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Joan Valls

Gore Rajoy

Mariano Rajoy cumplió su papel en todo ese proceso al promover un discurso justo en la dirección deseada; es decir, una reacción en voz baja a la política identitaria de Rodríguez.

Mariano Rajoy y Al Gore comparten destino. Ambos se quedaron a las puertas de un poder que habían deseado con paciencia montillesca durante ocho años. Los dos perdieron sus respectivas presidenciales en extrañas circunstancias, aunque el sistema les tendría preparadas otras misiones de parecida trascendencia, que ellos aceptaron y por lo que algún día deberán rendir cuentas. Dos discursos en la misma dirección de lo que denunciaban; dos complicidades con quienes cercenaron sus posibilidades. Dos mentiras.

Al Gore sería uno de los encargados de contribuir a la revalorización del precio del crudo mediante un discurso en apariencia contrario al oro negro. Mientras Oriente Medio se llenaba de tropas estadounidenses y de contratistas, Gore iba creando un popurrí apocalíptico sin base científica, pero con todos los ingredientes de Hollywood y el certificado final de la factoría Nobel, que empezó a calar en muchos ciudadanos: los derivados del petróleo eran los responsables del cambio climático y, sobre todo, de la ruina en el horizonte, al ser un recurso a punto de agotarse. Así, la ciudadanía se iba mentalizando de la inevitabilidad de un incremento imparable de los precios mientras se la distraía con los viejos tópicos de la retroprogresía y, finalmente, se le vaciaban los bolsillos desde Bagdad y Washington. Al mismo tiempo se reforzaba el papel de la energía nuclear como la gran alternativa frente a las renovables, vendidas en el discurso como la panacea. Una jugada maestra.

Mariano Rajoy, en su nanoescala peninsular, cumpliría un papel parecido. Una ciudadanía tan aborregada y dominada por la hybris como la española sólo aceptaría que se la machacara mediante un discurso populista, revanchista e infantiloide. De ahí que el PSOE fuera el elegido para descabezar a la clase media a través de la inmigración masiva y de las hipotecas suicidas. Los restos del naufragio sindical y la resaca del odio irracional a Aznar, así como el desierto moral posterior al 11M, aseguraron la paz social necesaria para transferir varios billones de euros de las clases medias a una oligarquía apátrida hasta la náusea. Mariano Rajoy cumplió su papel en todo ese proceso al promover un discurso justo en la dirección deseada; es decir, una reacción en voz baja a la política identitaria de Rodríguez, los fuegos artificiales destinados a desviar la mirada del asalto a la clase media. Las dos Españas quedaron atrapadas en una trampa sin salida: la del no a la guerra y del queremos saber se sintió cínicamente obligada a guardar silencio, narcotizada además por la quimera piramidal de la compra y venta de pisos, como una Albania cualquiera. La España más ilustrada, la que inundaba Madrid con manifestaciones cuyas colas cerraban Rajoy y otros cabestros en su particular San Fermín, iba, en realidad, tras los cebos identitarios que Rodríguez lanzaba cada semana.

El nuevo PP se presenta ya sin disimulo como un corral domesticado en el que se manufacturan productos con denominación de origen y sello del Turno Pacífico. Ya sea con Rajoy o con quien le suceda en el camino, el PP de los Pío García, el partido que ha renunciado a la verdad del 11M, podrá al fin recoger el testigo en 2012 y afrontar dos misiones de gran trascendencia. De la misma manera que los populares fueron descartados para el asalto a la clase media y el desmontaje de las conquistas sociales a través de una invasión de ilegales, el PSOE carece de recursos en el imaginario español para culminar las dos grandes misiones que plantea la próxima década: la extensión e implantación del neocolonialismo del Estatut y, cuando este proceso ya sea irreversible, la inundación de las calles del País Vasco con presos etarras tras la amnistía que la ETA se dará a sí misma una vez cumpla con su verdadera misión, que nunca ha sido la independencia, sino que todo siga atado y bien atado. Y será por este orden: Estatut y amnistía, porque primero son las causas y luego las consecuencias.

La política occidental de tintes postmodernos se reinventa a sí misma y genera hijos que devoran a Saturno. En el futuro, y con los antecedentes descritos, habrá que temer mucho más a los candidatos perdedores, sobre todo si han sido asaltados cuando ya saboreaban la miel. Los sucedáneos del poder directo creanextraños compañeros de cama.

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