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Jesús Gómez Ruiz

De zascandiles y mequetrefes

En lugar de exhortar a Zaplana a penitencia y humillación pública por presunto machista e insolidario, debería ser el propio José Blanco quien pidiera disculpas a todos los ciudadanos por insultar nuestra inteligencia.

Socialistas eméritos como Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, o incluso Indalecio Prieto, se avergonzarían hasta la desesperación si pudieran ver qué personajes dirigen el partido en que ellos militaron y gobiernan el país en que ellos vivieron. Una caterva de mequetrefes y zascandiles (recomiendo consultar el diccionario de la RAE para comprobar hasta qué punto no son insultos, sino definiciones) sin ninguna idea alta, sin otro horizonte vital que satisfacer, desde el poder, su rencor y su deseo de aniquilar a sus adversarios políticos por el solo hecho de serlo. Y que emplean todas sus fuerzas y sus luces –que no son muchas– en el supremo fin de perpetuarse en el poder y de eliminar cualquier posibilidad de alternancia política, aunque sea a costa de desmembrar España y de dividir a los españoles.

Por eso no es extraño que, para lograr tan ambiciosos fines, no les quede más remedio que suplir su incultura, su falta de preparación técnica y su falta de hábitos democráticos –de las que algunos o algunas incluso se atreven a blasonar– con un torpe sectarismo y una audacia en el empleo de la farsa, de la mentira, del insulto y de la infamia como armas políticas que produce asombro e incredulidad a las personas civilizadas.

De esa nueva generación de zascandiles y mequetrefes rencorosos y ávidos de poder que se ha enseñoreado del PSOE para desgracia de los españoles, quizá el mejor representante es José Blanco. Porque, si alguien se distingue por la rudeza de su sectarismo, lo infantil de sus descalificaciones y lo audaz de sus infamias, ese es José Blanco, especialista en inventar motas de polvo en iris ajenos y en ocultar descaradamente las vigas de hormigón pretensado que sobresalen de los ojos de su tropa.

Pero las descalificaciones y las infamias de José Blanco, comparadas con las del maestro del género, Alfredo Pérez Rubalcaba, ya ni siquiera causan asombro o indignación. Sólo causan risa y conmiseración, por su tosquedad y su exceso de fingimiento, exactamente igual que sucede cuando el público conoce y se da cuenta de los gastados trucos de un mal prestidigitador.

Por eso, en lugar de exigirle disculpas a Eduardo Zaplana por haber denunciado la frivolidad del show africano que montó el Gobierno y haber calificado correctamente de disfraz la indumentaria de la vicepresidenta Fernández de la Vega, en lugar de exhortar a Zaplana a penitencia y humillación pública por presunto machista e insolidario, debería ser el propio José Blanco quien pidiera disculpas a todos los ciudadanos por insultar nuestra inteligencia. Y también debería pedir perdón Blanco por nombrar en vano a esas mujeres y hombres del continente africano que luchan por su dignidad y por salir de la pobreza y que se juegan la vida en las pateras para encontrar en España la libertad y la prosperidad que no tienen en sus países de origen. Una libertad y prosperidad cuyas bases, por cierto, se obstina en destruir, consciente o inconscientemente, que para el caso es lo mismo, el PSOE de Zapatero y Blanco.

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