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Jeff Jacoby

65 millones por lavar unos pantalones equivocados

El temor a ser demandado y los extremos a los que llegan las empresas, instituciones y municipios norteamericanos para evitar los riesgos legales encarecen la vida y nos la hacen más frustrante y menos libre a todos.

Una vez fui demandado por un lector contrariado que me acusaba de llamarle chiflado. Afortunadamente, la demanda no prosperó; la querella garabateada a mano fue aparentemente todo lo que el tribunal necesitó para desestimar el caso. Eso y el hecho de que incluso en Massachusetts se te permite emplear la palabra “chiflado” cuando alguien te está poniendo a caldo por teléfono.

¿Pero qué hubiera pasado si no hubiera sido tan obvio que a mi demandante le faltaba un tornillo? ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido un abogado, o incluso un juez, es decir, alguien extremadamente experimentado en materia de demandas? ¿Que pasaría si hubiera sido otro Roy L. Pearson Jr.?

Pearson es un juez de Washington, D.C. que en el 2005 demandó a su tintorería por 65 millones de dólares porque le perdió un par de pantalones. Más tarde redujo su reclamación a 54 millones; el juicio se ha celebrado hace poco en el Tribunal Superior del Distrito de Columbia.

Pearson, que se representaba a sí mismo ante la juez Judith Bartnoff, declaró pomposamente que “nunca antes en la historia conocida un grupo de acusados se involucró en prácticas financieras tan engañosas e injustas”. Bartnoff le dejó seguir argumentando su caso "durante horas", según informó el Washington Post, aunque no le permitió llamar a los 63 testigos que esperaba subir al estrado. Bartnoff tampoco le permitió hacer un refrito de la epopeya de su divorcio en el 2004, sobre el cual insiste en que los tribunales de Virginia lo gestionaron mal.

Por otra parte, Pearson sí declaró bajo juramento que tiene entre 40 y 60 pares de pantalones colgando su armario, ninguno de los cuales, enfatizó, estaba recogido. En un momento estalló en lágrimas y tuvo que pedir un receso. Este trance emocional tuvo lugar mientras recordaba el momento en el que el empleado de la tintorería le entregó lo que dice que eran los pantalones equivocados. (Estaban recogidos.)

Todo este asunto parece una parodia de Sacha Baron Cohen, y ciertamente ha logrado montones de divertida atención mediática. Pero la absurda demanda de Pearson y la disposición del sistema legal a tomar parte en ella no son ninguna broma para Jin y Soo Chung, los propietarios de Custom Dry Cleaning. Las costas legales en las que han incurrido para defenderse han hecho desaparecer los ahorros de su familia. En tres ocasiones le han ofrecido un acuerdo a Pearson, el más reciente de 12.000 dólares. Las tres veces Pearson lo ha rehusado.

“¿Cómo llega a juicio un caso así?”, se preguntaba el otro día el columnista del Post Marc Fisher. “¿Cómo logra un hombre convertir al sistema en un motivo de risa?” Su triste respuesta es que el terrorismo legal de Pearson es sólo “una versión exagerada de lo que está sucediendo en prácticamente todas las instituciones de la vida americana, donde se rechaza adoptar un comportamiento razonable y humano al recordar que posiblemente alguien podría terminar siendo demandado”.

¿Quién puede dudarlo? La población de abogados en Estados Unidos se ha disparado en las últimas décadas y con ese aumento se ha producido una explosión en los servicios que un abogado puede ofrecer: regulación, disputas y litigios. En 1978, al observar que la cifra de abogados norteamericanos se había incrementado hasta los 462.000, la revista Time lamentaba el modo en que demandas y leyes estaban ocupando la vida cotidiana americana, haciendo más difícil aún que la gente de buena voluntad se valiera de las costumbres y el sentido común a la hora de zanjar las diferencias. Citaba al entonces presidente del Tribunal Supremo Warren Burger: “Bien podríamos estar camino de una sociedad desbordada por hordas de abogados, hambrientos como langostas, y brigadas de jueces en cifras nunca vistas antes.”

Si eso era cierto entonces, lo es mucho más ahora que las “hordas de abogados” (incluyendo a no practicantes como yo) han crecido hasta casi un millón. Hace un siglo, había un abogado por cada 714 estadounidenses. El cociente hoy es de uno por cada 288.

Por supuesto, las demandas tienen un papel vital que jugar en nuestro sistema legal. Si no hubiera ninguna manera de hacer responsable a los demás por los comportamientos perversos o sin escrúpulos, sería difícil mantenerlos bajo control. “Pero lo contrario también se cumple”, como dijo al prestar testimonio ante una audiencia del Congreso en el 2004 Philip K. Howard, autor de La muerte del sentido común y presidente de Common Good: “Permite demandas contra comportamientos razonables y enseguida la gente ya no se sentirá libre de actuar razonablemente. Y eso es lo que está sucediendo en Estados Unidos hoy en día."

El caso de los pantalones de Pearson es sólo el ejemplo más claro de esa mentalidad de "nos veremos en los tribunales" que ha maltratado a la profesión médica, convertido los procesos de divorcio en feroces batallas y privado a los recreos de columpios. ABC News reunió recientemente los datos de algunos otros. La mujer que denunció a un mercadillo tras ser “atacada” por una ardilla, con el argumento de que los comerciantes “no la avisaron" con antelación. El fotógrafo que se cayó del techo del camión de la basura al que se había encaramado para hacer algunas fotografías y después demandó a la empresario propietaria del mismo por 50 millones de dólares porque “ni en un millón de años habría pensado que el camión se movería”. La paciente drogadicta que demandó a un hospital por “permitir”´ que un visitante introdujera de contrabando de drogas ilegales para ella. El demandante que exigió 832 millones de dólares a la superestrella deportiva Michael Jordan y al cofundador de Nike Phil Knight porque encontraba “angustioso” tener el aspecto de Jordan y ser confundido con él.

Las demandas cuestan a los norteamericanos cientos de miles de millones de dólares al año. El temor a ser demandado y los extremos a los que llegan las empresas, instituciones y municipios norteamericanos para evitar los riesgos legales encarecen la vida y nos la hacen más frustrante y menos libre a todos. “Creo que podríamos colocar al abogado en la historia natural de los monstruos”, escribió John Keats. Pero eso era en 1819. Imagine lo que habría dicho si se hubiera topado con Roy Pearson.

Nota del editor: En el periodo transcurrido entre que se escribiera este artículo y su publicación, la juez Judith Bartnoff ha absuelto a los lavanderos coreanos por carecer el caso de "mérito legal".

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