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Jesús Laínz

((Ya llegó el día después))

A medio y largo plazo, los separatistas acabarán ganando. Ya está decidido.

A medio y largo plazo, los separatistas acabarán ganando. Ya está decidido.
EFE

Tras cuatro meses trepidantes –o cargantes, según se mire– por la penúltima crisis catalana, ya llegó el día después. Y este juntaletras, hombre de poca fe en supersticiones aritméticas, confiesa, con compungida consciencia de su perversión, que el resultado de las elecciones le trae sin cuidado. Tanto es así que estas líneas, en vez de esperar al resultado, fueron escritas una semana antes de la votación, pues, lamentablemente, lo que haya salido de las urnas será indiferente para el futuro de España.

La duda, alimentada mediante la pueril agitación de encuestas, está en qué partido obtendrá más votos, pero eso será de importancia secundaria frente a la evidente inferioridad de las opciones que se llaman a sí mismas constitucionalistas, es decir, el PP y Ciudadanos. Porque el PSC no lo es. El PSC es un partido nacionalista más, y hay mil palabras, obras y omisiones que lo han probado en el pasado y lo siguen probando cada día. Quien siga negando esta evidencia está ciego, sordo y tonto. El PSC es el mamporrero del separatismo. Siempre lo ha sido y siempre seguirá siéndolo. En cuanto al PP, su temblorosa reacción frente al golpe de Estado ha demostrado por enésima vez que se trata de un partido totalmente inútil y merecedor de pagar las mil traiciones a su electorado con su desaparición por las cloacas de la historia.

Sorprende que haya quienes crean que se va a barrer a los separatistas en las urnas. Para conseguir eso habría que haber empezado impidiendo el disparate de que encarcelados y fugados se presentasen a las elecciones. Por ejemplo, prolongando la vigencia del artículo 155 hasta que hubiese sentencia firme sobre los procesados por el golpe de Estado. Y en segundo lugar, dicho 155 tendría que funcionar a fondo para abrir las ventanas de Cataluña de par en par hasta que se disipen los aires mefíticos con los que cuarenta años de régimen totalitario han asfixiado a los catalanes. ¿Cómo? Eliminando organismos ilegales, anticonstitucionales, golpistas y delictivos, extirpando de raíz y para siempre el odioso adoctrinamiento ideológico en las aulas, garantizando la limpieza y neutralidad de los medios de comunicación públicos y procesando sin contemplaciones a los responsables de todo ello. ¿Qué esto llevaría meses e incluso años? Puede ser, pero ¿cuál es el problema? La autonomía de Irlanda del Norte ha sido suspendida por el Gobierno de Londres en varias ocasiones –y durante años– y no ha pasado nada.

La muy criticable decisión de Rajoy de acompañar la entrada en vigor del artículo 155 con la inmediata convocatoria electoral ha tenido como lógica consecuencia el planteamiento por parte de los separatistas de unas elecciones regionales como un plebiscito, esta vez legal, de secesión. Y su victoria, o el empate en el mejor de los casos, significará el fortalecimiento de su aberrante exigencia de entablar negociaciones con el Estado para acordar un procedimiento secesionista en el marco de la ley.

Pero eso sería –lamentablemente, será– una formidable negación de la democracia y del Estado de Derecho, pues implicaría aceptar que un partido está legitimado para negociar con un Estado sus aspiraciones políticas a cambio de dejar de dar golpes de Estado. Es decir, aceptar que alguien pueda beneficiarse de sus actos ilícitos. Y también implicaría admitir que una sociedad puede tomar decisiones electorales sensatas –¡y nada menos que sobre la existencia o inexistencia de naciones!– tras llevar décadas amordazada, manipulada, engañada, envenenada y coaccionada por un régimen totalitario.

Pero lo más grave de todo es que, sea cual sea el partido que obtenga mayor número de votos, es opinión prácticamente unánime que hay que abrir un proceso de reforma constitucional para acomodar a los separatistas dando nuevos pasos en la dirección deseada por ellos. Lo que desee la inmensa mayoría de los españoles no parece contar.

Y lo tragicómico del asunto es que, aun en el caso de victoria de los partidos llamados constitucionalistas, serán éstos los que demostrarán su anticonstitucionalismo poniendo la Constitución patas arriba para satisfacción de los separatistas. No es suposición, puesto que ya lo han anunciado. Por eso es indiferente quien gane las elecciones. Lo único que podría cambiar levemente, según lo que salga de las urnas el jueves 21, es la velocidad de las modificaciones disgregadoras de la nación. Pero a medio y largo plazo los separatistas acabarán ganando. Ya está decidido.

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