y pondrá a España rumbo a los próximos cuarenta años de lo que sea. Eso es no entender el nacionalismo, quizá por lo mucho que se ha dormido con él. No hay que ir muy lejos: esta misma semana, en el Congreso de los Diputados, allí donde el rey emérito fue merecidamente aclamado tras el exitoso proyecto –los años en los que el anterior rey reinó– asistimos a una escena clarificadora: un proetarra –separatismo vasco– ataviado con una estelada –separatismo catalán– usó la tribuna para rasgar las páginas de la Constitución sin metáforas y sin castigo. Todo un resumen. El presidente del Congreso, Jesús Posada, se excusó muchas horas más tarde –donde habita por costumbre– diciendo que como "lo hizo al final de su intervención y ya se iba"… pues le pilló a trasmano y no lo llamó al orden. Dormidos ante el ultraje. ¿Cuáles serán los argumentos colaterales y multinacionales cuando le toque el turno al separatismo vasco? ¿O piensan que la misión sirve también para desalentar a los gudaris?

No mucho después del 27 de septiembre sabremos si la estrategia de Mariano Rajoy se convierte en un bumerán contra su cabeza y la de su partido. Ya hay quien barrunta que otras misiones de similares proporciones están en marcha y tienen por objetivo frenar en seco su reválida en La Moncloa a golpe de portada. Pero esto también es harina de otro costal. De momento, es hora de conservar ejemplares de la Constitución con afán de coleccionista, porque a la vigente le va a pasar como a la España que vaticinó Alfonso Guerra.

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