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Joan Valls

El maquillaje del señorito PePis

Allí comparte café con Mariano, Alberto y la momia franquista obamizada y asiste, incluso, a la firma de sentencias de muerte política.

Cada artículo, comentario o noticia que muestra estupefacción ante la deriva del PP significa una sonrisa más en Génova. Porque, en contra de lo que parece, estamos ante una campaña de publicidad muy exitosa, si por éxito entendemos la consecución de los objetivos. Y es que este publirreportaje inició su andadura oficialmente a mediados de agosto de 2007, cuando Aznar cenó con Gallardón en Baleares y se cerraron varios acuerdos. Desde entonces, los tempos se han administrado con esa tranquilidad que sólo da la membresía al Turno Pacífico.

La última campaña popular no está diseñada, por supuesto, para que el simpatizante natural vote al PP. No se dirige a su target group tradicional para que compre directamente el producto, sino para que se centre en cómo ver el anuncio, que consiste en una sesión completa de maquillaje del señorito PePis. Estamos ante un caso evidente de metacomunicación. Mediante esta técnica, el atónito votante popular, pero también el frentepopulista, se siente como si estuviera en una sala de Génova, donde presuntamente se diseñan las campañas y se toman las decisiones. Allí comparte café con Mariano, Alberto y la momia franquista obamizada y asiste, incluso, a la firma de sentencias de muerte política. En esa gigantesca bañera de Marat en la que se ha convertido Génova, todo se vuelve transparente y las cabezas ruedan a la luz del día, sin cestas que las recojan. Este ejemplo de metacomunicación opta por el hiperrealismo (entendido como una construcción de lo real), como se puede observar en el desprecio al PP vasco. Si Aznar le entregó a Pujol la cabeza de Vidal Quadras a cambio de apoyo en Madrid, el publirreportaje popular se anticipa a la coyuntura y le regala al PNV la de María San Gil, en un claro ejemplo de Turno Pacífico preventivo. La pinza se cierra con el juicio a Jiménez Losantos, que llega en el momento oportuno. La campaña refrenda su éxito con la reacción mediática ante el bombardeo de anuncios, cada vez más forzados y bobalicones, tanto en la forma como en el fondo.

La recurrencia a la metacomunicación tampoco es un seguro de éxito. Todavía está en el recuerdo el fracaso de un anuncio de Benetton en Estados Unidos, en el que se mostraba a una mujer negra dando el pecho a un bebé blanco. Las revistas estadounidenses se negaron a publicarlo porque se asociaba a los tiempos de la esclavitud, mientras que, en Europa, fue entendido como un mensaje contra el racismo. Algo parecido ha sucedido en el PP del País Vasco, donde mil asesinatos dejan esta forma de metacomunicación genovesa huérfana de la eme inicial. Pero es algo con lo que se contaba. De hecho, para Génova y su búsqueda desesperada de lo que los anglosajones llaman negative attention, lo sucedido con María San Gil y Ortega Lara es un regalo caído del cielo.

El colofón a esta magna campaña lo pone la entrada en acción de empresas extranjeras, que presuntamente asumen el papel de defensa del idioma español o de la Iglesia ante la dejación de funciones de la oposición. A pesar de las pataletas de Asaltapiscinas, estas acciones son muy beneficiosas para el publirreportaje y para todos los integrantes del Turno Pacífico, pues refuerzan aún más la nueva imagen del PP: de doberman a cachorro sumiso.

Mientras tanto, en medio de este despropósito nacional, sumergidos en una campaña de marketing que sigue tratando de vender la larga sesión de maquillaje del señorito PePis y que comienza a perfilar la que vendrá tras el congreso búlgaro, la Esquerra ha vuelto a dar un ejemplo de democracia interna, para vergüenza de todos. Cosas del Turno Pacífico.

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