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Jeff Jacoby

Un disparate gubernamental clásico

Washington gastó casi 3.000 millones de dólares en encarecer los vehículos que podían permitirse los consumidores menos pudientes.

¿Está buscando un coche usado? Pues buena suerte. El precio de los turismos "de segunda mano" ha crecido considerablemente durante el último año. Según Edmunds.com, un portal especializado para compradores, un automóvil de tres años saldrá, de media, por cerca de 20.000 dólares: una subida superior al 10% desde el pasado verano. En el caso de algunos de los modelos más populares, el incremento ha sido aún más acusado. En julio,un Cadillac Escalade de segunda mano venía a costar alrededor de 35.000 dólares, casi un 36% por encima del precio del pasado julio.

¿Por qué se está disparando el precio de los utilitarios de segunda mano? Parte de la respuesta es que la demanda está creciendo: con el paro por las nubes y las inciertas condiciones económicas, algunos compradores que de otro modo buscarían un vehículo familiar nuevo o un todoterreno de lujo se conforman con un vehículo usado como forma de ahorrar dinero.

Pero una parte aún más sustancial de la respuesta es que la oferta de coches usados está muy por debajo de lo que habría estado si el Tío Sam no hubiera decidido desguazar el pasado año cientos de miles de automóviles en estado perfectamente bueno como parte de su avispado Programa de Incentivos a la Compra de Utilitarios –o, como lo llama la mayoría, "Dinero a cambio de chatarras". Por ese programa, la Administración llegaba a pagar al consumidor 4.500 dólares cuando entregaba un coche viejo y compraba uno nuevo con un consumo más ecológico. Los utilitarios canjeados –que tenían que estar en un estado apto para la conducción si se quería tener derecho al reembolso en el precio– eran entonces desguazados.  Los concesionarios estaban obligados a desmantelar químicamente el motor de cada vehículo, y a enviar el cochea triturado.

El Congreso y la administración Obama anunciaron a los cuatro vientos el "Dinero a cambio de chatarras"  como un triunfo; el presidente lo calificó de"un éxito que supera todo lo imaginable". Cosa que sí fue, al menos siempre que usted defina "éxito" como que la gente reciba dinero "gratis" para realizar una compra que de todas formas iba a hacer, al tiempo que liquida activos productivos que podrían aportar valor neto a muchos otros consumidores durante los próximos años. Medido por cualquier rasero racional, sin embargo, este programa fue un disparate integral.

No hacía falta ser una gran lumbrera para darse cuenta de que el programa iba a poner en apuros a la gente con insuficiente dinero para comprarse un coche nuevo. "Todo lo que hizo por ellos este programa", escribí el pasado agosto, "es garantizar que los coches usados vayan a encarecerse. Los ciudadanos con una renta más modesta van a ser penalizados para subsidiar los coches nuevos de los conductores más ricos". Alec Gutiérrez, analista senior de Kelley Blue Book, predijo que el precio de los vehículos de segunda mano se dispararía en torno a un 10%. "Va a elevar considerablemente los precios de algunos de los modelos más asequibles que tenemos en circulación", decía a USA Today. En resumen, Washington gastó casi 3.000 millones de dólares en encarecer los vehículos que podían permitirse los consumidores menos pudientes.

Ciertamente, el programa dioun contundente empujón a las ventas de automóviles en julio y agosto de 2009. Pero lo hizo sobre todo aplazando ventas que de lo contrario se habrían registrado en abril, mayo o junio, o acelerando aquellas que de otra forma se habrían registrado en septiembre, octubre o más tarde. "Influir el momento de las compras de utilitarios por parte del consumidor es fácil", comentaba hace unos días el consejero delegado de Edmunds, Jeremy Anwylin."Crear compras nuevas, no". De los 700.000 vehículos adquiridos durante la histeria del programa, el incremento neto estimado en las ventas fue de sólo 125.000 utilitarios. Cada aumento de las ventas terminó por tanto costando al contribuyente  24.000 dólares.

Incluso desde el punto de vista medioambiental, el programa fue una calamidad exorbitante. Investigadores de la Universidad de California-Davis calculan que la reducción de emisiones de dióxido de carbono atribuible al programa (en el escenario más optimista) costó por lo menos 237 dólares por tonelada. Eso es más de 10 veces su precio de mercado, donde las licencias de emisiones contaminantes cuestan actualmente alrededor de 20 dólares la tonelada

Utilizando cifras del Departamento de Transporte, mientras tanto, Associated Press calculaba que reemplazar las "chatarras" de consumo menos ecológico con vehículos nuevos más eficientes reduciría las emisiones de CO2 alrededor de 700.000 toneladas al año (menos de lo que emiten los estadounidenses en una única hora). De igual manera, la reducción prevista del consumo de gasolina vino a situarse en torno a la cantidad que consumen los estadounidenses en cuatro horas y media. Y eso sólo si usted asume, en contra de los precedentes históricos, que el consumo de combustibles desciende cuando la eficiencia del consumo asciende.

A la hora de hacer cuentas, el Pasta por Cafeteras fue un deplorable ejercicio de derroche presupuestario, destrucción de riqueza, irrelevancia medioambiental y estupidez económica. Aparte de eso, fue un éxito sonado.

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